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Messico: lo zapatismo, un ponte per la speranza



Por Sergio Rodríguez Lascano http://www.revistarebeldia.org/
Muchos analistas han tratado de devaluar lo que significa el zapatismo.
Incluso para algunos que se ubican en la izquierda radical, la posición de
éste sobre la no toma del poder es, en el fondo, sólo un planteamiento
táctico, pues explican que es imposible que realmente sostengan esa tesis.
Existen otros que quieren reducir la aportación del zapatismo al pensamiento
de izquierda a la "utilización eficaz del internet", cuando en la Selva
Lacandona no hay señal satelital para comunicarse con el mundo por este
medio. El zapatismo es algo más que "una guerra de internet", como la
definió un miembro del gobierno del Partido Revolucionario Institucional
(PRI) y es mucho más que una propuesta táctica que no quiere decir lo que
realmente piensa. La tesis central de este trabajo es que, antes que nada,
el zapatismo es una crítica radical a la modernidad, en especial a lo que
tiene que ver con la forma y el contenido de la política, de sus instancias
y mediaciones.

La irrupción violenta del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)
en la escena política, el primero de enero de 1994, abrió una crisis sin
precedente en el sistema político mexicano. Esta crisis no se expresó
únicamente al interior del Partido Revolucionario Institucional, sino en
todo el sistema de partidos y en especial en las organizaciones de
izquierda, tanto en las que habían participado activamente en ese sistema,
como en las que, repudiándolo verbalmente, habían conducido a una buena
parte del movimiento social a ser simplemente un cliente respondón del
Estado.

La sociedad civil veía azorada un espectáculo terrible. La política era
entendida como un bazar de oportunidades, unos desde la institucionalidad
parlamentaria y otros desde la política de Solidaridad, nuevo mecanismo de
cooptación social que buscaba sustituir el corporativismo social con un
corporativismo de nuevo tipo, que pretendía hacer del ciudadano un cliente
sumiso del Estado.

La visión estatista de la izquierda, producto de una teoría decimonónica del
socialismo según la cual es indispensable el control del aparato de Estado
para desde ahí transformar a la sociedad, se había convertido en una tara.
Uno de los problemas de esa visión fue que paulatinamente el fin fue
determinando los medios, con lo cual éstos fueron envileciendo al primero.
Es decir, poco a poco, el objetivo de tomar el poder hizo que las
organizaciones de izquierda se parecieran, en sus formas de actuar, a las de
la derecha. Evidentemente, la izquierda y la derecha tenían y tienen
diferencias de objetivos, pero ante los ojos de los ciudadanos esas
diferencias son casi imperceptibles ante la similitud en las formas de hacer
y entender la política.

Dice el editor de la revista Mientras Tanto del Estado Español, Paco
Fernández Buey: "Cuando las personas y los partidos que se dicen de
izquierdas se dedican a emular, en su vida pública y privada, a las personas
y los partidos de la derecha, la izquierda política propiamente dicha deja
de existir. A partir de ese momento poco importan ya las declaraciones y las
frases para la imagen y la galería: las gentes con conciencia habrán
comprendido que lo que fue la izquierda se ha convertido, a lo sumo, en la
mano izquierda de la derecha política. Actuar como los otros es ser como
ellos. Eso es todo. Y por mucho que se esfuercen los ideólogos en resaltar
otras diferencias y en dorarlas con hermosas palabras no conseguirán
convencer a nadie que tenga sensibilidad y cabeza. Tal vez consigan algunos
votos para los suyos, pero nada más. Y los votos, en las democracias que
conocemos -hay que decirlo para quien lo haya olvidado- dan poder, acercan
al gobierno o permiten compartirlo, pero, sin más, no hacen de izquierdas a
las personas".

El único espacio que pareció dejar la dictadura del dinero a la izquierda
fue el electoral. La única puerta que dejó entreabierta fue la de la
democracia representativa. Se generó incluso la imagen de que era posible
ganar el gobierno en el terreno electoral sin que existiera cierta
polarización social. La izquierda comenzó a pensar cómo evitar
polarizaciones, como las que sucedieron en Chile durante el gobierno de
Salvador Allende, de ahí viene la teoría del Compromiso Social del Partido
Comunista Italiano, en la década de los 70, paso previo a su actual
reconversión hacia el capitalismo. La izquierda cayó en el garlito de que
los partidos del dinero se quedarían impasibles viendo cómo se les ganaba
lealmente. El resultado fue desmoralizador, simplemente hay que analizar las
experiencias en Uruguay, Brasil, Perú, El Salvador y México. En cambio, lo
que sí sucedió fue el desarrollo y la adecuación de esas organizaciones
hacia una visión profundamente gradualista y apegada a las instituciones
estatales.

