Intervista a Rigoberta Menchu' del Guatemala



Allego questa interessante intervista del settimanale
cileno EL SIGLO (www.elsiglo.cl)al premio nobel per la
pace Rigoberta Menchu' Tum del Guatemala.
Saluti latinoamericani
cristiano morsolin 

4 de noviembre del 2001 
Entrevista a Rigoberta Menchú Tum

La doble moral de Estados Unidos

El Siglo

En medio de su visita a EE.UU., donde entre otras
cosas junto a los Premios Nobel de la Paz Mairead
Coorigan Maguire y Adolfo Pérez Esquivel se entrevistó
en la ONU con el actual Presidente de la Asamblea
General, el Presidente del Consejo de Seguridad y el
Secretario General, Kofi Annan, para protestar por la
agresión contra Afganistán, entrevistamos a la Premio
Nobel de la Paz y Embajadora de Buena Voluntad para la
Cultura de Paz-UNESCO, Rigoberta Menchú Tum.

-¿Qué opinión tiene sobre los atentados terroristas
cometidos en Estados Unidos y sobre el marco mundial
en el que ocurren? 

Desde el primer momento he condenado enérgicamente
esos actos criminales. Nadie puede justificar, por
ningún motivo, la matanza indiscriminada de civiles
indefensos. Ninguna causa o bandera puede validar el
uso del terror asesino en contra de mujeres, hombres y
niños. Por ello expresé inmediatamente mi solidaridad
con las víctimas e hice mío el dolor de sus
familiares. Yo no soy una observadora imparcial, soy
sobreviviente del terrorismo y por eso mismo mi
actitud de condena es tan categórica. También por ello
exijo que los Estados y las sociedades civiles en el
mundo nos opongamos definitivamente a cualquier forma
de terrorismo, ya sea que provenga de grupos
particulares o de los propios Estados.

Lo que no se vale es la hipocresía y la doble moral de
quienes condenan una forma de terrorismo, al mismo
tiempo que tratan de justificar el terror de los
Estados. Me duelen en el alma las más de 6 mil
víctimas civiles de Nueva York, porque son tan dignas
e inocentes como las más de 300 mil víctimas del
terrorismo de Estado en América Latina. Tanta
solidaridad merecen esos miles de ciudadanos
estadounidenses, como las decenas de miles de hombres
y mujeres latinoamericanos que un día fueron detenidos
arbitrariamente por fuerzas estatales y que nunca
jamás regresaron a sus casas con sus familias.

El terrorismo ejercido por los gobiernos militares en
mi país me arrebató a mi padre, mi madre, mis hermanos
Víctor y Patrocinio y a mi cuñada María. Y ellos son
tan sólo una parte de las más de 200 mil víctimas del
genocidio cometido en Guatemala. Por eso ofende
nuestra dignidad que, quien se cree el presidente del
planeta, nos diga: "Están con nosotros o están con los
terroristas". Las altas autoridades de los EE.UU.
pretenden ignorar que ellos mismos entrenaron,
armaron, financiaron y alentaron a las mentes enfermas
que hoy se les revierten; intentan ocultar que los
genocidios cometidos en la segunda mitad del siglo XX
en América Latina y en otras regiones del mundo,
contaron en la mayoría de los casos con la aprobación,
el respaldo y la asesoría de Washington.

Por esas razones, junto a miles de mujeres y hombres
en el mundo, exijo con firmeza que los responsables de
esos crímenes contra la humanidad sean identificados,
perseguidos judicialmente y juzgados de acuerdo con
las leyes nacionales e internacionales. No importa que
se llamen Osama Bin Laden o Henry Kissinger. Lo más
importante es que esos delitos de lesa humanidad no
queden en la impunidad; que se imponga el camino de
las leyes, el camino del Derecho. Una y otra vez he
rechazado y condenado la pretensión de que la venganza
prevalezca sobre la justicia. No puedo aceptar que el
Gobierno de los EE.UU. y los otros gobiernos que se
someten a sus dictados, pretendan hacer retroceder a
la humanidad a la ley del ojo por ojo. Hasta el día
anterior a los atentados terroristas en Nueva York y
Washington, varios gobiernos y algunos de los grandes
medios de comunicación en el mundo nos criticaban por
buscar juicio y castigo contra los responsables del
genocidio y el terror desde los Estados; nos acusaban
de estar buscando venganza y nos exigían optar por el
perdón y el olvido. Ahora, ellos invocan un supuesto
derecho a la venganza, pasando por encima de cualquier
principio o mecanismo jurídico.

