Argentina: Kirchner y la bomba nuclear monetaria



20 de septiembre del 2003

Heinz Dieterich
Rebelión
El reciente acuerdo argentino con el Fondo Monetario Internacional (FMI)
sobre el pago de la deuda externa, firmado después de una efímera moratoria,
ha reavivado el debate sobre el gobierno del presidente Néstor Kirchner.

Para la ultraizquierda el convenio demuestra nuevamente, que Kirchner es el
clásico violinista de la política criolla: sostiene el instrumento con la
izquierda y lo toca con la derecha. El capital financiero internacional
opina lo contrario. El Dresdner Bank califica el acuerdo como "blando",
contrario a los intereses de los "poseedores de los bonos" y dañino para "la
credibilidad del FMI"; para el Bank of America las negociaciones revelaron
que el FMI "puede ser manipulado fácilmente".

El empresariado argentino, tanto en sus ramas financieras e industriales,
como de la construcción y del comercio, elogió el pacto por "honrar las
obligaciones de Argentina, sin comprometer la incipiente recuperación
económica". Actores tan disímiles como el secretario del Tesoro
estadounidense, John Snow, el presidente del Banco Interamericano de
Desarrollo (BID), Enrique Iglesias y la Federación Internacional de los
Derechos Humanos (FIDH), en Paris, se congratularon por el acuerdo y el
presidente Kirchner lo calificó como "un puente de plata para reconstruir
paulatinamente Argentina".

Haciendo un balance preliminar de los pros y contras obtenidos por el
gobierno argentino --- preliminar, porque la carta de intención no ha sido
publicada--- es obvio, que se trata de un compromiso que refleja una clásica
situación de equilibrio de dos fuerzas contenciosas, en estado de relativa
debilidad.

El gobierno desembolsó casi tres mil millones de dólares de una deuda
absolutamente ilegítima y, en gran parte, ilegal, a los tiburones del
capital financiero y aceptó una meta de superávit fiscal del tres por ciento
para el año 2004. Esto es una muestra de debilidad.

Sin embargo, no aceptó las demandas referentes a la compensación de los
bancos extranjeros y la rentabilidad de las empresas de servicios públicos
transnacionales, después de la devaluación del 2001; tampoco aceptó la
cronogramación de esos pagos prospectivos y consiguió una reprogramación a
tres años de alrededor de 21 mil millones de dólares de la deuda
multilateral. Esto es una muestra de fuerza.

Las debilidades internas de Kirchner son dos. Tiene que lograr la
reactivación de la economía nacional en muy corto tiempo, con tasas de
crecimiento mínimo del cinco al seis por ciento anuales, para desactivar la
bomba de tiempo social que los gobiernos vendepatrias de Carlos S. Menem y
Fernando de la Rúa han dejado.

No menos imperiosa es la tarea del presidente de generar urgentemente una
base social y una organización política nacional propia que le permita
mantener a raya a la corrupta clase política proveniente del Radicalismo
argentino y del Peronismo, y de enfrentarse a los tentáculos del poder de la
rancia oligarquía de la capital y de la Provincia de Buenos Aires.

La recuperación de importantes bases políticas en las provincias en las
últimas elecciones; el exitoso rescate del insípido gobernante de Buenos
Aires, Ibarra, a fin de llenar con fuerzas propias y aliadas el vacío de
poder que ha dejado la destrucción del peronismo en la capital, así como una
serie de medidas audaces contra los protagonistas de la guerra sucia y
jueces corruptos, han avanzado la causa de Kirchner. Sin embargo, está lejos
de encontrarse a salvo, porque camina en un campo minado por sus enemigos
internos y externos.

La debilidad del FMI, en cambio, se deriva del descontento de las masas
argentinas; de la precaria situación global del capitalismo neoliberal; del
desprestigio de sus instituciones internacionales y de la debilidad de
Washington. El gobierno Bush, que, como Hitler en 1943, se está tambaleando
bajo los impactos de su fracasado Blitzkrieg en el frente Este (Irak,
Afganistán, Palestina); que se encamina hacia un desastre económico-fiscal
nacional y que está siendo carcomido por una crisis de legitimidad por sus
descaradas mentiras sobre Irak, no hubiera podido frenar una crisis
financiera mundial, desatada por la cesación de pagos (moratoria) de
Argentina.

