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Argentina: Empresas autogestionadas



31 de octubre de 2003

Luis Sabini Fernández
Rel-Uita. Uruguay, octubre del 2003.


Las últimas décadas de la historia argentina han estado marcadas por
sucesivos planes de desindustrialización, de privatización y concentración
de la riqueza. Sin embargo, la crisis del experimento ultraliberal fue
abriendo la compuerta a una serie de experiencias protagonizadas por los
desheredados del país. El colapso financiero, "el descubrimiento" de que
toda la apuesta financiera no era sino una gran estafa -puesta al desnudo
con la revuelta de diciembre de 2001- forjó un nuevo mojón histórico desde
el cual sectores de población excluida han empezado a decir presente.
Entre esas nuevas manifestaciones está lo que ha dado en llamarse movimiento
de "empresas recuperadas": núcleos de trabajadores, generalmente marginados
o en proceso de marginación, que reaccionan contra "el destino" y se
apropian de los lugares de trabajo, a menudo empresas vaciadas. Estas
iniciativas abarcan las más diversas ramas de actividad, incluida la de
asistencia médica, con una policlínica ( "La Portuguesa", abandonada hasta
con instrumental) que ahora es autogestionada como servicio de salud de los
otros emprendimientos "recuperados". En la zona de la megalópolis porteña
(un área de 14 millones de habitantes) tres de estos emprendimientos
pertenecen al área de la alimentación. Presentaremos a cada uno y luego
procuraremos extraer algunas conclusiones o rasgos comunes.
Grissinópoli
Es una cooperativa recién formada, integrada por 16 miembros del viejo y ya
muy disminuido plantel de 24 operarios de la empresa (que en su mejor
momento llegó a disponer de cincuenta trabajadores). Durante medio siglo,
esta firma se dedicó a la fabricación industrial de grisines y alimentos
similares. En los años noventa, señaló la coordinadora de la nueva
cooperativa, Norma Pinto, la empresa había ido menguando su actividad,
respondiendo a la crisis general argentina y en particular al achique de
todo lo nacional, estrangulado por el dólar barato. Hacia 1998, dejó de
pagar en fecha a sus empleados, comenzando con una agonía que se prolongó
hasta el 3 de junio de 2002, día en que los operarios sobrevivientes
decidieron ocuparla para evitar su desguace final.
Gracias al apoyo y a la solidaridad de vecinos autoorganizados (del barrio
porteño de Chacarita) y de otras empresas también recuperadas, los
trabajadores lograron hacerse del dinero justo para volver al mercado, y de
partes o accesorios para la planta o la producción. El plantel actual es
prácticamente el mínimo necesario para una línea de producción, que es lo
que ahora llevan adelante. Si pudieran expandir el mercado, están en
condiciones de emplear a muchos otros ex compañeros, al disponer de un
enorme parque industrial hoy inactivo. La acción de los trabajadores y
trabajadoras fue providencial en muchos aspectos, no sólo porque disparó la
solidaridad social sino para frenar un proyecto empresarial, conducido por
síndicos y contadores, de convertir a todo el predio de la vieja planta en
un apetecible bien inmobiliario. Grissinópoli está asentada sobre varios
lotes ubicados a poca distancia del cruce de dos importantes avenidas
(Dorrego y Córdoba), y es pasible de ser convertido en el asiento de torres
de vivienda.
En parte como agradecimiento por la movilización social en su favor, la
nueva cooperativa ha abierto un espacio cultural, Grissicultura, desde el
cual trata de enriquecer el trabajo con otras actividades, como teatro,
cine, danza, presentación de libros, jardinería e iniciativas coordinadas
con emprendimientos similares.
