Venezuela: ¿Paro o golpe de Estado?



Quinto Día, 13-20 de Diciembre de 2002

Domingo Alberto Rangel

Sigo siendo enemigo político de Hugo Chávez y lo seguiré siendo. Pero no soy
tan cretino para abrirle las puertas de un país, que a mí me ha costado
cárceles y aislamientos, al fascismo más sanguinario.

Los días del paro, pasivo o activo, recorrí a pie todo el bulevar de Sabana
Grande desde Chacaíto hasta la Torre Lincoln. Soy un peatón empedernido que
usa los grandes medios colectivos de transporte y para llegar
complementándolos a la oficina o al cafetín, mido cuadras enteras a pie. No
vi paro alguno. Pocos, muy pocos establecimientos habían cerrado sus
puertas. Y vi un detalle significativo: los negocios cerrados venden todos
ellos artículos como joyas, electrodomésticos, aparatos de sonido; vale
decir, cosas de lujo o bienes durables de consumo. Los negocios abiertos
venden todos ellos bienes más modestos, pero más indispensables para el
subsistir humano.

Estaba allí la divisoria de clases de nuestra sociedad. Cerrados aquellos
establecimientos, tales como las joyerías o las tiendas de la moda; el
bienestar o el lujo tienen sus clientes en la burguesía o la clase media.
Abiertos los negocios de la arepa, el blue jean barato, el cafecito de la
mañana o la farmacia donde la gente pobre compra ese remedio universal que
es la aspirina.

Caminando aquel bulevar observé que no había en las esquinas algo que es
clave o elemental en un paro: el agitador u organizador que explica a las
gentes las razones del conflicto o excita a quienes tuvieran sus
establecimientos aún abiertos a cerrarlos. Tonto o atrasado yo, de eso se
habían encargado o estaban encargándose las plantas televisoras que
convirtieron sus transmisiones en un solo programa noticioso dedicado al
paro. Creo que si los marcianos llegaran a invadirnos no conseguirían
acaparar de tal manera la pantalla.

El barrunto de golpe

Creía yo, recorriendo aquel bulevar, que se trataba de un paro cívico de
dudosos motivos, pero concebido o desplegado como factor de presión válido
en un conflicto de clase. Pero varios incidentes en los cuales fue
protagonista la Guardia Nacional, me llevaron a pensar de otra manera. La
Guardia Nacional dispersó mediante gases lacrimógenos a una muchedumbre
reunida en la "plaza de la meritocracia" de Chuao. Los militares
arrochelados en Altamira enviaron a ese teatro -hay que utilizar esta
palabra porque todo este proceso tiene lejanos barruntos de guerra- a un
general de división perteneciente a tal rama de la Fuerza Armada. Y al
general le arrojaron su granada lacrimógena. En aquel momento, viendo yo por
la TV al general arrojado al suelo y cubriéndose la cara con un pañuelo
protector, vino a mi mente un recuerdo de tantas lecturas que va acumulando
la vida. Más de un golpe o insurgencia ha comenzado por el alzamiento en
plena calle de un cuerpo militar enviado a sofocar un brote de violencia. El
general fue a la "plaza de la meritocracia" a provocar con su presencia la
rebelión de aquella unidad militar allí desplegada, pero encontró tal
inusitada sorpresa de hostilidad que cambió tal vez la arenga por el
pañuelo.

Después, en un café de Sabana Grande, un viejo periodista me dijo que el
golpe iba a empezar justo por la Guardia Nacional. Es raro, le contesté,
porque aquí los golpes se inician por el Ejército o la Marina.

El mitin de Altamira

Sin embargo, la especie que me daba el periodista encontró inmediata
confirmación. Poco después o al día siguiente, los recuerdos se atropellan
por la misma TV.

Los canales todos, en la tácita cadena que ha existido entre ellos, ponían
en la pantalla la imagen de un oficial de la Guardia Nacional, recién
incorporado al grupo de Altamira, quien, desde aquel lugar que se ha
convertido en remedio de aquella famosísima plaza de Londres, donde es
ilícito decir cualquier cosa, decía que en 1990, cuando Hugo Chávez le
propuso conspirar, transmitió ese dato a los cuerpos de inteligencia de la
Guardia o del Ministerio de Defensa.

Un delator convertido en adalid. Ni Kafka habría concebido un personaje
menos adecuado para atizar una rebelión. Los militares de Altamira han
apuntalado como pocos a Hugo Chávez. Su gracia se ha trocado en morisqueta
desde hace tiempo. ¿Quién paga, a propósito, los servicios de lencería que
presta a esos militares el "apartotel" situado muy cerca de la plaza Francia
y por cuenta de quién corren los "tres golpes diarios" de toda subsistencia?
Por respuesta voy a soltar una impertinencia. Nosotros, los que conspiramos
contra Pérez Jiménez y Betancourt, ¿cuanto habríamos dado por que alguien
nos pagara una arepa reina pepeada o nos brindara un rancho para alojarnos?

A nosotros nos tocó complotar a la intemperie y no tuvimos plaza de
Altamira, sino penitenciarias de San Juan de los Morros o cuarteles San
Carlos. Y aquí seguimos, montados solos.

¿El rostro del fascismo?

Estos episodios del paro, las cadenas tácitas de TV y las muchedumbres, me
han demostrado cuán encarnizada y feroz puede ser la reacción derechista. En
Las Mercedes he visto esos excesos de la canaille dorée, como la llaman los
franceses. Cerca de mi casa hay dos negocios, uno de ellos, La Crocantina,
vende exquisiteces y el otro, Katia, es un cafetín de comida árabe. A ambos
se les obligó cerrar. Vi, desde pocos metros, cómo una muchedumbre de damas
piadosas amenazaba a los dueños de aquellos negocios con quebrarles las
vidrieras. Al día siguiente de este episodio, no pude tomar el metrobús en
Chacaíto para llegar a mi casa e hice ese recorrido hasta Las Mercedes a
pie. En la avenida principal de Las Mercedes vi, a pocos pasos del
automercado Cada, al dueño de un puesto de periódicos, situado frente a la
bomba Texaco, arrojar lágrimas. Se le había obligado a cerrar el kiosko. El
hombre me dijo, mientras corrían las gotas por sus mejillas, que a la Casa
del Llano, muy cerca de aquel lugar por la avenida Río de Janeiro, le habían
roto dos cristales. Quiero decir algo que pertenece a mis principios:
Venezuela no retrocederá a los tiempos de Betancourt o de Pérez Jiménez.

Nada tengo en común con Hugo Chávez y lo he combatido desde el día en que
triunfó por primera aquel 6 de diciembre de 1998. Muchos dueños de canales
de TV y de periódicos que hoy le combaten, palmotearon sus espaldas
embargados por el goce. Sigo siendo enemigo político de Hugo Chávez y lo
seguiré siendo. Pero no soy tan cretino para abrirle las puertas de un país,
que a mí me ha costado cárceles y aislamientos, al fascismo más sanguinario.


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Nello

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