La caída del muro de Berlín, el éxito que el capitalismo obtuvo en el
terreno de la reestructuración profunda de todas las relaciones sociales
capitalistas (a la que se ha llamado neoliberalismo), así como la crisis del
tercermundismo, permitieron que ese proceso se agudizara. Las diferencias
entre las democracias representativas y el socialismo real eran muy escasas;
en todo caso, en las primeras se podía oír y bailar rock, tomar droga y
viajar mientras que en el segundo, todo lo anterior era privilegio de la
burocracia. Es decir, la alternativa se ubicaba entre el aburrimiento y la
frustración colectiva o el hedonismo individualista.

La izquierda sufrió entonces un golpe suplementario: más allá de su
voluntad, para millones de seres humanos el fracaso del socialismo real fue
entendido como un fracaso de la práctica de los socialistas; como la
imposibilidad de construir una sociedad alternativa al capitalismo.

En este contexto, no deja de tener un significado particular el que haya
sido precisamente en México, país donde estalló la primera revolución social
del siglo XX, donde se produce lo que correctamente Carlos Fuentes ha
llamado la primera Revolución del siglo XXI. Efectivamente, la insurrección
chiapaneca es la primera que se da después de la caída del muro de Berlín;
del fin del llamado mundo bipolar. Pero más aún, ésta sucede después de que
el legendario Ricardo Ramírez (comandante Rolando Morán) brindó junto con el
jefe de las fuerzas armadas de Guatemala, para sellar la paz en ese país,
exactamente en el lugar donde se había llevado a cabo una de las peores
masacres contra la población indígena; después de los acuerdos de
Chapultepec que pusieron fin a la guerra salvadoreña; después de que Tomás
Borge se convirtió en amanuense del poder priísta y de que Joaquín
Villalobos le entregara su rifle AK a Carlos Salinas de Gortari.

Una insurrección hecha en el país que estaba predestinado por las agencias
financieras internacionales a ser un modelo. Un país que se disponía
fastuosamente a entrar por la puerta grande al primer mundo; que poseía en
términos financieros el mercado de valores emergente más poderoso y que era
un "paraíso de la inversión".

Y frente a todo eso, o quizá por todo eso, la insurrección tuvo un éxito que
inmediatamente rebasó las fronteras nacionales. Mientras que el mundo se
desgarraba en guerras interétnicas, producto de la nueva división mundial
del trabajo y del hecho de que se considera prescindible a cerca de un
cuarto de la humanidad (lo cual ha permitido el florecimiento de las
ideologías más reaccionarias como instrumento de identidad y resistencia
nacional), en México, desde la Selva Lacandona y los altos de Chiapas, un
grito de esperanza y fe se expresó con toda su fuerza y vigor. El EZLN,
además de interpelar a toda la nación y al mundo, hizo una interpelación
especial hacia la izquierda mexicana y mundial, recordándole que más allá de
las vicisitudes es necesario reconstruir una voluntad de lucha contra las
desigualdades fundamentales de nuestra sociedad, sean en el terreno de la
economía (que se expresan en la explotación del trabajo de muchos por unos
pocos) o de los derechos sociales e individuales. El EZLN lanza un programa
que expresa no una serie de consignas o reivindicaciones, sino de valores
humanos universales sin los cuales la vida no es vida, ni puede haber
dignidad. Las demandas de la insurrección zapatista representan la
constatación de que, después de varios milenios de existencia, el ser humano
sigue confrontado a los problemas bíblicos originales: peste, guerra, muerte
y hambre. En ese sentido, ese programa significa una vuelta a lo básico, a
lo elemental, a la raíz.

Al ubicarse al margen del sistema político mexicano y de su ideología, el
EZLN lo deslegitima y rompe con los modos teóricos y prácticos que implican
la tradicional manera de concebir la política. A partir de las huellas
dejadas por el EZLN es fundamental reconstruir el pensamiento, el programa,
la organización y la práctica de la izquierda mexicana. En forma paralela,
el zapatismo representa también una serie de indicios fundamentales para ese
mismo proceso en el ámbito mundial.

EL PODER Y SU TEORIA.

"Se puede emplear el término 'catarsis' para indicar el paso del momento
meramente económico al momento ético político, esto es, la elaboración
superior de la estructura en superestructura en la conciencia de los
hombres. Ello significaría también el paso de lo 'objetivo a lo subjetivo' y
de la 'necesidad a la libertad'. La estructura de fuerza exterior que
tiraniza al hombre, que lo asimila, que lo vuelve pasivo, se transforma en
medio de libertad, en instrumento para crear una nueva forma ético-política,
en origen de nuevas iniciativas".
(Antonio Gramsci).

