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El maíz un asunto de Estado



Entrevista con Peter Rosset, de Food First

 Tania Molina Ramírez

El especialista en asuntos rurales, Peter Rosset, hace un recorrido
por la historia reciente de la política agraria estadunidense y cómo
su aplicación ha repercutido en el mundo.  Han pasado 30 años desde
que los poderosos del país vecino acordaron que la producción de
granos básicos sería uno de los puntos claves para mantener la
tambaleante hegemonía económica de Estados Unidos. ¿El resultado?
Millones de agricultores expulsados del campo en todo elmundo, precios
agrícolas por debajo del costo de producción y dos comercializadoras
que controlan más de la mitad del comercio de granos en el planeta.

Las reglas del juego que llevaron a este catastrófico panorama corren
el riesgo de quedar "fijadas, selladas en cemento" en septiembre de
2003 en Cancún, cuando los ministros en la OMC firmen el acuerdo de
agricultura. "Si se arma una especie de Seattle -dice Rosset-, se
podría descarrilar el tren de la OMC. La sociedad civil mexicana tiene
una responsabilidad histórica"

PETER ROSSET, codirector del Institute for Food and Development
Policy -mejor conocido como Food First-, con un doctorado por la
Universidad de Michigan, platicó con Masiosare sobre un tema que le
apasiona: la agricultura y la alimentación mundial.

Rosset explica con una enorme facilidad asuntos que podrían resultar
difíciles de comprender -política de precios bajos, mecanismos de
subsidios-; recurre a ejemplos; tiene la virtud de no quedarse volando
en la estratósfera conceptual, como le ocurre con frecuencia a los
académicos acostumbrados a sólo compartir sus opiniones con colegas en
simposios. Quizá el lenguaje sencillo y claro del también activista
sea fruto obligado de sus participaciones en innumerables reuniones
con campesinos de Brasil, México e India, entre otros países.

Armas, patentes y granos

Corría el año de 1973 y Richard Nixon gobernaba Estados Unidos. Un
preocupado grupo de la cúpula del poder estadunidense se juntó para
hacer un análisis de los siguientes 50 años. Estados Unidos estaba
perdiendo su supremacía económica mundial. Las empresas electrónicas
japonesas ya superaban a las estadunidenses, y Europa ya le hacía una
digna competencia a la industria automotriz del vecino país del norte.

El asunto a tratar en aquellas reuniones, cuenta Peter Rosset, era en
qué productos iba a destacar Estados Unidos para evitar perder la
hegemonía que ya se le deslizaba por los dedos. Los líderes acordaron
poner todos los huevos en tres canastas: las armas (sólo necesitaban
asegurarse de que hubiera suficientes conflictos bélicos que
alimentar), las patentes y los granos básicos (Estados Unidos posee
"prácticamente los suelos de temporada más fértiles del mundo y la
maquinaria agrícola más poderosa").

A partir de estas juntas, "se reformularon las políticas del sector
agropecuario en función de promover la exportación y de capturar el
mercado de otros países para las empresas comercializadoras
estadunidenses". Así comenzó el dominio de transnacionales como
Cargill y Archers Daniels Midland(ADM) -estas dos controlan más de la
mitad del comercio mundial de granos-.

A precio de remate

Así, a partir de la administración Nixon, el modelo agrícola es el
siguiente: hacia el exterior, "Estados Unidos trata de imponer la
reducción de las barreras arancelarias de otros países y abrir los
mercados a los productos estadunidenses" a través de los mecanismos de
ajuste estructural del Banco Mundial y del FMI (préstamos a cambio de
apertura de mercados), y también a través de las negociaciones del
GATT y posteriormente de la OMC. En la negociación del TLC "prevalece
la misma lógica", así como con la del ALCA.

Pero no basta con abrir mercados. Se requiere de "un producto tan
competitivo que los mercados locales no puedan competir con él". Así,
la otra parte de la estrategia es la política interna de precios
bajos. "Se arma una estructura de subsidios para garantizar un precio
extremadamente bajo para las materias primas, de tal manera que las
empresas tienen el lujo de que pueden comprar, por ejemplo, el grano
básico, a un precio por debajo del costo de producción", dice Rosset.
Y da un par de cifras: Cargill compra el maíz y lo vende en el mercado
global a un precio 20% inferior a lo que cuesta producirlo. El caso
del trigo es aún más impresionante: lo compran y venden a un precio
40% por debajo del costo de producción.

No es difícil entender por qué México y Guatemala dejaron de ser
productores de trigo.

Granjero gringo, una especie en extinción

La política agraria estadunidense no sólo causa estragos al exterior
de ese país. Una política desigual de subsidios, que recompensa
infinitamente más al productor grande que al pequeño ha provocado que
"el productor familiar en Estados Unidos sea una especie en extinción,
ya que el precio que recibe por su cosecha está por debajo de su costo
de producción; y en cambio, los grandes productores reciben un
subsidio que muchas veces es mayor que su ingreso total por la venta
de su cosecha". El promedio global de subsidio es de 20 mil dólares
por productor, pero hay quienes reciben sólo 400 dólares y otros que
obtienen 500 mil al año.

