Brasile: Sembrando la semilla de la resistencia



Sue Branford da ATTAC

Brasil esta sufriendo crecientes presiones para que autorice los
cultivos genéticamente modificados, en la estela de la decisión tomada
el mes pasado por la India de abrir las puertas a esta tecnología.
Durante cuatro años, un pequeño grupo de ecologistas y consumidores
cortos de fondos han triunfado contra todo pronóstico en mantener en
vigor la prohibición de organismos genéticamente modificados (OGM),
pero muchos observadores piensan ahora que es sólo cuestión de tiempo
que también Brasil siga la tendencia mundial.

Brasil es la pieza clave en el puzzle global de la biotecnología. El
área de cultivos genéticamente modificados en el mundo ha crecido
desde 1,7 millones de hectáreas en 1996 hasta 52,6 millones en la
actualidad en 2001. Alrededor de dos tercios de la misma ha sido
sembrada con una variedad de soja manipulada por la multinacional de
la tecnología Monsanto para que resista su herbicida Round-Up. Tanto
los Estados Unidos, que son el primer productor de soja, como
Argentina, que es el tercero han autorizado cultivos genéticamente
modificados. Solo Brasil, el segundo mayor productor, aun resiste a
los OGM.

Se espera que, en breve, la Cámara de Diputados brasileña apruebe un
proyecto de ley que autorizará la producción y el consumo de OGM. Como
primer paso, la comisión especial de la Cámara sobre alimentos
genéticamente modificados aprobó un informe muy favorable a los OGM el
mes pasado. Si Brasil da luz verde, será cada vez más difícil para
Europa y Asia adquirir soja no genéticamente modificada a precios
normales.  Se convertirá en un producto-nicho por el que los
consumidores ecológicamente concienciados y preocupados por la salud
tendrán que pagar un alto coste. Los cultivos genéticamente
modificados serán la norma.

Bob Callanan, de la Asociación Americana de la Soja, que es
fervientemente pro OGM, declaró el año pasado: "Estamos esperanzados
en que la última ficha de dominó caiga pronto. Por eso los ecologistas
están montando tanto follón en Brasil. Porque saben que si cae, se
acabó".

La terca resistencia de Brasil a los cultivos genéticamente
modificados cogió a las empresas de biotecnología por sorpresa. Cuatro
años antes, Monsanto esperaba que Brasil autorizase los OGM sin
debate, tal y como había ocurrido en la vecina Argentina. Como parte
de su estrategia global, Monsanto había comprado empresas brasileñas
de semillas y estaba lista para dominar la agricultura biotecnológica.
El gobierno brasileño había expresado  su apoyo a los cultivos
genéticamente modificados y estaba ayudando a financiar una factoría
de 360 millones de dólares que Monsanto estaba construyendo en el
nordeste del país para suministrar materias primas para el Round-Up a
toda Sudamérica. A principios de 2000, Monsanto incluso importó
semillas genéticamente modificadas para vender a los granjeros en la
siguiente siembra, previa autorización.

Pero Greenpeace y el Instituto Brasileño para la Defensa del
Consumidor (IDEC) tenían otras ideas. Alegaron conjuntamente ante los
Tribunales que el gobierno no tenía autoridad para permitir a Monsanto
la producción de semillas genéticamente modificadas sino que la
legislación medioambiental del país exigía que primero se realizaran
estudios acerca de los efectos a largo plazo de los cultivos
transgénicos en la salud y el medio ambiente. En una sentencia
histórica, en mayo de 2000, un juez brasileño falló en favor de los
demandantes.  Monsanto apeló de inmediato pero todavía esta esperando
una decisión definitiva que se espera se produzca pronto.

Hasta hace poco, el lobby anti OGM tenía poco apoyo de la poderosa
comunidad agrícola brasileña. Deslumbrados por informaciones de
grandes cosechas OGM y bajos costes de producción, granjeros del sur
del Brasil comenzaron a adquirir semillas genéticamente modificadas
pasadas de contrabando desde Argentina. Según algunas informaciones,
hasta la mitad de la soja plantada en el más meridional de los Estados
brasileños, Rio Grande do Sul puede ser transgénica.

Sin embargo, a lo largo del año pasado, algunos granjeros brasileños
se lo han pensado dos veces. Un enorme frente de la soja se ha
desplazado hacia el norte, alcanzando primero las planicies del Mato
Grosso y llegando ahora a la cuenca del Amazonas. Estos agricultores
han tenido mucho éxito con sus exportaciones de soja no genéticamente
modificada, algunas de las cuales llegan directamente a Europa a
través del nuevo puerto de Itacoatiara en el río Amazonas. Durante los
últimos dos años la porción de Brasil en el mercado mundial de soja ha
crecido del 24 % al 30 % mientras que la tajada de los Estados Unidos
se ha encogido del 57 % al 46 %. Una asociación agraria ha declarado
recientemente que sería "muy tonto" para Brasil autorizar los cultivos
genéticamente modificados porque "nos arriesgaríamos a perder un
mercado que hemos conquistado muy duramente".

No obstante, el ministro brasileño de Agricultura, Pratini de Moraes,
es un firme defensor de los cultivos genéticamente modificados. En dos
ocasiones ha intentado, sin éxito, autorizar algunos OGM. El año
pasado, en un viaje a los Estados Unidos, manifestó que Brasil estaba
planificando fuertes inversiones en cultivos genéticamente
modificados. "No debemos arriesgarnos a retrasarnos en la carrera
tecnológica", añadió.

Durante los últimos meses, la batalla sobre los OGM se ha enconado. En
enero, Anthony Harrington, ex-embajador de los Estados Unidos en
Brasil y actualmente lobbista de Monsanto, se reunió en privado con el
Presidente Fernando Henrique Cardoso que se encuentra en su octavo y
último año de mandato. Poco después, Cardoso convocó a todos los
ministros afectados por el debate sobre OGM y silenció al ministro de
Medio Ambiente, José Sarney Filho, que se había alineado abiertamente
con los ecologistas. Desde entonces el ministro ha dimitido,
aparentemente por otros motivos. Ahora, la atención se vuelve sobre el
Congreso. Mientras la Cámara de Diputados se prepara para votar,
varios directivos de Monsanto, incluido el director general Rodrigo
Almeida, han sido vistos intentando influir en los diputados.


"El tiempo está de nuestro lado, en la medida en que los problemas de
los OGM se vuelven cada vez más claros", dice Flavia Londres, de la
coordinadora anti OGM. "La batalla está lejos de haberse perdido".

Del GuardianWeekly del 25 de abril (aniversario de la revolucion
portuguesa) al 1 de mayo (Dia del Trabajo) de 2002. Traducción Angel
Díaz Méndez
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