SERVICIO INFORMATIVO ECUMENICO Y POPULAR www.ecumenico.org EXITOLATRÍA Y DIOS DE LA
GRATUIDAD CONDENADOS POR EL MUNDO, JUSTIFICADOS POR LA FE Gustavo
Román Jacobo. 30 de Octubre, 2004. Liturgia de la Reforma. Primera Iglesia
Evangélica Centroamericana. San José, Costa Rica. Es
gracia de Dios poder compartir con ustedes esta noche. El tema es “Exitolatría
y Dios de la gratuidad. Condenados por el Mundo, justificados por la fe”. Lutero
es solo una estrella de la constelación dinámica que es la Reforma, pero como
la celebramos este día escuchemos dos frases suyas: “Si eres impío desearás la riqueza, la popularidad y el
poder”. “Una señal en que se puede reconocer a los incrédulos, es el afán con
que se dedican a las obras que el mundo considera grandes y que provocan la admiración
de la gente… y no les atraen las obras humildes y las que gozan de poca estima
entre la gente”. Empecemos con una revisión de: LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE, DE PABLO Y LUTERO A NUESTROS DÍAS. Roma
en tiempos de Pablo es un imperio poderoso, prosperidad económica basada en la
destrucción y explotación de muchos pueblos sometidos por el ejército imperial.
En la ciudad observamos riqueza y lujo sin límites. Pero también millares de
personas que han sido excluidas del disfrute de tanta abundancia. Unos son
esclavos, a otros les dicen libres. Unos son romanos, otros son inmigrantes de
los pueblos arrasados por Roma. Pero a ninguno se le considera digno de
disfrutar la vida. Los arrinconan con desalojos forzados, los exprimen con
impuestos, y los reprimen con veinte mil soldados encargados de “mantener la
ciudad en paz”. Una paz que es miedo, un tranquilo silencio que es grito
ahogado en la garganta de muchos silenciados. El ídolo del imperio es “la paz,
y el progreso”; para conseguirlo, para adorarlo, cualquier sacrificio vale la
pena. Matar y humillar para imponer la paz y el progreso es correcto, y es
justo. Pablo
no está de acuerdo. Las historias sobre su Dios cuentan que es enemigo de los
imperios, que es un libertador, y que nadie, por más poporofo que sea, puede
creerse digno por sus méritos ante Él. El Apóstol también cree que la persona
más insignificante a los ojos del Mundo es un tesoro ante Dios, que dignifica a
los humillados y humilla a los agrandados. Y Pablo predica una locura: cree que
Dios, en Jesús de Nazaret, vivió en una provincia marginal del imperio, fue un
enamorado de la vida humana, y comprometido con ella, fue hasta una cruz
imperial a morir. Para Pablo, lo ocurrido en su país hacía años con el
crucificado, había cambiado la historia. Y la había cambiado precisamente
porque aquél Jesús no seguía muerto, Dios lo había resucitado. A partir de
ahora la muerte no tendría la última palabra, ya alguien la había vencido. La
predicación de Pablo es la buena noticia de un Dios de vida en un Mundo de
muerte. Como le dice a los Tesalonicenses (1, 4:14) “¿Acaso no creemos que Jesús murió y
resucitó? Así también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión
con él”. Esa resurrección empieza con la dignificación de la
persona. Por eso a los Corintios Pablo les contrasta la humillación que la
sociedad les escupe con la justificación con que Dios los cubre. “No muchos
de ustedes son sabios, según criterios meramente humanos, ni son muchos los
poderosos ni muchos los de noble cuna. Pero Dios escogió lo insensato del mundo
para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a
los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es
nada para anular lo que es” (1, 26-28). En ese lugar el prestigio social
con que la élite calificaba a las personas era importantísimo. Pero Pablo dice
que ahora es Dios quien califica, y lo hace con base en Cristo. Todo esto
convierte a Pablo en enemigo de las reglas sociales que privilegian a unos y
excluyen a otros. Cristo nos ha liberado del poder de la ley, y, al ser
justificados por la fe en Él, se abre el espacio de libertad para que mujeres y
hombres se realicen como personas. Así se lo explica a los Gálatas “Ya no hay
judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer; ya que todos vosotros
sois uno en Cristo Jesús” (3:28). Cuando les dice que “el justo
por la fe vivirá” (3:11), está diciendo que justificar es vivificar. Está
diciendo que la paz y el progreso de Roma son un dios falso, un ídolo de
muerte, y que el ser humano no es valioso por cumplir costosas leyes y ser
ciudadano prestigioso del imperio. El Dios verdadero es Dios de vida, y el ser
humano es justificado por el amor gratuito que Dios mostró en su Hijo. Quince
siglos después el Mundo ha cambiado. En Europa la gente cree en un dios
iracundo que sólo se complace en dos cosas: en mandar almas al infierno, y en
la iglesia. Por eso la gente debe dedicar toda su vida a esforzarse por
satisfacer al dios iracundo. ¿Cómo? La iglesia es la única que lo puede decir.