Para ubicar lo fundamental del discurso zapatista y hacerlo parte de la
práctica ciudadana se requiere inevitablemente de una crítica y una
reformulación del poder y su teoría. Esta crítica y la propuesta de
reformulación son las que han causado mayor incomodidad a las diversas
corrientes de izquierda. La insistencia del EZLN de que no quiere tomar el
poder representa no sólo una ruptura con el concepto clásico de las
organizaciones político-militares, sino fundamentalmente una crítica
bastante radical al concepto de vanguardia. Es verdad que con anterioridad
al EZLN, una serie de organizaciones revolucionarias se habían replanteado
el concepto del poder y la lucha por el mismo. Sin embargo, atrás de este
replanteamiento se encontraba una coartada para abandonar la lucha contra el
Estado capitalista y el poder del dinero.

El zapatismo nos recuerda que el poder es una relación social, no una cosa o
un palacio que se toma, se gana electoralmente o se asalta. Con esto el
zapatismo hace una crítica a una idea paradigmática de la izquierda: las
transformaciones sociales y económicas sólo se pueden lograr hasta después
de la toma del poder. Esta visión generó una ideología estatista que alejaba
a la izquierda del movimiento real de la sociedad y lo acercaba al poder
estatal. John Holloway lo formula así: "La instrucción en la conquista del
poder inevitablemente se convierte en una instrucción en el poder mismo. Los
iniciados aprenden el lenguaje, la lógica y los cálculos del poder, aprenden
a manipular las categorías de una ciencia social a la que se le ha dado
forma, enteramente, según esta obsesión por el poder. La manipulación y la
maniobra por el poder se convierten en una forma de vida".
Ese itinerario llevó a la izquierda mexicana, y creo que también a la
internacional, de la esperanza al dolor, poniendo al revés la famosa frase
del Subcomandante Marcos.

Al surgir y desarrollarse al margen del Estado mexicano, el EZLN no sólo ha
pintado una espectacular raya frente al mismo, sino también ha planteado los
primeros elementos de una concepción nueva. Con esto queremos señalar que
rechazamos la visión que ubica a los zapatistas como simples pragmáticos,
como revolucionarios de acción.

Arriesgando una interpretación de la visión teórica del zapatismo, yo diría
lo siguiente:

Las relaciones de poder han existido desde hace ya muchos siglos. Si bien es
verdad que no surgieron paralelamente al capitalismo, es indudable que desde
el surgimiento del Estado moderno las relaciones de poder se han venido
perfeccionando hasta convertirse en algo que es visto como natural e incluso
conveniente. Como base de este proceso se encuentra el sometimiento de la
gente, frente a la necesidad de entregar su poder individual o social a un
grupo de políticos profesionales que los representan en la "búsqueda del
bien común".

El proceso de separación de los ciudadanos de la conducción y decisión
políticas se da en forma paralela al proceso de separación de los
productores de los medios de producción. El ciudadano acepta la elaboración
de un contrato social con los demás ciudadanos, y entre todos y un poder
omnímodo llamado Estado. El surgimiento del Estado capitalista ha sido un
proceso de perfeccionamiento de los mecanismos del poder, partiendo del
supuesto de que es posible integrar a la lógica de la dominación, por medio
de la creación de una serie de mediaciones que los neutralice, a todos
aquéllos que busquen romper el viejo pacto social.

De esta manera los sindicatos, que fueron instituciones que al momento que
surgieron parecía que retaban el poder del Estado, posteriormente fueron
integrados y se volvieron funcionales a la reproducción de los mecanismos
del poder. Para no hablar de los partidos políticos. Ese itinerario llega
hasta nuestros días con el fenómeno de las Organizaciones no
Gubernamentales. Desde luego esto no quiere decir que en muchos momentos,
incluso actualmente, esas instituciones no hayan promovido luchas que han
ayudado a desatar una energía humana que ha retado al poder político del
capital. Sin embargo, también es indudable que éste ha evidenciado una gran
capacidad para tragarse las diversas expresiones de descontento,
neutralizándolas.

