La única deuda de América Latina





José Pablo Feinmann
Página/12. Argentina, junio del 2003.


Por ahí, por 1830, en la Universidad de Berlín, Hegel les decía a sus
deslumbrados (y con frecuencia atónitos) alumnos: "América es el país del
porvenir. En tiempos futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en
la lucha entre América del Norte y América del Sur". Tenía razón: el poder
imperial, que residía en Europa en el siglo XIX, se desplaza a América en el
XX y sigue ahí en el XXI. Pero "América" ha pasado a ser América del Norte.
Y América del Sur es "América del Sur" o "Latinoamérica". Esta apropiación
semántica indica que la guerra pronosticada por Hegel ya se libró y que de
esa guerra surgieron un ganador y un perdedor. El ganador se quedó con el
nombre. El perdedor tiene que añadirle al nombre sus propias características
raciales para pertenecer a él. El perdedor ha permanecido americano, pero
"latino". El ganador se apropió enteramente del entero nombre. América del
Norte es "América" y lo es porque esa guerra de Hegel se libró y la ganaron
ellos, los del Norte. Tanto, que los latinos del sur les deben una deuda
descomedida, impagable. Una deuda que eleva la derrota a la temporalidad de
lo eterno. La relación Norte-Acreedor/Sur-Deudor ha eternizado un proceso
histórico, cristalizándolo. Esa relación no es histórica porque no
transcurre, evita el transcurrir; porque no deviene, evita el devenir. Esa
relación es un resultado, pero, a la vez, reproduce constantemente ese
resultado, congelándolo. En suma, el ser de la deuda es sostener la deuda.
El ser de la deuda es inmovilizar un momento de la historia absolutizándolo.
Nosotros debemos, ellos exigen. Una relación Amo-Esclavo sostenida por un
mecanismo cuantificable llamado Deuda. Una relación que sólo puede
quebrarse, historizarse, des-eternizarse, eludiendo el mecanismo que la
eterniza, la Deuda.
Veamos cómo empezó esta asimetría. Hegel mismo señala las diferencias entre
los colonizadores del Norte y los conquistadores del Sur. En el Mayflower
llegaron colonos a crear un país. En los barcos de Colón, Cortés y Pizarro
llegaron aventureros en busca de fortuna, saqueadores. Evitar aquí toda
consideración relativa a la "raza". Ni superioridad sajona, ni pereza
hispánica. Fueron sajones los que se instalaron en el Sur de América del
Norte y generaron una sociedad basada en el monocultivo, la esclavitud y la
exportación de productos primarios. Los del Norte dieron inicio al
capitalismo más dinámico de la historia; basado, coherentemente, en la
industria. Podríamos tomar como elemento de partida el azúcar de Cuba, el
café colombiano, el cobre chileno o el estaño de Bolivia. Voy a utilizar los
"ganados y las mieses" de la pampa húmeda argentina. El objetivo es el
siguiente: una economía que se condena al monocultivo, pierde. Pierde como
perdió el Sur contra el Norte industrialista en Estados Unidos. El destino
que las oligarquías criollas le impusieron a la América del Sur fue el que
el Sur quería imponerle a la América del Norte: el goce de la abundancia
fácil, el monocultivo y el latifundio. La Guerra de Secesión no se hizo para
liberar a los desdichados esclavos del Sur. Un senador de Carolina del Sur
les señala a los hombres de Lincoln que los obreros de Nueva York la pasan
peor que los esclavos de los campos de algodón. "¡Señor! Si se topa uno con
más mendigos en cualquier calle aislada de la ciudad de New York que los que
encontraría en toda una vida en el Sur".
Para colmo, insiste, los esclavos de Nueva York son blancos, "gente de
vuestra propia raza". Los nuestros, al menos, "pertenecen a una raza
inferior". Pero ésta no era la cuestión. ¿Por qué el Sur quiere separarse de
la Unión y desata esa guerra sanguinaria entre 1860-1865? Porque los
aristócratas sureños son exportadores de materias primas. Producen, pero no
para el mercado interno sino para el externo. No necesitan "un país".
Necesitan sus campos, sus esclavos y compradores externos. El resto, todo lo
elaborado, todo lo producido por la industriahabrán de importarlo. Viven,
así, de la naturaleza. No trabajan, trabajan sus esclavos. No producen,
produce el suelo. Viven de "la abundancia fácil". El Norte es
industrialista. Produce manufacturas, ergo: necesita un mercado interno.
Tiene que crearlo. Para crearlo tiene que colonizar su propio territorio.
