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PlanColombia secondo H. Kissinger
- Subject: PlanColombia secondo H. Kissinger
- From: "Martinerrico" <martinerrico at libero.it>
- Date: Mon, 16 Jul 2001 10:35:06 +0200
http://www.elespectador.com/anteriores.asp?ano=2001&mes=06&dia=10&Submit2=Bu scar 10/6/2001 Plan Colombia, ¿una salida del caos? Henry Kissinger* Colombia es un país lleno de ambigüedad. Tiene una larga historia de ininterrumpida democracia; durante gran parte de la última mitad del siglo, sus líderes han sido impecablemente civilistas y surgido de elecciones periódicas, aunque en la mayoría de ese período los partidos políticos han conspirado para alternarse en el ejercicio del poder. Colombia además evitó en gran medida el ciclo de boom y crisis que afligió a sus vecinos. A través de un manejo fiscal prudente, escapó en esencia la crisis de la deuda latinoamericana de los ochenta y no requirió una reestructuración de su deuda externa. Pero Colombia tiene también una tradición de extrema violencia. Durante el último medio siglo se ha visto golpeada por una viciosa guerra civil. Parte de la razón para la endémica violencia es que Colombia es sumamente heterogénea. Diferentes culturas en varias partes del país constituyen, de hecho, sociedades disímiles: las montañosas, donde vive la mayor parte de personas de origen europeo; las planicies costeras, habitadas por muchos de los descendientes de esclavos traídos al país en el siglo XIX; y las regiones selváticas, donde sobreviven vestigios de la cultura indígena original. La guerra civil, iniciada originalmente por grupos radicales marxistas, se ha mezclado con la industria del narcotráfico, que provee la mayoría de las drogas ilegales que se consumen en Estados Unidos. Los productores de narcóticos financian a las guerrillas, que a cambio de las armas que pueden entonces adquirir, ofrecen paraísos seguros para la producción de coca. Como resultado, las guerrillas están, en muchos casos, mejor financiadas que el Gobierno. El Gobierno ha sido, por lo tanto, incapaz de romper el desequilibrio militar resultante; sus frustraciones han llegado al punto de garantizar a las guerrillas paraísos seguros. Partes del país son, en efecto, gobernadas por grupos radicales determinados a tumbar el gobierno central y por productores de narcóticos que desafían abiertamente la legislación nacional. En este proceso, Colombia se encuentra atrapada en el dilema clásico de la guerra de guerrillas. Las guerrillas no tienen que luchar excepto cuando tienen la mano ganada especialmente cuando operan fuera de sus paraísos. Y tampoco están obligados a ganar batallas; su meta es cobrar víctimas que minarán el poder establecido del Gobierno y sus bases de consenso político. Las guerrillas generalmente ganan siempre que no pierden y, por el contrario, el Gobierno pierde si no gana esto es, si no destruye a las guerrillas. Históricamente, las guerras de guerrillas, como las guerras civiles, han terminado, o bien en la victoria total de uno de los bandos o bien en la posterior exterminación de ambos. Las negociaciones entre los actores casi nunca concluyen en un compromiso pero éstas continúan siendo la prescripción favorita de los asesores norteamericanos que urgen salidas ³políticas². Tampoco han tenido éxito en Colombia a pesar de los tremendos intentos del Gobierno y el extraordinario paso de ceder un territorio sustancial a las dos mayores bandas guerrilleras. Todo esto ha convertido a Colombia en el más amenazador desafío de política internacional en América Latina para los Estados Unidos. Un colapso de gobernabilidad es una amenaza. Paramilitares autónomos conducen una guerra abierta contra las guerrillas, y la ley y el orden van camino a una total ruptura. Para los Estados Unidos, las consecuencias de semejante desenlace serían graves. Una desintegración nacional en Colombia sería una bomba para el progreso económico de la región, generaría una oleada de refugiados que inevitablemente llegaría a orillas de los vecinos de Colombia y a Estados Unidos, y acabaría con las limitadas acciones de control al narcotráfico que existen actualmente en el país. Dejaría un gobierno radical marxista soportado, al menos temporalmente, por dinero del narcotráfico en la mayor y más tradicional nación de los Andes. Esta crisis es en diferentes órdenes mucho más seria que la inestabilidad en Haití, que precipitó la malhadada intervención de la administración Clinton, o en Panamá, que llevó a una respuesta militar de la administración de George H. W. Bush. No hay duda de que Estados Unidos tiene un interés en el restablecimiento de la estabilidad