El equilibrio entre ambas fuerzas forzó, por lo tanto, el compromiso
obtenido que concede un período de relativa estabilidad a ambos actores. Esa
dualidad de poderes, sin embargo, sólo puede ser transitoria. Por eso, el
acuerdo tiene un doble significado: marca el comienzo de una tregua y, al
mismo tiempo, inicia un periodo de acumulación de fuerzas de ambos actores,
tendiente hacia la ruptura del status quo.

La guerra con el capital financiero internacional y su instancia
emblemática, el FMI, sigue por lo tanto, y puede desembocar pronto en una
batalla estratégica: en el caso de Argentina, en la revisión de las tarifas
de los servicios públicos privatizados, del sistema de pensiones y de las
indemnizaciones de la banca extranjera; en el caso de Brasil, en las
negociaciones de la deuda externa, planeadas para el fin de año.

Esta batalla estratégica no podrá ser ganada por Kirchner ---como tampoco
por Inacio "Lula" da Silva--- si se enfrentan solos al FMI. Es decir, antes
de diciembre tendrán que tomar la decisión, si confrontarán a los usureros
del capital financiero internacional en forma unida, y con el probable apoyo
de otros gobiernos latinoamericanos, o de manera individual.

Si deciden ir a la guerra con sus fuerzas unidas, no pueden ser derrotados.
Eso por tres razones: 1. el volumen de ambas deudas es tan grande y las
previsiones respectivas de las empresas transnacionales para clasificar sus
activos respectivos como pérdidas, están tan atrasadas, que la entrada en
default (cesación de pagos) de Buenos Aires y Brasilia quebraría la economía
mundial; 2. como si esto no fuera suficiente, Argentina cuenta con el
equivalente monetario de un arma táctico nuclear; 3. last but not least,
Argentina y Brasil cuentan también con el equivalente monetario de un arma
estratégico nuclear.

El arma táctico del cual dispone el presidente Néstor Kirchner es el fallo
del juez federal Jorge Ballesteros de julio del 2000, logrado por la heroica
lucha del compañero Alejandro Olmos, de que la deuda externa contraída por
la corrupta dictadura militar (1976-1983), es en parte ilegal e ilegítima,
porque nació de una asociación ilícita. Ballesteros dictaminó también, que
el Congreso es el foro para determinar las responsabilidades políticas
correspondientes.

La deuda externa equivalía en 1975 a alrededor de 8 mil millones de dólares.
Cuando terminó la tiranía, alcanzaba un monto de alrededor de 45 mil
millones de dólares. Entre el inicio de la dictadura y el año de 2000,
Argentina desembolsó más que el total de la deuda actual, a saber, más de
200 mil millones de dólares. En el mismo lapso, salieron alrededor de 130
mil millones de dólares por concepto de fuga de capitales del país. Por
todos esos hechos, no hay motivo alguno para seguir pagando ese saqueo de
los gorilas, de la oligarquía y de sus aliados transnacionales, en lugar de
utilizar el antecedente Olmos/Ballesteros contra ellos.

De mayor importancia aun es el arma estratégico nuclear monetario que está a
la disposición de Kirchner, Lula y demás presidentes de un impostergable
cártel de los deudores latinoamericanos. Se trata del Acuerdo de Londres,
ratificado el 27 de febrero de 1953 entre la República Federal de Alemania
(RFA) y sus acreedores.

Para devolverle a la elite alemana la capacidad de pagar las deudas externas
contraídas en décadas anteriores, después de haber llevado la destrucción y
muerte al mundo entero, el gobierno alemán obtuvo en ese Acuerdo las
siguientes concesiones de los acreedores que deben ser la pauta de toda
renegociación de la deuda externa latinoamericana.

1. Al fijarse el monto de la deuda total se condonó los pagos de intereses
desde 1934, reduciéndose la deuda casi a la mitad.

