El manual del golpe de Estado, aplicado fielmente en Venezuela.



Las movilizaciones políticas en Venezuela y la legitimidad democrática.

Xavier Caño Tamayo

Catorce militares venezolanos (que protagonizaron el intento de golpe
de estado del 11 de abril) se han declarado en desobediencia ante las
cámaras de las televisiones y han pedido al pueblo y al ejército que
se rebelen contra el Presidente Hugo Chávez. Tras el fracaso del
intento de derrocamiento de Chávez, es una vuelta de tuerca más en la
puesta en práctica de un manual del golpe de Estado en Latinoamérica
aplicado desde hace medio siglo, presumiblemente creado por la CIA.

Esta rebelión militar reducida sucede a una huelga general de doce
horas (sólo seguida por las clases media y alta), convocada por la
llamada Coordinadora Democrática; y también a la manifestación de
miles de venezolanos de esas mismas clases en Caracas días antes. El
broche de oro del golpismo neoliberal lo ha puesto Carlos Ortega
(proclamado secretario general de la Confederación de Trabajadores
Venezolanos en un clima electoral sindical de violencia e
irregularidades), miembro fundador de la autodenominada Coordinadora
Democrática: "Si no nos ponemos de acuerdo (con el presidente Chávez),
lamentablemente, irreversiblemente, vamos a una guerra civil".

¿En qué han de ponerse de acuerdo? Probablemente en cómo volver a la
situación anterior a Chávez. Es decir, regresar a una Venezuela en la
que la Iglesia Católica cobre una sustanciosa subvención estatal (el
Gobierno de la nueva República Bolivariana la recortó); volver a los
cuantiosos subsidios a la enseñanza privada en detrimento de la
pública; derogar leyes tan molestas para los poderosos como las de
tierras y de pesca porque redistribuyen la riqueza... y, sobre todo,
privatizar Petróleos de Venezuela. En resumen, que la nueva República
abandone sus planes de una estructura económica más justa; Chávez no
ha hecho el menor intento de abandonar el sistema capitalista, como lo
acusan con ferocidad grupúsculos dogmáticos marxistas.

Lo único que pretende y no ha ocultado es huir del capitalismo
empobrecedor como de la peste. No quiere tratos con el FMI y abomina
públicamente del neoliberalismo. Esos son los pecados que agravan el
pecado mortal de oponerse a privatizar el petróleo venezolano. Y, para
que no haya error, veamos quiénes componen la Coordinadora
Democrática: los corruptos partidos tradicionales que condenaron al
80% de la población venezolana a la pobreza, la patronal Fedecámaras,
los poderosos medios de comunicación privados, la Iglesia católica, un
sector reducido del Ejército, la Confederación de Trabajadores
Venezolanos (una organización corrupta que negoció con los empresarios
vendiendo a sus afiliados a cambio de propinas para sus dirigentes),
los altos directivos despedidos de "Petróleos de Venezuela", Gustavo
Cisneros multimillonario de origen cubano (propietario de un imperio
mediático en 30 países)...  No se trata de defender a Chávez ni de
decir cuánto ha hecho. O dejado de hacer. Los ciudadanos venezolanos
lo han elegido por abrumadora mayoría y es el presidente legítimo de
la República. Algo que parecen ignorar los golpistas.

Tal como van las cosas, esta Venezuela presidida por Hugo Chávez huele
a Chile en 1973. El manual del golpe de estado se empezó a aplicar en
Latinoamérica en 1954, con el derrocamiento de Jacobo Arbenz en
Guatemala; Arbenz había iniciado reformas que inquietaron a la
poderosa United Fruits Company. La racha continuó con la República
Dominicana en 1965 cuando el reformista Juan Bosch fue expulsado de la
presidencia por la descarada intervención del ejército de los EEUU que
entregó el poder a un gobierno ultraconservador. El golpe de Chile
estalló en septiembre de 1973 y luego ha habido otros conatos, como el
de Paraguay en 1999, desmontado por una amplísima movilización
ciudadana.

El no escrito ni publicado manual del golpe de estado recomienda crear
confusión e intoxicar a la opinión pública. En Venezuela, los
poderosos medios de la pretendida Coordinadora Democrática (los cinco
canales privados de televisión y nueve (sobre diez) grandes diarios)
han contribuido con entusiasmo a desinformar.

El golpista vicealmirante Víctor Ramírez Pérez lo expresó nítidamente:
"Tuvimos un arma fundamental: los medios informativos".

Los medios informativos mintieron, acusaron sin pruebas ni indicios,
calumniaron, insultaron, ocultaron, distorsionaron... llegando hasta
el surrealismo. Por ejemplo, atribuyeron a Ignacio Ramonet, director
de Le Monde Diplomatique unas declaraciones (publicadas en portada en
El Nacional) denigrando a Hugo Chávez, declaraciones que Ramonet
desmintió en cuanto se enteró. También se llegó a publicar que Chávez
había llegado a un acuerdo con Hezbolá (el grupo guerrillero
integrista proiraní) ¡para establecer una base de operaciones de Irán
en Venezuela!

Desinformado e intoxicado el país, otra fase importante del manual del
golpe de estado es la ingobernabilidad. Se contó con la inestimable
ayuda de altos y medios funcionarios que boicotearon programas,
sabotearon proyectos, paralizaron transferencias de fondos a
municipios y frenaron la acción gubernamental. Y, finalmente, algunos
muertos para aducir desorden público y justificar la intervención de
fuerzas armadas desleales a la democracia. Los muertos los facilitaron
unos misteriosos francotiradores apostados en tejados próximos al
lugar por donde discurría una manifestación opositora a los que se
acusó de ser partidarios de Chávez. Periodistas europeos, como Maurice
Lemoine, enviado especial a Venezuela, demostraron con imágenes la
falacia del montaje y de la acusación.

El golpe fracasó, pero los golpistas no renunciaron y el primer acto
de la nueva fase fue la absolución del delito de rebelión a cuatro
jefes militares golpistas por el Tribunal Supremo de Venezuela (por 11
votos contra 8). Ivan Rincón, presidente del Supremo que votó contra
la ponencia de absolución, dijo que "se silenció totalmente el
análisis de las pruebas, los vídeos que consignó el fiscal".

En Venezuela, una vez más queda claro que los grandes poderes
económicos y sus fieles sirvientes tienen otra idea de democracia que
la que aporta la historia del pensamiento político. Democracia siempre
y cuando les permita obtener máximos beneficios, aún a costa de la
pobreza de la mayoría; otra cosa es revolucionarismo. Y si hay que
derrocar a un presidente democráticamente elegido, se le derroca.

Fuente: LA INSIGNIA
Enlace: http://www.lainsignia.org/
Agencia de Información Solidaria (AIS)

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Nello

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