Bolivia: Crónica de la Plaza Murillo



13 de febrero del 2003
Heinz Dieterich Steffan                             Rebelión
Eran las 3 de la tarde del 12 de febrero, cuando el Comité Ejecutivo de la
Central Obrera Boliviana (COB) discutía el "Manifiesto de la COB al País".
Gases lacrimógenos, que penetraron las ventanas de la oficina, dificultaron
la discusión y con creciente frecuencia sonaron los disparos de armas de
guerra, desde la histórica Plaza de Murillo, sede del Congreso de la Nación
y a cinco cuadras de la COB.

Saturnino Mallcu Choquetylla, Secretario Ejecutivo de la COB da lectura a la
propuesta del Manifiesto y pide "consideraciones" de los demás. Interrumpen
llantos la sesión, cuando intempestivamente se abre la puerta con violencia
y tres mujeres entran, implorando ayuda a la COB: "Los militares nos están
matando como animales, están matando a nuestros maridos, ayúdennos, por
favor". Se les atiende y la discusión sigue.

Llegan dos delegados del Sindicato de Mineros. "El Alto se está levantado",
dicen, refiriéndose a la inmensa urbe de miseria que colinda con La Paz.
"Los obreros están saliendo de las fábricas y el ejército ha empezado a
disparar. Ya hay varios heridos". El pueblo se está levantando.

Mañana hay paro nacional, dice Saturnino y la manifestación será muy fuerte.
El presidente del sindicato de los mineros, un viejo luchador social,
interrumpe. "Yo creo, que no debemos estar discutiendo aquí, cuando el
pueblo está en la calle. La COB debe estar con el pueblo."

"Tu sabes que es muy difícil llegar a la Plaza Murillo, porque toda la zona
está militarizada", responde Saturnino; pero pronto la opinión es unánime:
el sindicato tiene que ir a luchar en la calle. "Vámonos", dice Saturnino,
agarra sus papeles y todos le siguen a la calle. Despliegan la bandera roja
de la COB y unos veinte miembros del comité ejecutivo se forman detrás de
ella.

Enfrente se encuentra el edificio de la Fuerza Aérea y desde la azotea un
Policía Militar los observa a través de un telescopio. Avisa al Comando de
Operaciones, que la COB está en la calle. Hay preocupación, porque el
ejército ha apostado francotiradores en los edificios altos que ya han
matado a varias personas. Alguien le grita "hijo de puta" y los veinte
valientes comienzan su marcha hacia la Plaza Murillo.

El enfrentamiento en la plaza es violento. 6 policías, 7 civiles y 2
miembros del ejército han muerto ya. La batalla campal es entre dos
fracciones del Estado. El gobierno del presidente neoliberal Gonzalo Sánchez
de Losada ---acaudalado empresario gringo que apenas sabe hablar el
castellano--- ha decretado un impuesto de hasta el 12.5 por ciento sobre los
salarios que merma aún más los raquíticos ingresos de los maestros,
policias, trabajadores y demás sectores mal pagados.

El rechazo a la medida es unánime, pero el empresario-presidente gringo no
escucha las advertencias de los policías amotinados. "Vamos a defendernos
con munición viva, si interviene el ejército", habían prevenido a los
funcionarios neoliberales. Sin embargo, el presidente gringo no les hace
caso. No puede. Sus amos se encuentran cerca. En un hotel de cinco estrellas
de La Paz reside una misión del Fondo Monetario Internacional que ha dictado
la medida. "O es el impuestazo", le dijeron a su empleado político Sánchez
Losada, "o es el aumento de la gasolina". "Es el impuestazo" respondió
Losada. Es por eso que corre la sangre en la Plaza Murillo.

Al acercarse a la Plaza, la gente y los policias aplauden a la pequeña
vanguardia de la COB, que empieza a arrastrar a la gente de la calle detrás
de sí. El olor a gas se hace más agudo, los ojos, la garganta y la nariz
comienzan a arder. "Fumar un cigarrillo aminora el efecto del gas" aconsejan
algunos y otros hacen grandes fogatas en la calle, con el mismo fin. El
sonido corto y seco de fúsiles ligeros, el estruendo de calibres más
gruesos, las salvas de las ametralladoras y las explosiones de las bombas de
lacrimógeno amenazan al "pequeño ejército loco" de la COB y del pueblo.

Se acerca el momento decisivo. Quedarse en las calles aledañas o ingresar a
la plaza, exponiéndose a la muerte. "Con fusil y metralla, el pueblo no se
calla", crece el grito del desafío y con un heroísmo extraordinario, los
manifestantes, encabezados por el comité ejecutivo de la COB y cobijado por
su bandera roja, salen de la protección de las casas para entrar a la Plaza.

Cuando la cabeza de la manifestación da vuelta en la Plaza para marchar
hacia el Congreso, comienzan los disparos. Del otro lado, los policías,
armados con algunos fusiles M-1, hacen señales para cobijarse y abandonar la
Plaza.

Pero es demasiado tarde. Los primeros veinte quedan indefensos frente a las
ametralladoras del Congreso, mientras por encima de las cabezas del resto,
unos 80, las balas hacen impacto en los vidrios del primer piso de una
mansión amarilla. Protegiéndose detrás de los pocos árboles que hay y de un
kiosco de periódicos, esperan el momento para cruzar la calle. 10 metros que
pueden ser la línea divisoria entre la vida y la muerte.

¡Aplausos! Llegan 3 policías con armas de guerra: M-16 y granadas de mano.
Comandos especiales, tipo Rambo. El primero cruza la calle corriendo, ante
el tableteo de una ametralladora, que desde el Congreso trata de matarlo,
sin lograrlo. El segundo repite la hazaña. La gente grita, aplaude, se ríe.
Es la desbordante alegría de los desarmados, de los pobres, de los
indefensos.

Diez minutos después se mueve la cortina en el tercer piso de la mansión
amarilla. El Rambo No.1 reaparece. Abre cautelosamente un ala de la puerta y
se vislumbra el cañón de su fusil. La gente enloquece ante el momento de su
dulce venganza que será el disparo de este arma mortal. Pero, no grita para
no alertar a los militares en el Congreso.

El cañón apunta brevemente y sale el disparo. La muchedumbre estalla en
gritos y aplausos fervorosos. La voz de los sin voz ha hablado; el arma de
los sin armas se ha hecho sentir.

A las 16:30 horas, el presidente gringo ordena el retiro de las Fuerzas
Armadas, de la Policía Nacional y del "impuestazo" de sus amigos
fondomonetaristas: los delincuentes de cuello blanco observan desde su hotel
de lujo el levantamiento del bravo pueblo aymara, de los collas
prehispánicos, hoy dignos representantes de la república que lleva el nombre
de El Libertador.

¡Demasiado tarde! Mientras la televisión de la oligarquía llora la pérdida
de la propiedad privada, inventando mentira tras mentira para calumniar al
pueblo ---al estilo de los manipuladores profesionales venezolanos--- la
fiesta popular sigue su rumbo. Arden Ministerios, la Vicepresidencia,
oficinas de los partidos del mal gobierno...

Mientras tanto, el gobierno ha militarizado toda la zona donde se encuentran
las oficinas del Comité Ejecutivo de la COB. ¡Demasiado tarde! Este se reúne
en la clandestinidad. Prepara el día de la gran manifestación...

P.D. ¿Lucio Gutiérrez estará escuchando?

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Nello

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