2. Durante los primeros cinco años (1953-57), se suspendió prácticamente el
pago de la deuda.

3. El principio clave, la "bomba nuclear" de Kirchner y Lula, está en el
artículo 9 del Convenio y en acuerdos respectivos de la RFA con el FMI que
estipulaba que las transferencias por conceptos de intereses y
amortizaciones "deben ser tratados... como pagos de transacciones
corrientes".

Esa cláusula excluía todas las formas nocivas de cobertura del servicio de
la deuda que hoy son dominantes y que hacen imposible que los países
neocoloniales salgan de la miseria: 1. el pago mediante las reservas
internacionales; 2. el pago a través de ingresos de devisas de la inversión
externa directa y de portafolio; 3. la importación de ahorro externo
mediante nuevos prestamos o bonos del Estado; 4. el canje de la deuda por
privatización o swaps del patrimonio nacional.

4. Al excluirse esas fuentes neocoloniales de financiamiento, la posible
cobertura del servicio de la deuda se reduce a la única forma económica
sostenible que existe para un país endeudado: un superavit de la balanza de
comercio y de servicios.

Bajo la acertada conducción del jefe de la delegación alemana, el más
importante banquero del régimen nazi y del primer gobierno demócrata
cristiano post-nazi, el devoto católico Hermann Abs, del Deutsche Bank, y
con el decidido apoyo de Washington, se logró justo este objetivo. En
palabras del Parlamento Alemán de 1953, "un reconocimiento unánime de los
representantes de 31 países que Alemania solamente tenga la obligación de
cubrir sus compromisos de pago solamente mediante un superavit en sus
balances comerciales y de servicios".

Entre esos 31 países se encontraban los acreedores actuales más importantes
de los países deudores del Sur, entre ellos, Estados Unidos, Inglaterra,
Francia, Italia y Canadá. Ninguno de estos países, incluyendo el vergonzoso
caso del gobierno alemán socialdemócrata-verde, está dispuesto, hoy día, a
concederle a los países martizirados por los usureros del capital financiero
internacional, el "libre comercio" y el proteccionismo de las potencias
mundiales, el derecho a una existencia económica digna, tal como lo
concedieron en 1952, en las negociaciones con un ex banquero nazi, a la RFA.

5. El Acuerdo de Londres redujo el servicio de la deuda externa alemana al
equivalente del 1 a 3,4 por ciento de las exportaciones anuales del país y
le daba el derecho a consultas y, de facto, a suspender los pagos, cuando su
"capacidad de transferencia" se veía afectada por "afrontar dificultades en
el cumplimiento de sus obligaciones externas".

Durante la Campaña de desendeudamiento Jubileo 2000, los gobiernos del grupo
G-7 demostraron sobradamente que no tienen disposición alguna, para acabar
con la usura financiera internacional, que les proporciona riqueza económica
y poder político global. Por lo tanto, hay que forzarlos a ceder.

Las condiciones objetivas para una negociación exitosa en beneficio de los
pueblos existen. La debilidad de Washington; el descrédito total del Estado
Global, en sus tentáculos estructurales, como el FMI, la Organización
Mundial de Comercio (OMC) y el Consejo de Seguridad; el ascenso de la lucha
popular; la consumación de la teoría del Nuevo Proyecto Histórico de la
sociedad postcapitalista, el Socialismo del Siglo XXI, y la constelación de
presidentes progresistas latinoamericanos en Argentina, Brasil, Venezuela y
Cuba, permiten romper desde la Patria Grande el nudo asfixiante de la deuda
externa.

En el poder económico, demográfico y territorial de estos países se
encuentra la masa crítica para la victoria. El Acuerdo de Londres
proporciona el concepto estratégico del triunfo. Solo hay que agregarle la
voluntad y audacia bolivariana para emprender el camino de la liberación.

Para los gobiernos de Argentina, Venezuela y Brasil, el problema de la deuda
externa no es de selección: es de sobrevivencia. Si no se enfrentan unidos
al capital financiero dentro de las condiciones actuales, que ofrecen los
laureles de la victoria, difícilmente verán el futuro que anhelan construir.