en Colombia. Debe hacer todo cuanto pueda para ayudar a edificar allí un gobierno capaz de hacer cumplir sus propias leyes contra la producción de cocaína y heroína, contra los laboratorios de procesamiento de drogas, y contra los elaborados sistemas de transporte diseñados para mover las drogas desde Colombia para la distribución y consumo en los Estados Unidos. Ésta es la razón por la que en los últimos meses la administración Clinton dio impulso, bajo el lema ³Plan Colombia², a un vasto programa de asistencia. Los US$1,2 millones proyectados son para ser gastados en helicópteros avanzados y otros equipos, con asesores estadounidenses para entrenar tropas para combatir en la guerra contra la guerrilla. El propósito es destruir el segmento de las drogas de los movimientos guerrilleros, dejando a las guerrillas bien en situación de rendirse o de negociar su retirada. Desafortunadamente el énfasis casi exclusivo de una solución militar del Plan Colombia, virtualmente invita al fracaso. Para ayudar al Gobierno colombiano a reafirmar su autoridad sobre las áreas guerrilleras productoras de drogas, para controlar los sistemas de procesamiento y transporte, y para ganar la guerra triangular a las guerrillas y los grupos paramilitares, se necesita mucho más que helicópteros de ataque y un puñado de tropas sujetos a un corto curso con instructores americanos. Los cultivadores de drogas, en su mayoría pequeños y pobres agricultores, deben tener una amplia oportunidad para emprender cultivos alternativos. La asistencia de los Estados Unidos a Colombia para agricultura alternativa ha sido ínfima comparada con la ayuda militar. Hasta ahora ha sido la desesperación económica de los pequeños agricultores colombianos la que los ha convertido en fácil objetivo de los productores de drogas. Entonces, también las facciones paramilitares derechistas deben ser metidas en cintura. Los derechos humanos de aquellos que viven en las zonas de violencia deben ser protegidos no sólo de las guerrillas sino también de las autodenominadas fuerzas de seguridad privadas que justifican su existencia en la ineficacia de las fuerzas gubernamentales de seguridad y policía. La reforma total e indiscriminada de las instituciones de justicia criminal es esencial. En estas circunstancias, el Plan Colombia carga con el mismo momento desesperanzador que condujo a América a involucrarse en Vietnam, primero un punto muerto y después frustración: hacia afuera los Estados Unidos limita su involucramiento al entrenamiento y al suministro de equipo militar vital en este caso grandes helicópteros de ataque. Pero una vez que los esfuerzos sobrepasan un cierto punto, los Estados Unidos, para evitar el derrumbe de las fuerzas locales en las cuales ha invertido su propio prestigio y tesoros, serán llevadas a tomarse el terreno por sí mismos. Cuando los intereses están a estas alturas, es peligroso emprender la empresa sin el apoyo de por lo menos algunos de los principales países latinoamericanos. La cooperación hemisférica, sin embargo, ha sido dolorosamente escasa con respecto al Plan Colombia. Bajo Hugo Chávez, Venezuela, que tiene una extensa frontera con Colombia, simpatiza con las guerrillas radicales y se opone inclusive a una presencia americana indirecta cerca de sus límites. Brasil, con otra extensa frontera, ha estado hasta ahora poco comprometido con respecto al papel de los Estados Unidos. Perú y Ecuador están demasiado preocupados con sus problemas domésticos para prestar una ayuda efectiva. Los vecinos de Colombia por lo general temen tanto que el Plan tenga éxito como que falle. A ellos les preocupa que, si la industria de los narcóticos es sacada de Colombia, se moverá hacia Ecuador, Perú y Brasil y al involucrar a sus propias fuerzas armadas con los cultivos de coca éstas terminarán convirtiéndose en movimientos guerrilleros. Muchos de ellos temen más un gobierno de izquierda en Bogotá, tolerante con los carteles de la droga, menos que a los centros de narcóticos en sus propios países. Como una coartada para su desgano a cooperar, los gobiernos latinoamericanos tienden a citar la hipocresía de los Estados Unidos, reclamando que EU está más preparado para dar la guerra contra las drogas en territorios extranjeros que para combatir su consumo doméstico. Las críticas latinoamericanas al énfasis de los Estados Unidos en el problema de los suministros tiene mérito, en la medida en que hace énfasis en las reducciones de los Estados Unidos en la guerra doméstica contra las drogas. Hasta ahora esto no altera la realidad que el efecto de la cultura de la droga es inclusive más corrosiva en Latinoamérica que en