-¿Cuál es su posición frente a lo que está ocurriendo
hoy en Afganistán? 

Con toda la fuerza de nuestro espíritu, desde los
cuatro puntos cardinales del planeta, miles de
personas que amamos profundamente la paz intentamos
evitar esa guerra. Nos dirigimos al Presidente Bush y
a los demás líderes para llamarlos a la cordura. Pero
todo fue en vano. La agresión más absurda y criminal
se ha desatado contra un pueblo inocente que durante
décadas, sin calma, sin tregua, ha sufrido las peores
agresiones, las intervenciones extranjeras y la
represión. Un pueblo campesino azotado por la guerra
impuesta, el hambre y las catástrofes naturales.

Estamos ahora frente a la injusticia incalificable de
que las naciones más ricas y poderosas del mundo han
unido su más alta tecnología y su maquinaria de muerte
para atacar a uno de los pueblos más pobres de la
tierra. Ofende la inteligencia de quienes en el mundo
pensamos con nuestra propia cabeza, que EE.UU. y las
grandes potencias pretendan hacernos creer que, para
perseguir a un grupo de terroristas, se justifica
arrasar aldeas completas, atacar a la población civil
en las ciudades y destruir edificios como el de las
Naciones Unidas o la Cruz Roja Internacional en Kabul.

Al pretender responder al terror de grupos fanáticos
con el gigantesco terror institucional de los Estados
más poderosos, se le está imponiendo a la humanidad
una lógica perversa. La brutal agresión contra el
pueblo de Afganistán, que viola toda legalidad
internacional, no la justifica nada.

Nadie, absolutamente nadie que actúe con cordura y
sensatez puede defender la agresión militar contra
este pueblo como un acto de justicia. Menos aun se
puede pretender que con esos actos de guerra se estén
creando las condiciones para que surja ahí un régimen
democrático.

-¿Qué acciones ha desarrollado para llevar adelante
esta postura contraria a la guerra? 

Ya me referí a la postura que hice pública el mismo
día de los atentados en los EE.UU. y a la carta que
dirigí al Presidente Bush. El lunes 8 de octubre, unas
horas después de iniciados los bombardeos sobre
Afganistán, una delegación integrada por la Premio
Nobel irlandesa Mairead Coorigan Maguire, el Premio
Nobel argentino Adolfo Pérez Esquivel y mi persona,
nos hicimos presentes en Nueva York para
entrevistarnos en la ONU con el actual Presidente de
la Asamblea General, el Presidente del Consejo de
Seguridad y el Secretario General, el señor Kofi
Annan. En cada una de esas reuniones expresamos
nuestro rechazo a la agresión militar que se había
iniciado, con la convicción de que la violencia no se
combatirá con más violencia. Demandamos la defensa y
el respeto al orden jurídico internacional establecido
para garantizar la convivencia entre las naciones.

Junto a varios Premios Nobel de la Paz, estamos
preparando un encuentro de personalidades con
representación y reconocimiento a nivel mundial para
reiterar y reforzar la exigencia a favor de la paz.
Buscamos que nuestro llamado a la cordura encuentre
eco en los parlamentos y en otras esferas de decisión
política, que sean capaces de oponerse a quienes se
han subordinado incondicionalmente a los grandes
intereses económicos, políticos y militares que están
arrastrando al mundo a la locura de la guerra. Este
encuentro probablemente se realizará en la Ciudad de
Madrid, España, en los primeros días de diciembre.

En estos días he estado recorriendo varias ciudades de
los EE.UU. para reunirme con universitarios, gente de
iglesia y otros grupos ciudadanos, acompañándolos en
sus esfuerzos por la paz y estimulando su
determinación de oponerse a la guerra. Estoy
convencida de que del seno del propio pueblo
estadounidense saldrán las mejores contribuciones a
favor de la paz y emergerán los movimientos más
efectivos contra el guerrerismo que hoy se ha impuesto
en el mundo.

-¿Cuál es en estos momentos su relación con Chile? 