El Aguante
Se trata de otra panificadora, ubicada en Carapachay, un barrio del Gran
Buenos Aires. Esta cooperativa también proviene de una empresa en crisis,
Panificación 5, que disponía de una plantilla fija de 80 trabajadores y 150
en período de zafra. En el año 2000, la empresa hace convocatoria de
acreedores, tras la venta de Supermercados Norte, su único comprador o
cliente. No bien esa cadena se comercializa, los nuevos propietarios
rediseñan los suministros y descartan a este proveedor de pizza, masa para
empanadas, pascualinas, etcétera. El 13 de octubre de 2001 -a pocas semanas
del crac nacional- son despedidos 25 operarios, la gran mayoría de los que
aún laboraban en ella. La planta queda entonces sin gas, luz, agua ni
teléfono, aunque retiene una mínima dotación de empleados. El 17 de abril de
2002, 21 de esos 25 despedidos ocupan la fábrica, dispuestos a defender su
trabajo y un ingreso. El emprendimiento será bautizado El Aguante en razón
del apoyo social recibido, que les evitó la expulsión, el desalojo y la
derrota.
A diferencia de Grissinópoli, El Aguante no ha querido distraer esfuerzos
del proyecto laboral en sí. Aunque agradecen muchísimo aquel "aguante"
inicial, no tienen deseos de verse envueltos en las dificultades que ellos
asocian con la actividad cultural, a la que consideran demasiado cercana de
la política, según dicen tres cooperativistas, la tesorera Teresa, Manuela y
Norma.
Sasetru
Es una planta de grandes dimensiones, que llegó a ocupar, en los años
setenta, a 7.000 operarios. Los terrenos de Sasetru, emplazados en Villa
Marconi, municipio de Avellaneda, en el Gran Buenos Aires, abarcan varias
manzanas. Quien la visite hoy verá un paisaje de desolación: basura
compactada en monstruosas montañas de diez metros de altura, terrenos
convertidos en cementerios de vehículos arrinconados por la municipalidad
(que recibió estas tierras en pago por deudas fiscales), galpones inmensos y
vaciados... En tan inhóspito paraje, un grupo de seres humanos está
replantando la semilla del trabajo, de la lucha y una alternativa a la falta
de futuro. A diferencia de las dos cooperativas anteriores, surgidas de
planteles de ex empleados empeñados en no aceptar la "solución" patronal,
Sasetru se descompuso como empresa y desapareció del mercado hace más de 20
años. Hacia 1980 suspende actividades y en 1985 es comprada por otro gigante
de la alimentación (Molinos Río de la Plata), no para reactivarla sino para
asegurarse la desaparición de la competencia.
En 1998 empezaron a surgir en el barrio intentos de enfrentar una crisis
económica y social pautada por la desaparición de las grandes fábricas, que
empleaban a miles y miles de obreros. Así fueron surgiendo merenderos y
comedores para paliar lo más urgente: el hambre generalizada. Al mismo
tiempo, se iba ampliando la red de ayuda mutua con huertas comunitarias, que
abastecían a los comedores vecinales. Huertas que pretendieron ser orgánicas
pero que no pudieron serlo en virtud de la extendida contaminación
ambiental. De todas maneras, sus impulsores decidieron no recurrir a
agroquímicos de ninguna especie. "Es hasta donde pudimos llegar", dicen.
Es en este marco de resistencia y movilización social, potenciado por los
acontecimientos de diciembre de 2001, que los vecinos se plantearon la idea
de retomar la fábrica. En enero de 2003, 150 emprendedores -entre viejos
operarios, desocupados y jóvenes que jamás han conocido "el trabajo"- ocupan
la planta de Sasetru. Son desalojados violentamente por la policía, pero el
proceso de cooperativización está en marcha. El núcleo de activos que me
recibe, con la presidenta al frente, aclara que el gobierno de Néstor
Kirchner parece ser más receptivo a estas iniciativas sociales y que ahora
se están facilitando al menos algunos caminos. De todos modos, los
cooperativistas no han recibido ni el más mínimo apoyo monetario o
financiero, provincial o nacional. Todos los trabajos preparatorios
(piénsese en las dimensiones: el único edificio que en esta primera etapa se
quiere poner en marcha tiene más de cien metros de longitud y la única línea
de producción que piensan habilitar es la de fideos, con unas 60 toneladas
diarias) han sido solventados con fondos solidarios provenientes del
exterior, en particular de grupos de derechos humanos de Francia y Holanda,
y con los subsidios por desempleo que cobran algunos de los cooperativistas
(150 pesos argentinos por titular).