Tenemos, aquí, la Conquista del Oeste. Las carretas de los colonos. Los
ferrocarriles. Todo se orienta hacia "adentro". (Comparar el trazado de los
ferrocarriles argentinos con los de Estados Unidos. Los argentinos apuntan
todos al Puerto: salen de él y regresan a él. Los de Estados Unidos apuntan
a la tierra, a lo nuevo, a la nada, a lo que hay que hacer, inventar: un
mercado interno, un país. Por cada piel roja que masacraba el furibundo
general Custer o quienes fueran como él (el Ejército yanki, en suma) se
ponían cien colonos. Por cada tres mil indios que mataba Roca, dos o tres o
cuatro familias recibían enormes territorios para explotación latifundista,
oligárquica. Para goce privado y poder político.
El Sur del general Lee se opone al trazado de ferrocarriles al Oeste, a la
colonización. ¿Por qué habrían ellos de destinar sus impuestos para eso?
¿Qué podía importarles? Secesión, entonces. El Sur no va a financiar los
proyectos expansionistas del Norte. El Sur no necesita expandirse. Sus
mercados los tiene afuera, no tiene que crearlos. El Norte, sí. Estados
Unidos se mantiene durante casi todo el siglo XIX fuera de la corriente
colonialista porque está consagrado a colonizar su propio territorio.
Estalla la Guerra y gana el Norte: gana la industria, el mercado interno, la
producción, las manufacturas, en suma: el capitalismo industrial. Ya en 1895
América del Norte invierte 47.000 millones de dólares en establecimientos
industriales. Gran Bretaña: 21.000. Alemania: 17.000. Francia apenas 14.000.
En la Argentina, por el contrario, Carlos Pellegrini y Vicente Fidel López,
que protagonizan un debate en favor del proteccionismo y la
industrialización contra el librecambio y la economía agroexportadora, han
sido totalmente derrotados. José Hernández ("Instrucción del Estanciero")
dice que vale lo mismo un vellón de oveja que una máquina. Y propone,
coherentemente, tratar bien a los gauchos, que saben mucho de vacas, de
ovejas, esas esencias de la patria.
Una simetría impecable: la Guerra de Secesión norteamericana termina en
1865. Ahí, exactamente ahí, Mitre y el Brasil inician la campaña contra el
Paraguay manufacturero de los López. "En vuestras bayonetas lleváis el
librecambio", dice Mitre a sus soldados. Mitre es el anti-Lincoln. Aquí, la
guerra la ganó el Sur. La ganó el país agroexporador, oligárquico, el país
del monocultivo, enemigo de la industrialización, del mercado interno. ¿Para
qué quería Buenos Aires un mercado interno? La burguesía porteña no era
manufacturera como la burguesía de Lincoln. No era productora, importaba
mercaderías y las metía en el mercado interno arruinando todo posible
intento de surgimiento manufacturero. Para entendernos: basta de decir que
alguna vez la Argentina fue un gran país. Para que tal cosa sea posible es
necesaria una clase productora progresiva, moderna, industrialista, con la
mirada vuelta hacia adentro y no hacia afuera. Nosotros tuvimos una
oligarquía agrícola ganadera que hizo una ciudad y un puerto: Buenos Aires.
El país funcionó en tanto funcionó ese esquema precario, elemental: el de la
abundancia fácil. El granero del mundo. Esa es la "nostalgia" argentina.
No bien los términos de intercambio se inclinaron decididamente en favor de
los productos industriales; no bien, luego de la crisis del 29, los viejos
compradores de la silvestre riqueza argentina decidieron no comprar, la
"grandeza nacional" se hizo añicos. ¡Si habrá sido vano y arrogante y hueco
ese festejo del Centenario! Un país construido por una clase ociosa, sin
ningún horizonte de grandeza, ligada a la producción elemental de la tierra,
"a los ganados y a las mieses" que tristemente cantó Darío, cortesano de
Buenos Aires, ésa fue nuestra "grandeza". Y bien, aquíestamos. Los yankis lo
mataron a Lincoln, pero Lincoln ya había ganado la guerra. Aquí lo matamos
porque la perdió, porque lo derrotamos, y con él a nosotros mismos. En
América latina las oligarquías criollas mataron el sueño bolivariano y
mataron al glorioso vencedor de Ayacucho, a Sucre. El Norte ganó la guerra e
hizo la Unión. América latina se diseminó en naciones pobres,
monoproductoras. Entonces, la Deuda. Entonces, el presente. La historia es
la que fue, nada puede ya modificarla. Somos eso porque eso hicimos. Hay que
hacer otra cosa. Lo Otro, hoy, tiene nombre. Se llama Mercosur. Ojalá estas
líneas contribuyan en algo a su consolidación, a su fundamentación
ideológica. La única deuda de América latina es consigo misma. Y el primer
paso de su futuro radica en la negación de su pasado.