los mismos Estados Unidos. En los sistemas altamente centralizados como los latinoamericanos, la corrupción asociada con el comercio de las drogas inevitablemente alcanza a altos funcionarios y al sistema de justicia criminal. En un sistema descentralizado como el de los Estados Unidos, la corrupción se focaliza en los niveles locales. En América Latina comerciar con drogas ilegales es políticamente desestabilizador; en los Estados Unidos es una vergüenza política y una crisis social. No obstante, ambas regiones pagarán un enorme precio no menor del que será la corrosiva influencia en las relaciones bilaterales si el problema no es resuelto cooperativamente. La nueva administración no tiene tarea más importante que obtener cooperación para un programa el cual combina el aspecto militar del Plan Colombia con un precavido programa social de agricultura y reformas judiciales. Un importante primer paso es expandir la cooperación entre México y Estados Unidos para controlar el flujo de drogas de Colombia a través de México hacia Estados Unidos. El presidente mexicano, Vicente Fox, ha establecido su programa de control cooperativo que podría ser extendido a Centroamérica y Colombia. Los otros países, especialmente los vecinos de Colombia, podrían involucrarse tomando de base el hecho de que ellos no están en capacidad de permitir que el gobierno pierda el control en más partes del país. En algún momento, se podría concluir que si no hay más alternativa que negociar un acuerdo con la guerrilla, ése sería el paso final antes de perder el control de todo. La decisión de la administración de Clinton de resistirse a un resultado como éste si fuera necesario, es incomprensible. Pero ésa es la preocupación de quienes ven venir el peligroso final de un prolongado e inconcluso esfuerzo antiguerrilla y antidrogas. Como alguien que sirvió en la administración que heredó la guerra de Vietnam en un punto muerto, recuerdo que todo empezó como un esfuerzo para usar la tecnología americana para derrotar a las guerrillas indígenas. Yo soy, sin embargo, extremadamente sensitivo cuando los conflictos armados comienzan por motivos nobles, pero lamentablemente siempre terminan en un punto muerto, desilusionante, y lo peor es que acaban por convertirse en una amenaza para la estabilidad y la seguridad. El aspecto militar del Plan Colombia y su unilateral ejecución por parte de Estados Unidos es el mejor camino para ganar tiempo en un programa hemisférico, social y político. ¿Pero qué pasa si los países de Latinoamérica se niegan a cooperar? Dada la importancia de Colombia y los peligros asociados con su colapso, un programa sustancial de asistencia es apropiado. Pero Estados Unidos no debe cruzar la línea de una simple asesoría que lo haga participante en el conflicto. Entrenar el personal militar colombiano podría tener lugar en Estados Unidos o en bases cercanas, por ejemplo en Panamá. Los propósitos, e igualmente los límites de ese programa necesitan ser claramente definidos. Y el inevitable debate nacional debe ser conducido con algo de entendimiento de la realidad local, especialmente desde que los grupos guerrilleros han aprendido a sacar provecho de las preocupaciones de Occidente sobre los derechos humanos para justificar la intervención (como en Kosovo) o inducir un retiro (como en Vietnam). Antes de que Estados Unidos se enrede más, la nueva administración debería definir sus objetivos: ¿son ellos la estabilización de la situación militar o la victoria? Y, ¿cuál es la diferencia? ¿Cuál es el peligro de la estabilización militar, es el preludio de una derrota? Si la victoria es el objetivo, ¿cuál es su definición, cuánto tiempo tomará y cuánto esfuerzo requerirá? ¿Hasta dónde podremos llegar solos? Sobre todo, la administración debe explicar a la gente a qué se enfrenta, para que nosotros no nos dejemos llevar por decisiones que no permitan ni un triunfo ni una salida. Copyright (c) 2001 de Henry Kissinger. Tomado de su próximo libro ŒDoes America Need a Foreign Policy?¹, por Henry Kissinger, a ser publicado en junio de 2001 por Simon & Schuster. Reproducido con permiso del editor y del autor. ********************************************************************** Martin E.Iglesias martinerrico at libero.it ********************************************************************** ³Cadauno de nosotros somos el ladrillo de nuestra futura casa....² ³Ciascuno di noi è il mattone della nostra casa futura....² ------------------------------------------------------------ (Dalla Campagna NoNobel - http://www.peacelink.it/tematiche/latina/nobel/)
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