He tenido pendiente estar presente en Chile para
expresar mi solidaridad e identificación con los miles
de mujeres y hombres que en ese querido país luchan
por la justicia y en contra de la impunidad. He
seguido con sumo interés y admiración la perseverancia
y la tenacidad de quienes se negaron y se niegan a
dejar en la indignidad del olvido a las miles de
víctimas del terrorismo de Estado. A mucha gente en
todo el mundo nos inspiró la valentía y la
determinación de quienes, a pesar de las amenazas y
los peligros, se atrevieron a presentar las primeras
querellas judiciales en contra de Pinochet y otros
responsables de los más graves crímenes contra la
humanidad. Admiro a los sobrevivientes y a los
familiares de las víctimas que escogieron el camino de
la justicia y se convirtieron en acusadores ante los
tribunales; valoro a los abogados que se pusieron al
frente de esas causas y las han conducido de manera
ejemplar; respeto enormemente a los jueces que no han
cedido a las presiones y están cumpliendo con la ley
para devolvernos, poco a poco, la confianza en el
sistema de justicia.

He dicho muchas veces que el día que Pinochet fue
detenido en Londres y se inició el proceso para
extraditarlo a España, nació una esperanza de justicia
para mí y para miles de víctimas del terror de los
Estados. Por primera vez vi, de manera concreta, la
posibilidad de llevar ante cualquier tribunal del
mundo a los responsables de la muerte de más de 200
mil de mis hermanos guatemaltecos, de ver juzgados de
conformidad con el Derecho a los autores de los
delitos de lesa humanidad cometidos en Guatemala, a
los grandes responsables de más de 45 mil casos de
desaparición forzada, de haber ordenado más de 600
masacres en comunidades indígenas, de haber borrado
del mapa más de 400 aldeas campesinas, en fin, de
haber cometido genocidio en contra del pueblo Maya.

Esa opción por el camino de la justicia y la vía del
Derecho, me llevó a iniciar en diciembre de 1999 una
querella ante los tribunales de la Audiencia Nacional
de España en contra de los altos jefes militares y
civiles, responsables de los delitos de genocidio,
terrorismo de Estado y tortura cometidos en mi
Guatemala.

Ese mismo voto de confianza en que algún día terminará
la impunidad y funcionarán libremente los sistemas de
justicia, nos llevó, a la Fundación que presido y a
mí, a constituirnos como querellantes ante los
tribunales chilenos en contra de los principales
responsables de la "Operación Cóndor". Al participar
dentro de esa querella estamos documentando lo
ocurrido en Guatemala desde 1966 como antecedentes
directos de lo que después aconteció con las
dictaduras militares en el Cono Sur. En ese año
surgieron en Guatemala, por primera vez en América
Latina, los escuadrones de la muerte, el secuestro
masivo de opositores al régimen, la tortura de los
prisioneros hasta la muerte y su desaparición
definitiva. Incluso se inauguró la práctica terrible
de lanzar al mar, desde aviones de la Fuerza Aérea,
los cuerpos torturados de los secuestrados.

Esos crímenes de terrorismo de Estado comenzaron en mi
país 7 años antes del cuartelazo de Pinochet y 10 años
antes del inicio de la dictadura argentina. Y el
círculo se cerró, a principios de los años ochenta,
con el envío de asesores militares chilenos y
argentinos a Guatemala. Esos "embajadores del terror"
llevaron a mi país las experiencias más sofisticadas
en técnicas de control de ciudadanos, secuestro y
tortura de opositores; en todas esas artes del horror
a las que elegantemente les llaman "inteligencia
militar". En todo ese proceso, de principio a fin,
está presente la asesoría, el entrenamiento, el
financiamiento y el equipamiento por parte del
gobierno de los Estados Unidos. El papel directo y
personal que jugaron personajes como Henry Kissinger o
Vernon Walters está claramente documentado.

Eso es lo que denunciamos, junto a otros acusadores
chilenos, uruguayos, argentinos y paraguayos, en la
querella recientemente presentada en Santiago ante el
Juez Juan Guzmán Tapia. Ahí está depositado este nuevo
voto por la justicia y en contra de la impunidad. Hay
que volver a inventar la esperanza con el optimismo de
que, a pesar de los tiempos adversos que hoy vivimos,
cada día somos más las mujeres y los hombres que
compartimos ese sueño.

Para empezar a cumplir ese compromiso con el pueblo
chileno y en particular con quienes han empeñado sus
esfuerzos en la lucha contra la impunidad, estaré en
Santiago el próximo martes 30 de octubre para
participar en el gran evento que los organizadores de
la Caravana por la Vida han preparado en el Estadio
Nacional. Con gran emoción uniré mi corazón al de los
miles de enamorados por la vida, que tercamente nos
negamos a claudicar ante el olvido.

JULIO OLIVA GARCIA 



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