la lotte dei pacifisti negli USA (la Jornada)



A contracorriente, la lucha de grupos pacifistas de Estados Unidos

JIM CASON Y DAVID BROOKS /I CORRESPONSALES

Washington y Nueva York, 21 de octubre. Observar a Daniel Berrigan,
sacerdote católico y una de las figuras más famosas del movimiento
antibélico estadunidense desde los tiempos de Vietnam, participando
nuevamente en marchas y manifestaciones a favor de la paz, provoca esperanza
y tristeza. Todo, tal vez nada o poco ha cambiado en 40 años.

Nuevamente hay una guerra, bombas estadunidenses son arrojadas y hombres,
mujeres y niños están muriendo; hay denuncias contra el complejo
industrial-militar, olas de patriotismo que consideran traición casi
cualquier disidencia.

Pero en esta ocasión, algo fundamental sí ha cambiado.

Promover la paz dentro del país más poderoso del mundo, que por primera vez
en su historia moderna es víctima en su propio territorio, es tal vez el
desafío más difícil que han enfrentado las corrientes "progresistas" en las
últimas décadas.

Aunque las encuestas indican que 90 por ciento de la población expresa su
aprobación al presidente y su nueva guerra, empieza a renacer un movimiento
de paz en Estados Unidos. Sin embargo, aquellos que se han dedicado a
promover el desarme, la resolución pacífica de conflictos, de solidaridad
con otros países víctimas de las políticas estadunidenses, que abogan por
los derechos humanos y las corrientes que conforman el nuevo movimiento
contra la globalización empresarial, jamás han enfrentado una coyuntura como
ésta. Las batallas, la sangre, los muertos y heridos, los reprimidos,
siempre estaban en otros países -en Centroamérica, en Medio Oriente, en
Africa y Asia-. Ahora hay miles aquí.

¿Cómo responder? Un debate entre la paz y la guerra, la venganza y la
justicia, la violencia y la solidaridad crece en el país, y no sólo entre
los autoproclamados "progresistas" y "activistas", sino en las iglesias,
sindicatos, universidades, y, tal vez al nivel más amplio, en la
televisión -tanto en programas de charla como en series dramáticas- lo más
cercano a un "zócalo" nacional, el punto de reunión más masivo.

En los primeros días en que se preparaba y después se lanzaba la respuesta
militar estadunidense, los activistas subrayaban que lo primero que tenían
que hacer era "llamar la atención al hecho de que no todos están pidiendo
guerra en estos difíciles días", recordó Janis Shields, de la organización
nacional pro paz American Friends Service Committee. Ese grupo, junto con
War Resisters League, Peace Action, Pax Christi, y otros que integran el
movimiento de paz "tradicional" estadunidense, convocaron a vigilias y
marchas, o participaron en otras casi espontáneas en todo el país.

Los estudiantes y los jóvenes reaccionaron, primero, convocando a marchas,
manifestaciones y vigilias en más de 100 universidades, acciones que han
continuado hasta hoy. Hace una semana, en universidades como Princeton,
Wesleyan, de California en Davis, pasando por Berkeley, de Michigan y otras
en el país, los estudiantes abandonaron aulas para concentrarse y pedir una
respuesta al ataque del 11 de septiembre que no provocara el derramamiento
de más sangre. Cientos de talleres en los que se analiza el ataque, la zona
de conflicto, los grandes temas filosóficos se han realizado en decenas de
escuelas, desde primarias hasta universidades.

En las calles, coaliciones de agrupaciones pacifistas, religiosas, de
solidaridad; activistas del movimiento contra la globalización empresarial,
partidos políticos marginales y los activistas profesionales se han
manifestado, o han organizado foros, dando a conocer su disidencia con la
idea de que la justicia se puede lograr sin violencia.

Citando a Gandhi y a Martin Luther King, afirman que una respuesta violenta
sólo genera mayor violencia y declaran su oposición a esta guerra: las
acciones bélicas estadunidenses se realizan pero "no en nuestro nombre",
proclaman.

