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Argentina: Cuando trabajar es un delito de Naomi Klein



28 de abril del 2003

Una postal de Argentina


Cuando trabajar es un delito
Naomi Klein
Masiosare


Hace unos días la fábrica Brukman, que produce trajes para hombres, fue
desalojada con violencia por la policía de Buenos Aires. Brukman es una
'fábrica ocupada', una de las casi 200 del país que han sido tomadas y
administradas por sus trabajadores en el último año y medio. Brukman -dice
la autora- representa ahora una nueva forma de movimiento laboral, que no
está basado en la suspensión de las labores, sino en la firme determinación
de mantenerse trabajando .

EN 1812, BANDAS DE TEJEDORES y urdidores británicos allanaron las fábricas
de textiles y destrozaron las máquinas industriales con sus martillos. Según
los ludistas, los nuevos telares mecanizados habían eliminado miles de
trabajos, fragmentado comunidades, y merecían ser destruidas. El gobierno
británico discrepó y llamó a un batallón de 14 mil soldados, que brutalmente
reprimió la revuelta de los trabajadores y protegió las máquinas.

Adelantémonos dos siglos a otra fábrica textil, ésta en Buenos Aires. En la
fábrica Brukman, que ha estado produciendo trajes para hombre durante 50
años, es el allanamiento policiaco el que destroza las máquinas de coser y
los 58 trabajadores que arriesgan sus vidas para protegerlas.

El lunes, la fábrica Brukman fue el escenario de la peor represión que
Buenos Aires ha tenido en el último año. La policía desalojó a los
trabajadores en medio de la noche y convirtió la cuadra entera en una zona
militar, resguardada por armas y perros de ataque. Imposibilitados de entrar
a la fábrica y entregar un importante pedido de 3 mil pantalones, los
trabajadores congregaron a una gran multitud de simpatizantes y anunciaron
que era tiempo de regresar a trabajar.

A las 17 horas [hora local], 50 costureras de edad madura, con peinados
no-rebeldes, zapatos cómodos y batas azules de trabajo, caminaron hacia la
valla negra de policías. Alguien empujó, la valla cedió, y las mujeres de
Brukman, desarmadas y brazo con brazo, entraron lentamente.

Habían dado sólo algunos pasos cuando la policía empezó a disparar: gases
lacrimógenos, cañones de agua, balas de goma, primero, seguidas de plomo. La
policía incluso acusó a las Madres de Mayo, quienes usan unos pañuelos en la
cabeza bordados con los nombres de sus hijos desaparecidos. Decenas de
manifestantes fueron heridos y la policía disparó gas lacrimógeno dentro de
un hospital donde algunos se habían refugiado.

Esto es una postal de Argentina a menos de una semana de sus elecciones
presidenciales. Cada uno de los cinco principales candidatos está
prometiendo poner a este país, en crisis abrumadora, de vuelta a trabajar.
Sin embargo, los trabajadores de Brukman son tratados como si coser fuera un
crimen capital.

¿Por qué este ludismo de Estado, esta rabia hacia las máquinas? Bueno,
Brukman no es sólo una fábrica, es una 'fábrica ocupada', una de las casi
200 del país que han sido tomadas y administradas por sus trabajadores en el
último año y medio. Para muchos, las fábricas, que emplean a más de 10 mil
trabajadores en la República y producen todo, desde tractores hasta helados,
son vistas no sólo como una alternativa económica, sino también como una
alternativa política. "Tienen miedo de nosotros porque hemos mostrado que,
si podemos llevar una fábrica, podemos también llevar un país", fue lo que
dijo el lunes por la noche Celia Martínez, trabajadora de Brukman. "Es por
eso que el gobierno decidió reprimirnos."

En un primer vistazo, Brukman aparece como cualquier otra fábrica de prendas
en el mundo. Como en México las súper modernas maquiladoras y las fábricas
de abrigos de Toronto que se están viniendo abajo, Brukman está llena de
mujeres encorvadas sobre sus máquinas de coser, forzando sus ojos y haciendo
volar sus dedos sobre la tela y el hilo. Lo que hace a Brukman diferente son
los sonidos. Está el rugido familiar de las máquinas y el silbido del vapor,
pero se escucha también la música folclórica boliviana, que viene de una
pequeña grabadora desde el fondo de la habitación, y voces suaves de gente,
mientras que las trabajadoras viejas se inclinan sobre las nuevas,
enseñándoles nuevas puntadas. "No nos dejaban hacer eso antes", dijo
Martínez. "No nos dejaban levantarnos de nuestro lugar o escuchar música.
Pero, ¿por qué no escuchar música para levantar un poco el ánimo?