Millones de agricultores se han ido a la quiebra en los últimos años,
lo cual ha generado "una expulsión masiva de pequeños agricultores en
Estados Unidos y el resto del mundo".

Quienes ganan con una política de precios bajos son las grandes
comercializadoras que compran barato y arrasan con el mercado en otros
países porque los productores locales no pueden competir con el
bajísimo precio al que ofrecen el producto. O sea, en lenguaje de
economistas: realizan prácticas de dumping.

Peter Rosset ilustra lo anterior con el caso de México: entre 1982 y
1998, según datos del investigador de El Colegio de México, Alejandro
Nadal, el precio del maíz cayó en 50%, y de 1999 a la fecha cayó un
adicional 33%.     "Más de lo mismo, pero peor"

Candil de la calle... La reciente aprobación de la US Farm Bill causó
revuelo. Y es que esta ley agrícola (que recoge el conjunto de
políticas del sector campo y es renovada cada cinco años) contradice
el discurso que Estados Unidos ha pregonado en todas las negociaciones
comerciales: ¡Abajo los subsidios, fuera barreras!

La Farm Bill "aumenta el gasto promedio de los subsidios en 80%. Sí es
algo peor, pero no es algo nuevo, es más de lo mismo", dice el
investigador.

Durante las negociaciones del ALCA y la OMC, Estados Unidos argumentó
que ningún país debe tener subvenciones o precios de soporte para su
agricultura o barreras a la importación porque distorsiona el mercado.
Pero, al renovar su Ley Agraria, no sólo mantuvo los subsidios (en la
anterior ley se había comprometido a eliminarlos en un periodo de
siete años), sino que además los incrementó enormemente.

Para el agroecologista, lo positivo del asunto radica en que Estados
Unidos perdió credibilidad ante otras naciones. "Los gobiernos habían
estado como servidores fieles, haciendo el trabajo sucio de Estados
Unidos; (las autoridades de) Argentina, Chile, Uruguay, repetían todo
lo que decía Estados Unidos. Ahora que este país hace lo opuesto de su
retórica, sienten como si el patrón les hubiera dado una cachetada.
Esto desestabiliza las negociaciones, abre una gran oportunidad para
la sociedad civil que en casi todos los países está en contra del ALCA
y la OMC".

Aunque, añade Rosset, un factor a tomar en cuenta es el miedo que la
mayoría de las naciones tiene a las represalias económicas y políticas
de Estados Unidos. A veces "no es que crean en las palabras, el
problema es el palo".

  "Arrancar la puerta"

Si bien con el ALCA y la OMC Estados Unidos busca lo mismo que a
través del Banco Mundial y del FMI ("mantener la hegemonía económica
en el mundo exportando productos agrícolas; abriendo los mercados de
otros países y derribando sus barreras"), hay una notable diferencia:
"Una cosa es que hagas un acuerdo de ajuste estructural con el Banco
Mundial, un acuerdo así es reversible; un día dices 'ya no quiero', y
lo peor que pasa es que el Banco te retira el préstamo; pero un
tratado es irreversible, tiene peso de derecho constitucional o
incluso por encima de la Constitución".

  El activista lo resume así: "Lo que hizo el ajuste estructural fue
abrir la puerta; ahora, con el ALCA se va a poner un candado, pero en
posición abierta para que no se pueda cerrar... o incluso se va a
arrancar la puerta para dejar las economías abiertas para siempre,
para que esos grandes depredadores, que eso es lo que son las
transnacionales comercializadoras de granos, puedan capturar esos
mercados y ya nunca más soltarlos. Es como poner en cemento, en fijo,
el modelo: el mercado va a pertenecer a las grandes
comercializadoras".

El panorama para los productores locales es sombrío: "No hay espacio
en los mercados locales para los productores locales, que se tienen
que ir a las ciudades, a Estados Unidos".

El representante comercial

En vista de que las metas agrícolas de las comercializadoras y del
gobierno son las mismas, ¿quiénes mejor que los empresarios para
representar al país vecino en las negociaciones de los acuerdos?

Pongamos, por ejemplo, el caso de la Ley de Crecimiento y Oportunidad
para Africa, firmado entre este continente y Estados Unidos. ¿Quién
redactó la cláusula agrícola? El abogado de Cargill, quien lo entregó
a los funcionarios estadunidenses y estos "ni siquiera le cambiaron
una coma", cuenta Peter Rosset.

"A cualquier negociación, Estados Unidos lleva la delegación más
grande y la mayor parte son representantes del sector privado", dice
el investigador.

"Básicamente, estas empresas son las que redactan el texto para estos
acuerdos, a través de una casi ficción llamada gobierno de Estados
Unidos, el cual más bien es un representante comercial".

"Estuve en la FAO, en Roma", sigue Rosset, "y en el Codex Alimentarius
(la agencia que regula la calidad de los alimentos en la OMS) cada
país tenía una representación, pues al representante de Estados Unidos
le decían el representante de Monsanto (transnacional biotecnológica).
Así de obvio".

