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            Julia Sotelo fue viuda cuando los paramilitares asesinaron a su esposo, dirigente del Partido Comunista Colombiano. Foto: Àlvaro Angarita, VOZ.  | 
        
      Una
 mujer, una campesina, una líder de la Asociación de Mujeres del
      Magdalena, se paró en frente de un auditorio de 300 personas. Sin 
timidez. Tenía en las manos un escrito que había preparado para ese día.
 Lo leyó con la voz quebrada mientras las lágrimas le
      resbalaban y se escondían en su blusa. Su testimonio inauguró la 
Semana por la Memoria y ayudó moldear el informe: “Mujeres que hacen 
historia. Tierra, Cuerpo y Política en el Caribe
      Colombiano”. Esto fue lo que contó.
    
    
      “En
 el Magdalena a las madres las obligaban a buscar los cuerpos de sus
      hijos por días, los cadáveres que los paramilitares mataban y 
botaban lejos. A otras les ordenaban no darles sepultura. A las celosas 
les exigían barrer las calles a pleno sol. A las que eran
      habladoras las amarraban a un palo todo el día. A las que usaban 
faldas cortas les rapaban el pelo o les marcaban la piel. A las que 
acusaban de infidelidad las mataban. A las que señalaban de
      ser colaboradoras de la guerrilla las torturaban y las violaban, 
como trofeos de guerra. A las campesinas las mandaban a lavar la ropa y 
las botas ensangrentadas y les decían que tenían que
      cocinarles. ¿Quién les decía que no?
    
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| Una joven colombiana, víctima por los paramilitares. Foto: Dick Emanuelsson | 
      En
 Orihueca, por ejemplo, a las mujeres de los obreros y campesinos las
      secuestraban todas las noches y las llevaban a pernoctar con los 
paramilitares. Las montaban en las camionetas y luego se las repartían 
como quien reparte vacas. Y cuando no se movían o no se
      dejaban acariciar, por el asco que les producía, las torturaban 
con puñales, les laceraban el cuerpo. Las violaban en público y en plena
 calle del pueblo.
    
    
      Está
 el caso de la mujer de Piñuela, a quien el asesino de su esposo la
      forzó a convivir con él en su propia casa. La forzó a cobrar la 
pensión de su esposo asesinado para gastarse la plata en parranda. Tuvo 
que parir el hijo de su victimario y fue presionada a ir
      con él al campamento en donde cometían crímenes. Un día, en medio 
del miedo, escapó como pudo y lo denunció.
    
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            Una mujer colombiana, viuda después que el ejercito y los paramilitares asesinaran a su esposo, dirigente sindical bananero. Foto: Voz.  | 
        
      También
 acosaban sexualmente a todas las niñas de los pueblos. En las
      escuelas, los chicos no se atrevían a enamorarlas porque ya tenían
 dueños. Como Silvia, que apenas con 13 años estaba destinada a ser 
mujer de varios paramilitares y no se les permitía a los
      chicos mirarla. Si lo hacían firmaban su sentencia de muerte.
    
    
      No
 puedo olvidar −no borraré de mi memoria− a una niña de 12 años que
      fue llevada a empujones, llorando por el camino a pie que va a la 
finca La Guachatela, en la Sierra, en donde su padre negoció su castidad
 con el patrón, el mismo que compraba la virginidad de
      las niñas menores de 14 años en 5 millones de pesos. Cuando llegó 
la encerraron durante 15 días. A las afueras estaba rodeada por hombres 
armados. Daba gritos cuando el patrón se acercaba a
      besarla, cuando la tocaba con sus manos asesinas. Hoy cuenta con 
dolor que era un viejo de 60 años, y que a pesar del tiempo ella sigue 
sintiendo asco de su cuerpo, y no ha podido
      olvidar.
    
    
      No
 es fácil contar estas historias. Las mujeres que se atrevieron a
      relatarlas son las valientes que vencieron el dolor y la 
vergüenza. Han resistido y siguen resistiendo porque en el Magdalena 
muchos actores armados siguen en el territorio. Son ellas quienes
      reclaman respeto, las que no quieren más violencia feudal, ni más 
patrones o caciques que prostituyan a las niñas. Las que quieren 
sentirse bellas y dignas, capaces de inventar, de conocer, de
      soñar con que el amor existe”.