Ella exhorta a esforzarse por purificar el alma y llegar algún día a ser santos
ante dios, viviendo una vida llena de dolores, culpa, miedo, y resignación;
pero sobre todo, una vida de sometimiento completo a la iglesia. Puede ganarse
el favor de dios haciendo sacrificios, o puede comprarse su perdón pagando una
indulgencia. Siglo
dieciséis. En la Biblia un fraile Alemán lee a Pablo. Pablo habla de Cristo,
Cristo le habla a Lutero. En medio de su desesperación por salvarse del
infierno su corazón es iluminado por la buena nueva de que Dios por su amor
gratuito lo ha salvado, y que todos sus esfuerzos son innecesarios. Que Dios lo
haya justificado, significa para el fraile, que ahora Dios lo ve revestido con
la justicia de Jesucristo. Cuando Lutero comprende esto se libera de las
cadenas de culpa que lo esclavizaban al sistema religioso del papa. Comentando
Gálatas exclama: “La justicia de Cristo ya no es sólo justicia de Cristo, sino
la justicia del cristiano. Por lo tanto, el cristiano no le debe nada a nadie
ni puede ser subyugado por sus pecados, ya que es respaldado por una justicia
tan grande”. Dios ya no me aplasta, ahora me sostiene; no por mis méritos, por
su amor; ya no compro su perdón, Él me lo da gratuitamente. Ya no soy esclavo
de la iglesia, exijo respeto a mi conciencia, que sólo es esclava de la Palabra
de Dios, una Palabra que libera. ¿Ven
hermanos? el mensaje de Pablo y de Lutero es profético por ser respuestas de fe
a las opresiones que se vivían en sus épocas. Desenmascaran a los dioses falsos
que benefician a unos y maltratan a otros, y traen palabras de consuelo, vida,
y libertad. Hagamos nosotros lo mismo.
¿Cuál es la palabra profética para hoy? ¿Cómo es nuestra época?
¿Recuerdan el anuncio? “Autos rápidos, comida rápida, miradas rápidas…
¡altooo! Este Mundo tan acelerado produce dolor y no se detiene por usted”. El
anuncio de Panadol Acción Rápida resuelve el problema de la sociedad
moderna de una manera bien sencilla: atibórrese de fármacos y siga
despedazándose la vida en el Mundo rápido. Un Mundo que no se detiene por
nadie. Un Mundo en el que todos corren. ¿En pos de qué? …del éxito. EXITOLATRÍA Y DIOS DE LA GRATUIDAD. El
dios es el éxito, el éxito es el ídolo. El valor de cada persona se mide según
el éxito que alcance en su vida. Este dios falso no sólo usurpa el lugar de
Dios, sino que, como todo ídolo, es opresor y asesino de la vida humana. Como
todo dios falso exige sacrificios humanos en su honor. Por ejemplo: sus
sacerdotes en Costa Rica nos dicen hoy que es justo sacrificar algunos sectores
de campesinos para que el ídolo nos premie con un exitoso T.L.C. ¡Quien no sea
apto para competir debe morir! Porque las personas valen sólo si son
productivas; y productivas sólo para lo que el Mundo quiere que sean
productivas: para derramar la vida en la construcción de una enorme e
inservible torre de babel, en la que unos tienen grandes palacios y otros sólo
sirven para que sus huesos sostengan la infernal estructura. En
nuestro Mundo la existencia de la persona es justificada por su éxito. Si no se
es exitoso, si se es un fracasado, no hay razón para vivir. Por eso el sistema
actual margina a la gente rezagada, la deshecha valorándola inútil, un estorbo
para el desarrollo. Y estas personas excluidas, como se les repite tanto que
son perdedores, llegan a creer que no valen nada. El dios falso del éxito los
ha declarado culpables y los ha condenado a la inexistencia. Dejan de ser
personas para convertirse en “nadies”: “Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies, los
ningunos, los ninguneados, muriendo la vida rejodidos. Que no hablan idiomas,
sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen
arte, sino artesanía. Que no crean cultura, sino folklore. Que no son seres
humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen
nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la
crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que
los mata”. Los
nadies han sido condenados al infierno, no de fuego como en tiempos de Lutero,
sino de insignificancia y marginación. A los demás, que aún no hemos sido
enviados al infierno, el dios falso nos exige que nos redimamos nosotros mismos
a través del éxito. Porque en su Mundo de porquería todo cuesta dinero: la
vida, el conocimiento, el disfrute y la naturaleza valen dinero. Toda la
creación ha sido convertida en mercancía. Adán ya no le pone nombre a las
cosas, les pone precio. Dios…
Señor nuestro ¡alabado sea tu nombre! porque el ídolo que roba cuando cobra, no
es nada frente a vos que amás cuando te entregás. El
Dios de la gratuidad es el Señor de la gracia. No gracia barata, que es una
fuerza mágica, que el cristiano puede invocar diciendo versículos memorizados;
o una sustancia roja, como la sangre de Jesús, que Dios ha dado a la iglesia
para que la ande regando como agua bendita. La gracia es el favor de Dios en su
actuar hacia nosotros, y toda la Biblia está saturada de ella, como testimonio
escrito de la sobreabundante gracia de Dios. Esto es así porque las Escrituras
se fueron tejiendo a partir del recuerdo del éxodo. Luego de haber
experimentado la bondadosa y liberadora gratuidad divina que los sacó de
Egipto, el pueblo iluminó con esa gracia manifestada, sus propios orígenes en
los patriarcas y hasta los orígenes del universo en la Creación. Y
como todo parte de la experiencia del éxodo, desde un principio la gracia de
Dios es por esencia su actuar liberador en favor de los oprimidos. Inspirados
por esa muestra de amor, los escritores de las historias de los patriarcas
concibieron el pacto de Dios con Israel como gracia. Eso se ve en el llamado de
Abraham y Sara. Ellos son de Ur que está en Babilonia, superpotencia mundial de
la época en que se escribe el relato, y que es simbolizada por la torre de
babel. Pero, en medio de tan potente imperio, Abraham y Sara no tienen potencia
ni para procrear un hijo. Entonces, mientras los de babel intentan escalar al
cielo para dominar al Mundo, Dios desciende a la anciana pareja para darles el
hijo que será simiente de un pueblo, -el antibabilonia- que en vez de opresión
traerá bendición a todas las naciones. Los de babel decían “hagámonos un nombre” (11:4)
a Abraham Dios le prometió “Yo engrandeceré tu nombre” (12:2). ¿Lo
ven? son dos lógicas en contraste: la lógica de la prepotencia que confía en
sus fuerzas para oprimir, y la lógica de la fe en la gracia de Dios para dar
vida. Esta historia responde una pregunta muy importante: ¿por qué escogió Dios
a Israel? Deuteronomio dice: “El Señor te
ha amado, no porque seas el pueblo más numeroso sino el más insignificante de
todos. Lo hizo porque te ama” (6:7). Con
el tema de la Creación sucede lo mismo. Frente a los relatos de la creación de
los otros pueblos catalogados como “mitología de la opresión”, los hebreos,
(que entendieron su liberación de Egipto como gracia, y el pacto de Dios con
sus antepasados como gracia), narraron la Creación también como gracia. Según
los Salmos “La tierra está llena de la gracia del Señor” (35:5). Aún la
vida misma es vista como gracia cuando en Macabeos se declara que es el Señor
quien “concede la gracia de vivir” (2, 3:33). También la belleza es gracia del
Señor. Dicen los Salmos “Los cielos son obra de sus dedos” (8:3), y
cuando quiso embellecer su tabernáculo, dice Éxodo, “llenó a los artesanos de espíritu de
sabiduría”. Por eso un significado central de la palabra gracia, en
