Nicaragua: se hace la paz al andar



 Carlos Powell periodista, investigador y catedrático en comunicación social

Periodísticamente hablando, y en un momento de la historia donde todo
parece estar sujeto a su valor de mercado, la paz no se cotiza bien.
En cambio sí se vende el rugir del cañón. Por eso tuvo tanto éxito de
taquilla la  película de la Guerra del Golfo, transmitida en directo
por CNN. Y quizá es por estas mismas razones que hoy no se habla, como
antaño, de Nicaragua.

Las guerras, que son mucho más fáciles de comenzar que de terminar,
concluyen oficialmente cuando los generales se dan la mano. Pero la
paz no es un papel firmado, sino un proceso largo, doloroso, que no
tiene un camino trazado y que, como dice el famoso verso de Machado,
se hace al andar. Un andar más difícil cuando las guerras se libran
entre connacionales, las llamadas "guerras civiles", donde un vecino
dispara sobre otro, un tío sobre el sobrino y hasta los hermanos
pueden encontrarse en uno y otro bando de la contienda. La literatura
española de las décadas pasadas muestra que las heridas de la guerra
no acaban de cerrar.

En la Nicaragua de los años '80, los sandinistas querían que el mundo
entendiera la guerra como la de un ejército convencional contra
otro -la Resistencia Nicaragüense- claramente identificable y
financiado por Estados Unidos. Pero la realidad en el terreno fue que
se enfrentaron decenas de miles de conciudadanos humildes que salían
de los mismos pueblos, de las mismas calles y de las mismas familias.
Muchas veces sin comprender muy bien porqué se encontraban de uno u
otro lado, disparando unos sobre otros. Este tipo de conflicto deja
por generaciones manchas en el alma muy difíciles de borrar.

Por ello, concluir una guerra civil es también mucho más complejo que
una guerra "convencional". Pero hay una dimensión específicamente
civil que resulta aún más insoportable: la silenciosa estela mortífera
que dejan los militares cuando se retiran: las minas antipersonales.
He aquí la cruel paradoja: para proteger objetivos civiles y
productivos, los militares sandinistas los rodearon con miles de minas
y éstas, hoy, siguen siendo la cruz de muchos habitantes de las zonas
rurales. En aquellos años se colocaron, oficialmente, 150 mil, de las
que todavía quedan enterradas en el norte del país alrededor de 55
mil.

Es infinitamente más fácil y menos costoso instalar una de estas
trampas explosivas, que desactivarla y extraerla de su nicho. En
terrenos montañosos y quebrados no se puede entrar con barreminas, y
se requiere de zapadores especializados, lo cual aumenta los costos y
los tiempos. Al finalizar la guerra en 1989, Nicaragua tuvo que
enfrentar un abismo económico mayor al que encontró al inicio de la
Revolución de 1979. Por otro lado, el llamado "período de transición"
del gobierno de Violeta Chamorro, supuso complicadísimos procesos
políticos que no favorecieron una nueva cultura de la paz. Y por
encima de todo esto, el desminado del país chocó con otra variable: su
condición tropical, algo que desconoce por lo general el lector
europeo.

En efecto, el huracán Mitch que golpeó la región en 1998, modificó a
tal punto el relieve natural de algunos parajes que los hizo
irreconocibles, desbarató los trabajos de señalamientos de zonas
minadas que se habían iniciado, y por supuesto, los enormes aluviones
de lodo y el desplazamiento de bancos de arena y las inundaciones
inutilizaron completamente los mapas militares de ubicación de decenas
de miles de artefactos explosivos. Además, muchas minas se desplazaron
sin desactivarse de una zona a otra, o la vegetación desbordante "se
las tragó", a tal punto que se las ha encontrado en lugares tan
insospechados como por ejemplo, entre las raíces de los árboles. Entre
todas estas catástrofes, una no menos grave fue el desvío de los
fondos de ayuda internacional para Nicaragua, a manos de la
inescrupulosa administración de Arnoldo Alemán (hoy enfrentando juicio
por fraude millonario al Estado).

En estas adversas condiciones económicas, políticas, sociales y
naturales, el desminado en Nicaragua ha seguido provocando víctimas,
sobre todo en las zonas rurales, que es precisamente de donde sale la
mayor cantidad de "carne de cañón" durante las guerras. Las víctimas
de hoy se suman a las de ayer, a las que quedaron de la propia guerra.
Pero lo más insoportable es que muchas de las víctimas de hoy son
niños que ni siquiera habían nacido cuando terminó oficialmente la
guerra. Ya los estrategas se han jubilado y disfrutan el descanso del
guerrero cómodamente instalados en la nueva situación con que han sido
recompensados por sus sacrificios a la patria, mientras miles de
pobres en el campo siguen librando una guerra silenciosa contra la
pobreza extrema, el hambre, la enfermedad, la falta de medicinas, de
agua potable, de educación, guerra puntuada de tanto en tanto con los
estallidos de alguna mina o granada, como desacompasados tambores
fúnebres.

En el norte de Nicaragua, en el departamento de Madriz, existe una
pequeña asociación cuya misión es dar apoyo material y psicológico a
las víctimas de la guerra, las de ayer y las de hoy. Su ejemplar
perfil es estar conformada por ex combatientes discapacitados que
otrora lucharon enfrentados con las armas, y hoy lo hacen mano a mano
para tratar de reparar lo reparable y acompañar lo irreparable. Es la
Comisión Conjunta ORD-ADRN, cuyos coordinadores fueron extensamente
entrevistados sobre las características de su trabajo y las
condiciones en las que lo desarrollan.

La entrevista, y el artículo completo, (www.rebelion.org y
www.adital.org.br) son la última parte de este reportaje, que obtuvo
el premio Juan Rulfo 2002 en la categoría de Derechos Humanos.


 Contacto: powama at ibw.com.ni

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Nello

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