Dal Nicaragua, articolo ALAI di Gioconda Belli



Ecco un'interessante commento delle elezioni
presidenziali in Nicaragua dal titolo "Podra' el
Frente Sandinista sustituir a Daniel Ortega?", della
famosa scrittrice Gioconda Belli, tratto da Alai.
Saluti latinoamericani
Cristiano Morsolin da Lima

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      ...GLOBALIZZANDO LA SPERANZA...
..condividendo con i movimenti NATs dell'America
Latina

Cristiano Morsolin, e-mail: utopiamo at yahoo.it
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15 de noviembre del 2001 

¿Podrá el Frente Sandinista sustituir a Daniel Ortega?
Gioconda Belli
Servicio Informativo "alai-amlatina"

Por más que trate de buscarle las vueltas a esta
tercera derrota electoral del FSLN, el rostro del
ciudadano comandante rebota sobre mi teclado. Se podrá
decir cuanto se quiera para despersonalizar esta
derrota sandinista y atribuirla a causas externas,
pero mientras el sandinismo no tenga el valor de
afrontar el problema interno de su propio
estancamiento, el hecho de que se ha convertido en un
partido de séquito, se seguirá desgranando y perdiendo
credibilidad.

Un análisis frío de los últimos dos procesos
electorales demuestra hasta la saciedad, en el caso de
Daniel Ortega, la célebre tesis de Marshall MacLuhan
de que "el medio es el mensaje". Las brillantes y
costosas campañas publicitarias de 1996 y del 2001,
con sus mensajes dulces y almibarados de paz,
tranquilidad, cambio y reconciliación, no lograron
generar la credibilidad que le habría ganado la
presidencia al FSLN. Este partido que, durante sus
años de lucha, fue capaz de sustituir a tantos
dirigentes cuantos murieron en el trayecto, se ha
mostrado incapaz de sustituir al hombre que se
convirtió en el símbolo de su época en el poder.

Como colectivo, el FSLN pudo, de 1977 a 1979,
transformar su imagen de organización guerrillera
sectaria y radical, por la de una organización
política amplia capaz de convocar a la sociedad
nicaragüense en su conjunto para el derrocamiento de
la dictadura somocista. Desde 1984, sin embargo, el
FSLN se embarcó en un proceso de personalización de su
dirigencia derivado de la confusión estado-partido, de
manera que el presidente del país, se convirtió a su
vez en la máxima figura del partido. Este proceso de
acumulación de poder en una sola persona dio al traste
con uno de los rasgos más novedosos y ricos del FSLN:
su dirección colegiada. El fin de la dirección
colegiada significó a su vez un cierre de espacios al
interior de este partido.

El tránsito del FSLN, de partido revolucionario a
partido electoral, no surgió de una reformulación y
reacomodo programático y democrático, ni fue el
producto de un debate interno que diera contenido a
una propuesta modernizante. El cambio se introdujo
como una necesidad de campaña en 1984. Tras la derrota
electoral de 1990, la consolidación del poder personal
de Daniel Ortega se presentó como un requisito
indispensable para mantener la coherencia interna y
evitar la dispersión dentro de las filas sandinistas.

La era del poder individual inauguró una época de
derrotas para el FSLN. Los fracasos de 1996 y 2001,
dan testimonio de que, bajo la conducción de Daniel
Ortega, el sandinismo no ha logrado reconstituirse
como alternativa de poder y más bien se ha hundido, en
términos de identidad, en un limbo confuso. La única
línea clara que lo ha sostenido es la de la lealtad
obligatoria a su secretario general. Desde 1990, los
debates internos del FSLN se han reducido a las pugnas
entre los "danielistas" y quienes han cuestionado ya
sea este liderazgo o que se recurra a pactos para
retornar a Daniel Ortega al poder.