el original, es belleza, lo que da deleite y gozo por su hermosura. Y,
por supuesto, toda la acción redentora de Dios es gracia. En su gracia Dios “no escatimó
ni a su propio Hijo” (Ro 8:32) quien encarnó visiblemente la gracia
del Padre (Jn 1:14); y vivió entre nosotros amando a los no amados por el
Mundo, como escribió Pablo a los corintios “ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que
aunque era rico, se hizo pobre” (2,8:9). Sabiendo
que Dios es así, Dios de la gratuidad, los cristianos debemos discernir que sus
valores son opuestos a los del ídolo éxito: 1-Dios
nos llama a ser solidarios,
el ídolo nos exige ser competitivos sin importar a quién le pasemos por encima. 2-Dios
nos llama a esforzarnos,
al ídolo sólo le importa si somos eficientes, y sólo con base en la eficiencia decide si
nos salva o nos manda al infierno de los fracasados. 3-Lutero
decía que para salvarnos Dios veía la fe en lo profundo del corazón. Para el dios
éxito lo importante es la imagen. Por eso dice Galeano que en Chile los
conductores se asfixian de calor en sus vehículos por andar con las ventanas
cerradas fingiendo tener aire acondicionado, y la gente conversa con celulares
de juguete para aparentar. Y es que si mantengo las apariencias, si mi imagen
es la de alguien exitoso, estoy salvado del infierno de la exclusión. La casa
donde vivo, el lugar para vacacionar, el carro que manejo, y, por su puesto, la
ropa, los zapatos y el reloj. A las mujeres les está exigido ser todas iguales
a las modelos de televisión. Para las que son diferentes el ídolo ha provisto,
en su misericordia, maquillajes, cirugías, dietas, fajas, y silicones, que les
ayuden a salvarse. El desprecio, la humillación, la bulimia, la anorexia, y la
muerte no importan. El ídolo lo vale. 4-Es
un ídolo amante de la pomposidad, del lujo, de la extravagancia. Jesús nos
habló de sencillez.
El mismo Lutero en Worms oró sabiendo que su lucha era insignificante a los
ojos de los poderosos: “Ellos miran solamente lo que es grande y poderoso,
magnífico y fuerte ante sus ojos, y lo que tiene apariencias exteriores. Si yo
pensara como ellos, me desesperaría y sería condenado por el mundo. ¡Dios mío,
oh Dios mío!, tú sólo eres Dios, el Dios mío! ¡Ayúdame tú contra toda la razón
y sabiduría del Mundo entero!”. 5-El
ídolo nos llama a ser agresivos para vencer a los demás, el Espíritu de Vida
nos llama a recuperar la ternura y la compasión en medio de un Mundo rápido que
no se detiene por nadie. Frente
a valores tan opuestos la predicación es profética sólo cuando celebramos al
Dios de la gratuidad en un Mundo donde nada es gratis. Ese es el Dios nuestro,
el Señor de la gracia; que frente a la cruel condena del Mundo, nos justifica
con su amor. CONDENADOS POR EL MUNDO, JUSTIFICADOS POR LA FE. Mundo
en la Biblia significa “orden establecido”. Es un sistema de creencias,
valores, leyes, e ideales contrarios al propósito de Dios en la historia: la
realización y felicidad de sus criaturas. El Mundo tiene muchos tentáculos. Uno
jurídico, otro económico, uno político, otro religioso, y uno cultural. Tiene
muchas caras según la época. En tiempos de Pablo se manifestaba en la crueldad
imperial de Roma. En tiempos de Lutero se manifestaba en la opresión religiosa
de la iglesia. Yo creo que en nuestros días este sistema, enemigo de Dios y
llamado Mundo, se manifiesta en la idolatrada economía de mercado. La
economía de mercado es más que una teoría económica, es una religión. Se adora
y se defiende. Se le hacen sacrificios humanos, y es predicada a los pueblos.
Las esperanzas están puestas en ella, y a quienes creen en otras alternativas
se les trata como herejes. Y el dios de la religión del libre mercado es el éxito.