Monopolio, el verdadero problema

El panorama, para nuestro país, es poco alentador.

El precio del maíz cayó estrepitosamente "en parte por la puesta en
práctica del TLCAN y en parte por su no aplicación", dice Rosset. En
el TLCAN se establecía que el precio iba a caer en el transcurso de
los primeros 15 años, pero "hizo toda la caída en los primeros dos; la
realidad es peor que el TLCAN. No sé si sea la mordida o qué, pero los
funcionarios están tan entusiasmados con las importaciones, que
permiten más de lo que permite el TLCAN".

Hoy, México importa del vecino país del norte el 25% del maíz que
consume. Si mañana el gobierno estadunidense se enojase con la
administración de nuestro país y decidiese cortar de tajo el flujo de
maíz a territorio mexicano, "a corto plazo habría una escasez de este
grano porque el gobierno mexicano ya ha expedido tantas permisos que
ha afectado la producción nacional", explica Rosset.

"A mediano plazo, sin embargo, sería una cosa positiva para el campo
mexicano porque habría un rápido repunte, los productores podrían
responder con una mejor producción en tan sólo un ciclo agrícola,
tendrían un mejor precio, sería un factor buenísimo para devolverle
vida económica a las zonas rurales", asegura el activista. Pero, tras
un momento de reflexión, añade: "Sin embargo, el asunto se complica
por el monopolio" de los grandes productores y comercializadoras, como
Maseca. El monopolio es el verdadero problema detrás de los acuerdos.
Cuando hay poder monopólico, las empresas son capaces de distorsionar
y capturar los beneficios de las políticas sectoriales".

Rosset continúa: "Si el gobierno mexicano tuviera una política de
subvenciones al sector agrícola, de precios bajos, si se hace en un
ambiente de monopolio, el gran productor y comercializador va a buscar
la manera de llevarse el grueso del beneficio, de capturar y
distorsionar la política a su favor".

  El maíz y los zapatos

Es por esto que, a juicio del especialista de desarrollo rural, "la
lucha campesina y popular en la época de la globalización tiene que
ser una lucha antimonopolio".

Pero, sigue, para obtener frutos en su lucha, los pequeños
agricultores necesitan unir fuerzas con otros sectores: "Es la única
manera en que pueden tener oportunidad de realmente influir en las
políticas". The National Family Farm Coalition, la más importante
coalición campesina estadunidense, "desde hace años hace énfasis en la
alianza con los ecologistas, los sindicatos y los consumidores
urbanos; sabe que sola no tiene influencia política (el porcentaje de
la población en Estados Unidos que labora en el campo es menor al
1%)".

Hacer alianzas, sí. Pero, ante un panorama catastrófico como el
pintado por Rosset, ¿qué alternativa tienen los campesinos del mundo?

"La posición de los campesinos en todo el mundo es: hay que sacar la
agricultura de los acuerdos comerciales porque está en juego la vida y
la soberanía", contesta el activista. "La agricultura es algo básico,
genera los alimentos, los alimentos son la vida, los alimentos no se
pueden incluir en el juego comercial. Hay una gran diferencia entre
producir maíz y zapatos. Si el maíz es la base de consumo del país y
dependes de la superpotencia para tu próxima tortilla, estás poniendo
en juego la soberanía y la seguridad nacional". Y es que, sigue
Rosset, el "problema con estos acuerdos es que no permiten que los
países diseñen sus propias políticas de acuerdo a sus propias
necesidades, que varían de país en país".

Responsabilidad histórica

Peter Rosset es cauteloso. "Hay que preguntar qué tan realista es que
la sociedad civil pueda lograr que se saque la agricultura de los
acuerdos comerciales". El recién aprobado Farm Bill aporta un atisbo
de esperanza es este sentido: "Crea ruptura entre los gobiernos, la
cual puede ser aprovechada por los pueblos organizados".

Además, "el auge del movimiento por la justicia global también da más
oportunidad a los pequeños agricultores en su lucha". Lucha que en el
futuro va a tener dos momentos claves: el próximo octubre en Quito,
Ecuador, donde se firmaría el ALCA ("hay una convocatoria a una masiva
concentración de organizaciones campesinas y populares; se espera que
logren una protesta bastante impactante").

Septiembre de 2003. Cancún, México. Quinta reunión ministerial de la
OMC, la más importante hasta la fecha. "Va a ser un parteaguas en el
comercio mundial porque se supone que se va a firmar el acuerdo de
agricultura -explica Rosset-; si logran firmarlo es una catástrofe
para los agricultores en todo el mundo. Sin embargo, ya con las
fricciones entre los gobiernos y el auge del movimiento por la
justicia global, si se logra armar una especie de Seattle en Cancún,
se podría descarrilar el tren de la OMC. Este reto representa una
responsabilidad histórica para la sociedad civil mexicana".

  Juan Uribe

mailto:juan.uribe@avantel.com.mx API/CEDS Avantel


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