En la época del capitalismo, dentro del pensamiento emancipatorio se ha
puesto mucha atención a una de las relaciones claves de este sistema de
explotación y opresión: la del trabajo asalariado-capital. Dejando en un
segundo nivel la otra relación fundamental: la del mando-obediencia (unos
cuantos mandan y la gran mayoría obedece). Por eso, más allá de algunos
momentos esporádicos (la primera Comuna de París, inmediatamente después de
la gran revolución francesa; la segunda comuna de París en 1871; la comuna
de Morelos de Emiliano Zapata durante la Revolución Mexicana, los primeros
meses de la revolución rusa, etc.) esa relación se mantuvo, incluso durante
experiencias revolucionarias que significaron derrotas parciales del
capitalismo.

La relación mando-obediencia representa la quinta esencia del Estado
moderno, filtrándose posteriormente hacia muchas otras relaciones sociales:
jueces-presos, doctor-paciente, maestro-alumno, adulto-niño y desde luego la
más vieja y oprobiosa, hombre-mujer. Hasta llegar a las actuales:
controlador de los medios de comunicación-espectador, encuestador-ciudadano,
político profesional-ciudadano, monopolios de los programas de
cómputo-usuarios, dueño de las patentes de los microorganismos-ser humano y
naturaleza, etcétera.

 El poder es entonces una relación social que cruza el grueso de las
actividades del ser humano, despojando a los individuos de su capacidad de
decisión, inhibiendo la participación y procurando la inmovilidad. La idea
es sencilla: promover la resignación frente a las políticas que se deciden
desde el poder, en tanto se ha generado la idea de que el gobernar es una
labor que requiere de una preparación y una profesionalización, ante la cual
los ciudadanos deben depositar su total confianza. Por eso, el secreto (maná
del que manda) es una de las señas de identidad del poder. En última
instancia, tiene razón Hans Magnus Ezensberger, cuando dice: "Ninguna idea
le resulta más querida a la clase política que la estabilidad. Kissinger y
Bezhnev, Deng y Pinochet, Schmidt y Honecker habrían estado fácilmente de
acuerdo con esto, pero sus sucesores también están unidos al profundo deseo
de permanecer a cargo de la situación. Un horror secreto sacude a los
políticos profesionales de todos los países al pensar que la frase 'somos el
Pueblo' pudiera tomarse en serio ¿Dónde acabaría todo si el pueblo se tomara
literalmente el tan proclamado derecho a la autodeterminación?"

De esta manera, el Estado que fue entendido en su origen como cosa pública
se ha ido convirtiendo paulatinamente en una cosa privada, ajena al
escrutinio social, donde únicamente los iniciados (los políticos
profesionales) tienen los códigos secretos que permiten lograr que los
ciudadanos se resignen a obedecer los dictados de los gobernantes.

Si el poder no es una cosa que se gana o se pierde, sino una relación social
que sobrevive a los triunfos o derrotas de las diversas expresiones
políticas, entonces el problema para los que no tienen poder es cómo
transformar de raíz esa relación social. "El poder de los que no tienen
poder" (John Holloway) requiere de nuevas formas de expresión que permitan
neutralizar y, sobre todo, revertir la lógica del poder. El antídoto a la
relación mando-obediencia es el mandar-obedeciendo; era el representante a
la primera Comuna de París, que posteriormente fue sustituido por el
delegado a la Convención. Representar significa actuar en función de la
decisión de la comunidad; delegar es poner en manos de alguien en particular
la voluntad de la comunidad. Mandar-obedeciendo supone el fin del político
profesional, del secreto, de la especialización. Si la división social del
trabajo implicó una separación entre el trabajo intelectual y el trabajo
manual, en el terreno de la política, implicó la separación entre los que
mandan y los que obedecen.

 A esta situación ha contribuido enormemente la izquierda internacional. Y
no solamente los socialdemócratas y los partidos comunistas, sino también
aquélla que, ubicándose a su izquierda, ve al poder como una cosa a ser
tomada, para desde ahí cambiar a la sociedad. Esa es la herencia de un tipo
de marxismo decimonónico que no se ha cansado de fracasar buscando siempre
el éxito, sin importar la forma que éste revista: ganar las elecciones, la
huelga general insurreccional, la guerra de guerrillas, el golpe militar
(desde luego hay niveles entre cada una de estas formas, pero no se trata
aquí de analizarlas en detalle). Peor aún, como resultado de una visión
maniquea, supuestamente antiimperialista, una buena parte de la izquierda
justificó lo injustificable: el estalinismo, varias dictaduras supuestamente
progresistas, la negación del carácter universal de los derechos humanos, el
deterioro ambiental, la opresión de la mujer, las "piñatas" de la izquierda,
el terrorismo, las guerras "humanitarias" y ahora al neoliberalismo (a lo
más que llega es a luchar por "limar sus aristas más filosas"). Todo esto,
no solamente distorsionó el planteamiento emancipatorio y libertario de la
izquierda, sino que fue utilizado a la perfección por el poder del dinero
para conquistar "las mentes y los corazones" de una buena parte de la
sociedad. De esta manera, el triunfo del poder del dinero no fue producto
simplemente de su capacidad, sino fundamentalmente de la terrible pesadilla
en que la izquierda, en todas sus variantes aunque con niveles diferentes de
responsabilidad, convirtió a su proyecto.
Un nuevo proyecto de la izquierda requiere que ésta ponga en el centro de su
pensamiento el cuestionamiento de la teoría del poder y la inevitable
elaboración de un nuevo concepto de ciudadanía, otorgándole la
característica constituyente y soberana que debe de tener (esa que causa
tanto rechazo entre los señores del dinero y de la guerra, como
sarcásticamente lo plantea Lewis Lapham: "La economía global es un mecanismo
muy costoso y muy delicado que exige la participación de los inversionistas
y no de los ciudadanos").