Los nuevos emprendedores debieron enfrentar también el escepticismo de todos
los técnicos que habían consultado acerca de las posibilidades de reparar la
maquinaria y volver a producir. La respuesta había sido unánime: imposible,
lo existente es inservible, hay que comprar máquinas nuevas y eso necesita
de una inversión de muchos miles de dólares... Pero un buen día dieron con
un vecino, ingeniero, dedicado a construir calderas, conocedor de modelos de
hasta 1905. "Claro que lo podemos arreglar", les dijo. Y aunque la primera
prueba fue un fracaso (la cañería estaba destrozada), contra viento y marea
hoy están poniendo a punto la planta, para lo cual consiguieron el sostén de
técnicos de una facultad de la ciudad de Luján, de la Universidad Técnica
Nacional de la Capital Federal y hasta del Instituto Nacional de Tecnología
Industrial.
Elementos comunes
Una característica común a estos emprendimientos autogestionarios es la
estructura de decisiones, en la que la asamblea es el órgano supremo. Otra
de las constantes es la igualdad de género. Con un plus: en los tres casos
los puestos de mayor responsabilidad están ocupados por mujeres. El
igualitarismo alcanza otro aspecto medular: los ingresos. Todos cobran lo
mismo, sea cual sea el puesto que ocupen. Ello implica una cierta
elasticidad en las funciones, porque ya nadie esquivará un trabajo por mal
remunerado o aspirará a otro por bien pagado. En Sasetru, que es el
emprendimiento que todavía no está produciendo, tienen proyectado ingreso y
duración de la jornada de trabajo: 550 pesos mensuales por 6 horas diarias
de labor, para habilitar más empleos.
En las tres cooperativas, hay una clara conciencia del tema de la calidad de
los ingredientes a emplear para la fabricación de los productos. El
ingrediente básico en las tres es la harina de trigo, y recurren a la mejor,
no sólo por una cuestión de principios sino porque ello les asegura
producción y colocación. En Sasetru, apuntan a obtener fideos baratos de
primera calidad, que tengan un precio de comercialización accesible; en El
Aguante, para asegurar una buena terminación a los fideos, buscan la mejor
harina; en Grissinopoli, rehúyen grasas de escaso valor y declaran no usar
siquiera grasa hidrogenada (1). Un técnico de Sasetru, Carlos, era
consciente de los peligros representados por los plásticos blandos y del
atroz maridaje que la alimentación de los seres humanos ha debido soportar
por un largo medio siglo entre alimentos y envoltorios plásticos. Todavía es
materia de discusión si utilizar el sellado (automático e incorporado) de lo
que otrora era celofán y ahora es polietileno para los paquetes de fideos o
persistir en el envasado de cartón, manual (2).
En resumen, estas cooperativas no sólo han conducido a la recuperación de
fábricas abandonadas y de puestos de trabajo sino que, a partir de su forma
organizativa (autogestionaria), han permitido el involucramiento de los
trabajadores en la forja de su propio destino y el rescate de una cultura de
trabajo que se sitúa en las antípodas de los valores pregonados durante la
ola neoliberal.


Notas
(1) La grasa, vegetal o animal, hidrogenada es un invento de la época del
optimismo tecnológico y de la quimiquización generalizada. Descubierta en
Alemania en 1915, aseguraba un uso indefinido de las grasas que antes se
ponían rancias. Hacia 1985, se verificaron rasgos indeseables en el proceso
de "construcción" de dichas grasas: eran, por ejemplo, cancerígenas.
(2) El sellado de los envases plásticos se hace a unos 120 grados
centígrados. Baste señalar que investigadores alemanes comprobaron la
migración de plásticos ftaláticos a alimentos con apenas 40 grados de calor
para advertir que las máquinas selladoras de envases plásticos desatan una
"orgía" de polímeros o monómeros que deben ser todo menos saludables.