Pero
este dios no derrama su gracia sobre todos. Mientras el Señor prepara mesa para
su fiesta de bodas e invita a todos a celebrar con Él; este ídolo excluye de
sus orgías de despilfarro a muchos, y los margina a la orilla de la sociedad.
Esa es su condena, ese es su infierno: excluir. Pero a los que aún no hemos
sido arrojados de su presencia, nos condena al purgatorio de una vida tensa,
estresante, y llena de afán. Nos oprime con sus exigencias… para serle fiel a
este dios de muerte hay que ofrendarle la vida. Competir, competir y competir a
toda hora, sin tiempo para compartir el disfrute, el amor, y el juego. Porque
para este ídolo el descanso es un pecado por el cual nos llena de culpa… ya en
Japón hay una palabra específica para la muerte por exceso de trabajo:
“karoshi”. No importa si la gente disfruta la vida, mucho menos si esa vida es
para todos… si las cifras económicas van bien, todo sacrificio vale la pena.
Hermanos, ante el ídolo todos somos culpables, y él ya ha declarado su
sentencia: el Mundo, el sistema económico, el orden establecido, nos ha
condenado a una vida indigna de seres creados a imagen de Dios. El exitólatra
adora a un dios que cobra por matarlo. En cambio el Dios verdadero nos regala
la vida: ¡Él mismo, que es vida, se nos regaló en su Hijo! Y estas son las
buenas nuevas del evangelio para hoy: que los asesinados por el Mundo que los
condenó serán resucitados por el Dios que justifica. El Mundo halló culpable a
Jesús de Nazaret, lo condenó a muerte y lo asesinó. Fue el asesinato de un
inocente siguiendo las leyes del Mundo. Hoy el Mundo sigue declarando culpables
a millones de inocentes, los condena a muerte y los asesina con políticas
económicas y una cultura de exclusión. Pero Dios, (que resucitó a Jesús de
entre los muertos invalidando la condena del Mundo), resucitará a las víctimas
asesinadas por el Mundo. VIVIR EN LA GRACIA DE DIOS ES OPONERSE A LA DESGRACIA DEL MUNDO. Esa resurrección es nuestra esperanza, nuestra
fiesta, nuestra alegría. Pero para que las personas recuperen la imagen de Dios
que les ha sido desfigurada no basta la promesa de su resurrección,
justificación y dignificación en el más allá. La justificación que recibimos
por la fe en Dios tiene que manifestarse en las fronteras de la vida humana
concreta, tiene que manifestarse en el cuerpo. Porque así como la condena del
Mundo muestra sus desgarradores efectos en los cuerpos de sus víctimas, la
justificación debe mostrar las marcas de la vida nueva en el cuerpo, en el ser
integral, en la cotidianidad de los hombres y las mujeres. Esa
esperanza cristiana debe ser también nuestra vocación. La Iglesia debe
tomar el propósito de Dios en la historia como agenda de trabajo. Si tenemos un
Dios que resucita a los inocentes asesinados por el Mundo, la Iglesia debe imitar
ese gesto en su misión. La misión de la Iglesia es defender y promover la
plenitud de la vida humana para que se muestre en el rostro humano el rostro de
Dios. Y,
finalmente, este gesto de Dios debe ser también nuestra vivencia renovada. La
Iglesia, Cuerpo de Cristo, debe vivir como resucitada, con nueva vida, no
ajustándose a los valores del Mundo sino mostrando en su vida cotidiana los
valores del reino de Dios despreciados en el Mundo hoy: solidaridad, alegría,
juego, ternura y sencillez. Ante todo, la Iglesia nunca y en ninguna manera
debe ser excluyente. Debe ser una mesa abierta para todos porque ¡Cristo es el
que invita, y su mesa está servida! Es
la promesa del Señor: “En aquél día… te quitaré de los labios el nombre de tus falsos dioses, y
nunca más volverás a invocarlos… Eliminaré del país arcos, espadas y guerra,
para que todos duerman seguros. Yo te haré mi esposa para siempre, y te daré
como dote el derecho y la justicia, el amor y la compasión. Te daré como dote
mi fidelidad, y entonces conocerás al Señor” (Oseas 2:16-20) |