Esto constituiría, igualmente, un antídoto frente a esa visión que ubica a
la alternancia en el poder como el punto más alto de la democracia. El
problema fundamental no es quién gobierna, sino cuáles son los instrumentos
sociales para que los ciudadanos puedan ejercer un control político sobre el
que gobierna, independientemente del partido al que pertenezca.

Experiencias como las de las comunidades indígenas de los altos y la selva
de Chiapas, o como las de las alcaldías de Porto Alegre y Belén, en Brasil
(donde los ciudadanos deciden la manera en que se va a aplicar una buena
parte del presupuesto), apuntan hacia lo que será la creación heroica que
sería el socialismo indoamericano, ni calca ni copia, de la que nos habló
José Carlos Mariátegui.

Desde luego ese camino es más largo y complicado, pero es el único que
atenta contra el corazón mismo de la teoría de la dominación política.
Recuperar una propuesta de izquierda no implica únicamente un buen programa
político, ni siquiera nada más un proyecto de justicia social. Esto es
necesario pero, para que todo esto encarne en algo concreto, se requiere
aceptar que la izquierda es únicamente un vehículo, un medio y que su misión
fundamental es la de ayudar a crear espacios de participación democrática de
la gente; ayudar a que la gente decida por sí misma. La izquierda tiene que
entender que, parafraseando un concepto toral de los viejos proyectos de la
izquierda, la liberación de la sociedad será obra de la sociedad misma.

En ese sentido, el planteamiento zapatista de mandar obedeciendo representa
la crítica más radical al paradigma fundamental de constitución del Estado
moderno. Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de la Cárcel, insistió en señalar
la similitud que existe, en cuanto a su importancia en el capitalismo, entre
la relación trabajo asalariado-capital para la esfera económica y la
relación mando-obediencia para la esfera de la dominación política. Hoy,
podríamos agregar lo siguiente: Ante el fracaso de las experiencias de
construcción de las sociedades postcapitalistas y el fracaso que ha
significado la vinculación de la concepción emancipatoria del marxismo con
mecanismos burocráticos de dominación política, tanto desde el Estado como
en las organizaciones sociales y los partidos políticos, el problema de la
crítica y la alternativa a la relación mando-obediencia se convierte en
elemento clave de reorganización de la izquierda.

De una u otra manera, el EZLN ha reubicado y enriquecido el concepto
gramsciano de sociedad civil, al separarlo del de sociedad política. En ese
sentido, la crítica zapatista a la izquierda tradicional tiene que ver con
la forma en que ésta fue integrada al proceso de reproducción y
sobrevivencia de la comunidad ilusoria (el Estado). Así, el zapatismo logra
sentar las bases de una legitimidad necesaria, en un momento en que ha
estallado la crisis de los de arriba. El Estado, según esta visión ampliada,
no se ubica únicamente en función de los intereses de clase, sino en la
relación entre éstos y la existencia de una "casta"o "clase" política de
diversas tonalidades (sean de izquierda o de derecha) que juega, inhibe,
distorsiona, limita y busca eliminar los conflictos sociales. La
incorporación de los partidos políticos de izquierda a la sociedad política
dota de legitimidad a un instrumento de dominación y de control, sentando
las bases para que ese instrumento se disfrace con ropas democráticas y deje
de ser visto como, simplemente, una "banda de hombres armados" al servicio
del capital.