Tres derrotas sucesivas claramente indican que el FSLN
no ha tenido éxito, ni a lo interno, ni frente a la
sociedad, al perder su carácter de partido
programático. La sustitución de la causa sandinista
por el personalismo orteguista ha dado como resultado
la fragmentación y la pérdida de identidad del
sandinismo histórico. El FSLN del 2001 se definió en
esta campaña electoral como el alter-ego de su
candidato, de tal manera que los principales mensajes
de campaña más que apuntalar la fuerza del carácter
popular de la idea sandinista, se concentraron en
"descontaminar" la imagen del candidato, para, como
quien dice, "pasarlo en limpio" y presentarlo como el
profeta de un rosado porvenir. Lejos quedaron las
imágenes del guerrillero de la lucha anti-somocista,
el presidente antimperialista.

El miedo del que tanto se ha hablado a partir del
reciente resultado electoral, lo removió
ímplicitamente la misma campaña del candidato
sandinista al querer contrarrestar tan vehementemente
la imagen beligerante, autoritaria, poco democrática
de su candidato, y protegerlo de la grave acusación de
Zoilamérica. Fue una campaña eminentemente defensiva
construida alrededor de la promesa de que el candidato
había dejado de ser quién era para convertirse en otra
persona más potable y tranquila: la imagen dulcificada
del padre y esposo amante, del dirigente conciliador,
del hombre religioso. "El amor es más fuerte que el
odio" es una frase de doble filo porque supone y sabe
que habrá que hacerle frente al odio. Es una frase
para justificar a un hombre; no una frase para
proponerle a un país la conducción de un partido que
lograría sacarlo de la corrupción y la miseria.

En esa simbiosis de hombre y partido, el gran perdedor
fue el FSLN que tuvo que despojarse de su imagen
beligerante, de defensor de las mayorías, para
plegarse a las necesidades personales de un dirigente
que se rehusa a aceptar que, desde 1990, como figura
pública, convoca más animadversión que respaldo.

No hay duda que dos factores señalados en estos días:
la injerencia norteamericana y la descalificación por
parte de la iglesia, le restaron votos al sandinismo.
Pero también es cierto que las mismas debilidades de
Daniel Ortega impidieron salirle al frente a estas
acusaciones. Para evitar la imagen beligerante, el
FSLN no se defendió contra las infundadas e injustas
acusaciones de favorecer el terrorismo. Por otro lado,
la plana mayor del FSLN y su candidato soportaron
estoicamente el discurso de Mons. Obando en la misa
campal del 1o. de noviembre, priorizando la
conveniencia coreográfica y publicitaria, sin
considerar las consecuencias de aceptar tácitamente a
la Iglesia como árbitro político en la vida nacional,
a pesar del carácter laico del estado nicaragüense.

Pocas veces ha tenido un partido tantos elementos como
los que tiene el sandinismo para cuestionar el acierto
de un dirigente, pero, como decía anteriormente, desde
1990 el FSLN ha pasado a girar alrededor de la lealtad
personal a Daniel Ortega, más que alrededor de
propuestas y principios. Si esta tendencia se
mantiene, como parecen indicar no sólo las
declaraciones de sus voceros, sino incluso las de
algunos líderes de la convergencia, el FSLN dilapidará
una vez más la posibilidad de auto- examinarse
concienzudamente y se quedará en una labor de
enfermería poniendo parches a los orgullos y
sensibilidades heridas de sus dirigentes y usando sus
energías para fabricarle las muletas que le permitirán
a Daniel echarse a andar otra vez.

Los dirigentes de la Convergencia tendrían que meditar
bien este asunto, si es que quieren que lo que se
originó en una necesidad táctica del sandinismo, se
convierta en una estrategia verdaderamente capaz de
generar una renovación política de la oposición en el
país. Antes de embarcarse en la búsqueda de la famosa
Tierra Prometida, deberían exigir que el FSLN defina
su identidad; deberían asegurarse de que habrá uno o
varios Moisés capaces de abrir las aguas. De lo
contrario podrían perecer en otra oleada de nuestro
criollo Mar Rojo "sin mancha".



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