Aquí en Buenos Aires, cada semana se sabe de una nueva ocupación: un hotel
de 4 estrellas ahora llevado por su personal de limpieza, un supermercado
tomado por sus empleados, una aerolínea regional a punto de convertirse en
una cooperativa de pilotos y encargados. En pequeños diarios troskistas
alrededor del mundo, las fábricas ocupadas argentinas, donde los
trabajadores se han hecho de los medios de producción, han sido reconocidas
vertiginosamente como el amanecer de una utopía socialista. En grandes
revistas de negocios como The Economist, son descritas, en mal augurio, como
una afrenta al principio sagrado de la propiedad privada. La verdad se
encuentra en algún lugar entre estas dos.

En Brukman, por lo pronto, los medios de producción no han sido tomados,
fueron simplemente retomados una vez que fueron abandonados por sus dueños
legales. La fábrica había ido en decadencia por varios años, las deudas a
contratistas se iban apilando, y en un periodo de cinco meses las costureras
vieron sus salarios drásticamente recortados de 100 pesos por semana a sólo
dos pesos -insuficiente hasta para la tarifa del autobús.

El 18 de diciembre, las trabajadoras decidieron que era tiempo de exigir un
complemento para gastos de transporte. Los dueños, clamando pobreza,
pidieron a las trabajadoras esperar en la fábrica mientras buscaban el
dinero. "Los esperamos hasta la tarde. Los esperamos hasta la noche", dice
Martínez. "Nadie vino."

Después de tomar las llaves del conserje, Martínez y otras trabajadoras
durmieron en la fábrica. La han manejado desde entonces. Han pagado las
enormes cuentas, atraído nuevos clientes y, sin beneficios ni salarios
directivos de los cuales preocuparse, han logrado pagarse salarios estables.
Todas estas decisiones se han tomado democráticamente, votando en una
asamblea abierta. "No sé por qué los dueños tenían tantas dificultades",
dice Martínez. "No sé mucho de contabilidad pero para mí es fácil: sumas y
restas."

Brukman representa ahora una nueva forma de movimiento laboral, uno que no
está basado en el poder de dejar de trabajar (táctica tradicional de los
sindicatos), sino en la firme determinación de mantenerse trabajando sin
importar lo que pase.

Es una demanda que no está regida por el dogmatismo sino por el realismo: en
un país donde 58% de la población vive en la pobreza, los trabajadores saben
que están a tan sólo un cheque de tener que mendigar y hurgar en los
basureros para sobrevivir. El espectro que está rondando las fábricas
ocupadas de Argentina no es el comunismo, sino la indigencia.

¿Pero, no es simplemente robo? Después de todo, estos trabajadores no
compraron las máquinas, los dueños lo hicieron; si quieren venderlas o
mudarlas a otro país claro que están en su derecho. Como el juez federal
escribió en la orden de desalojo: "La vida y la integridad física no tiene
supremacía sobre los intereses económicos."

Tal vez, sin ser su intención, ha sintetizado la lógica desnuda de la
globalización desregulada: el capital tiene que ser libre en su búsqueda de
bajos salarios y más generosos incentivos sin importar la cuota que el
proceso cobra en la gente y las comunidades.

Los trabajadores en las fábricas ocupadas tienen una visión diferente. Sus
abogados argumentan que los dueños de esas fábricas ya han violado los
principios básicos del mercado al no pagar a sus empleados y acreedores, a
pesar de haber estado recibiendo enormes subsidios del Estado. ¿Por qué el
Estado no puede ahora insistir en que los atractivos restos de las compañías
deudoras continúen sirviendo al público con trabajos estables? Decenas de
trabajadores de cooperativas ya acordaron la expropiación legal de las
empresas. Brukman aún esta peleándola.

Píenselo, los ludistas tuvieron un argumento similar en 1812. Las nuevas
fábricas textiles dieron ganancias a algunos por encima de toda una forma de
vida. Esos trabajadores textiles intentaron combatir esa lógica destructiva,
destruyendo las máquinas. Las trabajadoras de Brukman tienen un plan mejor:
quieren proteger las máquinas y destruir la lógica.

(Traducción: Nathalie Seguin)
* Naomi Klein es autora de No logo y Vallas y ventanas