El EZLN se ubica al margen de la sociedad política, es decir, por fuera del
Estado. Por eso se equivocan quienes comparan la posible evolución del EZLN
tomando como referencia las transformaciones de las organizaciones
guerrilleras del Cono Sur o de Centroamérica. Todas esas organizaciones, a
pesar de tener las armas en la mano, nunca se ubicaron por fuera de la
lógica tradicional de la política, es decir del poder. Su transformación en
organizaciones civiles se llevó a cabo en la órbita misma de las
instituciones del poder; la forma en que elaboraron su estrategia estaba
preñada de esa misma lógica. La propuesta de transformación del EZLN en un
organismo civil no está determinada por un acuerdo con el Estado para actuar
institucionalmente, sino por la solución de las condiciones que motivaron el
levantamiento, y también por la formación de una fuerza civil
extraparlamentaria, rebelde y antisistémica.

El lugar del zapatismo, tanto el militar como el que no lo es, se encuentra
en la sociedad civil, ubicando a ésta por fuera del Estado; partiendo de la
idea de que un desarrollo de la sociedad civil permitiría una limitación
progresiva de los elementos coercitivos del Estado y, por tanto, su
debilitamiento como tal. Esta propuesta constituye una alternativa a la
falsa conciencia neoliberal que, buscando supuestamente el mismo objetivo,
lo único que ha conseguido es el fortalecimiento de los mecanismos
coercitivos del poder ante su carencia de legitimidad social. Esto no quiere
decir que en la sociedad civil no se expresen diferentes intereses y
especificidades, es decir, ésta no es un todo coherente, sino un espacio de
conflictos muchas veces antagónicos.

Lo que se busca es construir un proyecto emancipador y libertario, estando
conscientes de que se requiere ganar un consenso precisamente en esa
entelequia contradictoria.

Por eso, el zapatismo limita y critica desde el inicio los elementos
vanguardistas de todo proyecto revolucionario. El Subcomandante Insurgente
Marcos lo formuló claramente en el Zócalo de la Ciudad de México, cuando
dijo: "Un espejo somos, aquí estamos para vernos y mostrarnos, para que tú
nos mires, para que tú te mires, para que el otro se mire en la mirada de
nosotros. Aquí estamos y un espejo somos. No la realidad, sino apenas su
reflejo. No la luz, sino apenas un destello. No el camino, sino apenas unos
pasos. No la guía, sino apenas uno de tantos rumbos, que a la mañana
conducen (...) cuando decimos somos también decimos no somos y no seremos
(...) No somos quienes aspiran a hacerse del poder y desde él imponer el
paso y la palabra. No seremos. No seremos quienes ponen precio a la dignidad
propia o a la ajena y convierten a la lucha en mercado donde la política es
quehacer de marchantes, que disputan no proyectos sino clientes. No seremos
(...) No somos quienes, ingenuos, esperamos que de arriba venga la justicia,
que sólo desde abajo se crece; la libertad que sólo con todos se logra; la
democracia que es de todos los pisos y todo el tiempo luchada. No seremos
(...) No somos la moda pasajera que echa tonada y se archiva en el
calendario de derrotas que este país luce con nostalgia. No seremos (...) No
somos el arrepentido del mañana, el que se convierte en la imagen aún más
grotesca del poder; el que simula sensatez y prudencia donde no hubo sino
compra-venta. No seremos (...) Podemos ser con o sin rostro, armados o no
con fuego, pero zapatistas somos, somos y siempre seremos. Hace 90 años los
poderosos preguntaban al de abajo -Emiliano Zapata se llamaba- "¿ Con qué
permiso, señores"? y los de abajo respondimos y respondemos: "Con el
nuestro" y con el permiso nuestro desde hace 90 años nos hicimos gritos y
rebeldes nos llamamos y hoy lo repetimos: rebeldes somos, rebeldes seremos
...".

En lugar de verse a sí mismo como una vanguardia preclara que dota de línea
a la sociedad, el zapatismo se asume como un generador de espacios políticos
y sociales en los que una serie de organizaciones, corrientes, grupos,
clases, individuos, busquen encontrar sus consensos, sus puntos comunes,
para proponer la construcción de un país diferente.