Sin embargo, las dimensiones de esta oposición siguen siendo muy limitadas
en términos numéricos y de presencia en los medios. Hace dos semanas
marcharon casi 10 mil personas en Nueva York, y poco antes unas seis mil en
Washington, pero hace una semana, sólo 800 acudieron a un mitin contra la
guerra en Washington en Nueva York, a pesar de la presencia de figuras
importantes como el propio Berrigan, la cantante Patti Smith y el reverendo
Al Sharpton. En las universidades acuden decenas, a veces cientos, pero no
más hasta el momento. Y en las filas de la expresión progresista no hay
consenso.

"Somos sólo el comienzo de lo que será un creciente movimiento masivo contra
la violencia", afirman uno y otro orador en las manifestaciones y marchas.
Pero aún no se sabe si es la expresión de una esperanza o palabras de
veteranos activistas que han vivido la dinámica social de oposición en este
país en otras ocasiones. Tal vez el problema es que esta vez no se parece en
nada a las anteriores. De hecho, hay voces progresistas que no se oponen a
una "guerra justa" en respuesta a este "ataque" contra el país, y sólo
debaten la forma en que se debería realizar.

Por ejemplo, el editorial más reciente de la publicación progresista más
importante, The Nation, indica: "creemos que Estados Unidos tiene derecho a
actuar en autodefensa, incluida la acción militar" para responder a los
ataques de una red terrorista del 11 de septiembre. Pero, agrega, eso "no es
endoso de fuerza ilimitada. Tenemos que actuar efectivamente pero dentro de
un marco de límite moral y legal". Más adelante señala que las acciones
militares contra Afganistán deberían tener objetivos políticos limitados "y
realizados con un mínimo de bajas civiles".

Que los editores de esta revista progresista acepten una respuesta militar,
siempre y cuando se haga con "un mínimo" de muertes de civiles, demuestra
una vertiente importante del debate en los circuitos que uno supone
entienden la historia y dinámica de la proyección de fuerza estadunidense en
el mundo. O sea, en esta ocasión no se oponen a la intervención militar ni a
la muerte de (uno, dos, tres ¿cuántos niños será "mínimo"?) civiles.

Entre los activistas, algunos se oponen tajantemente a cualquier acción
militar estadunidense y a toda respuesta violenta. Otros declaran, casi
siempre en privado, que tal vez es justificable una "guerra justa" con el
objetivo de asesinar a los responsables de los ataques del 11 de septiembre.
Otros, liberales en su mayoría, están atrapados en su agonía de lamentar la
posibilidad de demasiadas muertes de civiles inocentes, pero señalan a la
vez que una respuesta estadunidense no puede ser una opción descalificada,
ni tampoco necesariamente indeseable con tan atroz enemigo.

Quizá lo más notable del debate en el circuito progresista es que, por
primera vez, no hay nadie que exprese simpatía por el nuevo "enemigo" de
Estados Unidos, en este caso Osama Bin Laden, y su red. Antes, parte de los
movimientos de paz y antibélicos se proclamaban en solidaridad con el
enemigo del momento; el Viet Cong y Ho Chi Minh, con los movimientos de
liberación de América Latina, Africa y Asia, con el gobierno de Salvador
Allende, con el Che Guevara, etcétera. Ahora la disidencia no tiene como
punto de referencia el apoyo o simpatía al enemigo proclamado de Washington,
sino el debate gira en torno al tipo de respuesta ante el ataque terrorista.

Al mismo tiempo, las voces disidentes en el país "atacado" también enfrentan
el desafío de no ser consideradas casi traidoras ante una ola de patriotismo
que insiste en que es un momento para mantener la unidad, y no discutir las
diferencias. Así se desencadena todo un debate sobre el concepto de
patriotismo, y cómo ser un pacifista en medio de un mar de banderas e himnos
nacionales. Esta realidad es evidente hasta en las universidades, donde las
banderas de paz en algunos edificios están a lado de enormes banderas
estadunidenses, unas sobre otras, o donde en cada mitin o manifestación hay
estudiantes que defienden la política actual y "la bandera". O sea, la
pregunta ahora es de quién es esa bandera.


Nello

change the world before the world changes you

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