EL método zapatista se dirige a ser una fuerza critica y rebelde con el
poder, sin importar su color, y sumamente tolerante e inclusiva con las
instancias de la sociedad civil. En ese sentido, el zapatismo promueve
muchas preguntas y tiene pocas respuestas o, en dado caso, su favorita es:
"No sé, construyámosla juntos". Para algunos, que poseen de antemano
determinado programa revolucionario y un diseño estratégico, esto puede
parecer el colmo del pragmatismo. Sin embargo, contar con programas que no
se han renovado frente a la realidad, en especial en un cambio de época como
el que vivimos, lo mismo que con una estrategia revolucionaria producto de
diseños analógicos y modelos revolucionarios, a lo más que los puede llevar
es a entender a los procesos vivos como desviaciones del camino recto de la
revolución proletaria. Efectivamente, un programa y una estrategia son
fundamentales y deben, desde luego, tomar como punto de partida los diversos
movimientos emancipatorios que han existido, pero también los cambios
históricos que se han dado. Aquí hay que tener prudencia y modestia. Tal y
como están las cosas, ahora lo fundamental es encontrar las mediaciones
políticas y sociales para trascender de un momento de resistencia a uno de
alternativa. En síntesis, se busca crear un gran movimiento que surja desde
la sociedad para derrotar la política desestructuradora del poder, avanzando
en la creación de un polo de izquierda con fuerza social que se perfile como
un elemento en la reconstrucción de un proyecto alternativo que venga desde
la sociedad. El surgimiento de una fuerza política, civil, rebelde, que
desde el principio se ubique por fuera del poder del dinero, del poder del
Estado y del poder de los aparatos de control social.

El objetivo que se plantea una nueva fuerza política rebelde a finales del
siglo XX, como es el caso del EZLN desde la madrugada de su surgimiento
público, ha sido la construcción de una serie de redes sociales, tanto
nacionales como internacionales, que luchen contra el neoliberalismo y por
la humanidad y que, al mismo tiempo, se planteen la necesidad de formular
una crítica radical y plebeya en contra del poder y sus redes (lo que ahora
se le denomina entre los teóricos del capital, la gobernanza). El discurso
zapatista ha estado dedicado, en especial, a la generación que comienza a
participar en la política después de la caída del muro de Berlín. En el caso
de México, hablamos de la generación que tenía entre 10 y 14 años de edad
aquel 1 de enero de 1994. A los jóvenes que no cargan sobre sus hombros las
derrotas y los crímenes que se hicieron en nombre del socialismo; aquéllos
que no suspiran por la existencia del muro de Berlín, ni por el viejo orden
bipolar; que no suspiran por la vieja o la nueva socialdemocracia
internacional; que no andan buscando terceras vías para que todo cambie para
que no cambie nada; aquéllos que no lloraron el 25 de febrero de 1990, en
Managua, por la derrota sandinista, ni trataron de justificar la piñata; que
no se cuestionaron toda su existencia y su actividad al ver a Joaquín
Villalobos entregar su AK a Carlos Salinas de Gortari. Esas y esos jóvenes
son los auténticos herederos de la "insolencia" zapatista. Desde luego, eso
no quiere decir que no se estudien y revisen los diversos procesos
revolucionarios; en la historia hay muchas cosas que aprender. Sin embargo,
en el presente se juega también el pasado. Si el zapatismo es como creemos,
algo nuevo y profundo, entonces será realidad lo que plantea Francoise
Proust, cuando dice "Todo presente es crítico. Todo presente es una batalla.
La historia es la historia del presente (.) Sólo un verdadero principio
puede escuchar a otros principios pasados". Y, agregaríamos nosotros,
dialogar con otros principios pasados.
El verdadero principio zapatista ha logrado combinar momentos de gran
espectacularidad con momentos de invisibilidad. Diálogo con silencio. Evento
con proceso. El zapatismo representa uno de esos principios que está
capacitado para dialogar con otros principios del pasado.

Jean Marie Vincent escribió lo siguiente: "Los procesos revolucionarios
deben cambiar de arriba a abajo, de forma duradera, las costumbres y sobre
todo eliminar las barreras que separan a unos individuos con respecto a los
demás. La autonomía de cada uno debe poder apoyarse en la autonomía de todos
en la búsqueda de nuevas relaciones sociales. En una palabra, los procesos
revolucionarios deben destruir progresivamente los gérmenes de pasividad
presentes siempre en la sociedad".

Quizás la fase actual del zapatismo no ha contado con la misma aceptación y
comprensión de los amplísimos sectores sociales de hace tiempo. No es lo
mismo el diálogo de San Andrés, con cientos de asesores, o los foros
indígenas y de reforma del Estado, o los encuentros continentales y
galácticos, o la formación de la Convención Nacional Democrática, o la
marcha del color de la tierra, que la dura vida por la autonomía de los
pueblos indios de Chiapas y el silencio del Subcomandante Marcos. Sin
embargo, poco a poco, se asienta entre mayores sectores de la población la
importancia de esta fase de la lucha zapatista. El silencio (creemos) es la
respuesta al incumplimiento del gobierno y de la clase política, a la manera
en que se boicoteó y se cerró la posibilidad de un diálogo que hubiera sido,
de continuar, inédito.

Por otro lado, la acción y las declaraciones de los municipios autónomos
están creando una nueva sensibilidad política. Sabíamos del gran apoyo
comunitario al EZLN, sabíamos de la existencia de las bases de apoyo, ahora
sabemos cómo actúan y de lo que son capaces. Esta cara del zapatismo nos
plantea una nueva interpelación no solamente sobre la necesidad de resistir,
sino también sobre la necesidad de actuar para crear nuevas relaciones
sociales entre los seres humanos y nuevas relaciones entre los ciudadanos y
las diversas instancias de gobierno.

La construcción de los municipios autónomos representa el desarrollo de una
energía humana que busca cambiar las relaciones de dominio. Significa una
ruptura de los equilibrios anteriores del poder. Hace realidad el objetivo
de que el que mande lo haga obedeciendo. Altera las formas tradicionales del
poder y de la política y representa una especie de virus que se extiende por
todo el país. Por eso es muy significativo que cuando los 5 mil zapatistas
de dichos municipios autónomos salieron hacia todo el país para promover la
consulta sobre los acuerdos de San Andrés, lo que más le interesaba a la
gente no era -a diferencia de Carlos Tello- cuántas armas tenían y cuánto
les habían costado. Tampoco -como a Enrique Krause-, si se iban a convertir
en un nuevo partido político o si se sumarían al Partido de la Revolución
Democrática o construirían un "nuevo movimiento social". Lo que la gente
quería saber era algo más directo y significativo: ¿Cuál había sido la ruta
para construir los municipios autónomos?

Un auténtico río subterráneo se ha formado desde el 1 de enero de 1994. La
dinámica autonomista del EZLN comienza a extenderse por varias regiones de
México y diríamos del mundo.

CONCLUSIONES

La rebelión del 1 de enero de 1994 significó, y se ha dicho varias veces, un
fin anticipado del siglo XX y el anuncio de las nuevas luchas
político-sociales del siglo XXI. Sería bueno preguntarnos ¿Cuáles fueron los
elementos que lograron que esa insurrección indígena acaparara la atención
nacional y mundial de gente tan diversa? ¿Qué es lo que suscitó ese interés
de intelectuales de signo político tan diferente, de dirigentes políticos
enfrentados entre sí, de viejos y nuevos movimientos sociales, de
escritores, cineastas, actores, pintores, cantantes de rock, etcétera?

Para algunos, el eco zapatista proviene del carácter armado del
levantamiento, justo después de que el inefable Jorge Castañeda había
decretado el fin de las organizaciones armadas. Otros buscan responder a la
pregunta sobre el efecto EZLN a partir de sus raíces indígenas. Otros más en
el carisma de su vocero.

Por nuestro lado, estando convencidos de que todos los elementos antes
señalados juegan un papel en la explicación de las repercusiones del
movimiento, en especial el segundo de ellos, creemos que la razón más
importante se encuentra en otro lado; en lo que llamaríamos la crítica
radical que el EZLN ha elaborado y formulado sobre la política, sus
mecanismos y mediaciones y su forma de expresión. En el zapatismo
encontramos una crítica radical a la modernidad y a la posmodernidad, así
como a una serie de conceptos claves: política, democracia representativa,
partidos políticos, poder, vanguardia, progreso, etcétera.

Según un escritor del Estado español, Eugenio del Río, una forma esquemática
para explicar los preceptos claves de la modernidad y de la posmodernidad
son los siguientes:

El modelo anterior (modernidad, en la que incluye, al marxismo):
universalista, tendía siempre a la unidad, buscaba de una manera racional la
definición de las necesidades (programa político), luchaba por grandes
causas, tenía proyectos a largo plazo, tenía una disposición hacia un ánimo
prometéico, buscaba la revolución con mayúsculas, hablaba en nombre de un
gran sujeto social y tenía un sentido de pertenencia a grandes agrupamientos
(sindicatos, partidos, internacionales).
La nueva mentalidad (posmoderna) es localista, pone siempre acento en la
diversidad y la pluralidad, le da prioridad al deseo, lucha por causas
pequeñas, siempre en función del corto plazo, cuenta con un realismo muy
acusado, siempre tiene crisis de aspiraciones y es gradualista, actúa
normalmente a la defensiva, no cuenta con grandes sujetos sociales y busca
un reforzamiento de identidades colectivas menores.

Parecería que modernidad y posmodernidad son las coordenadas en las que
inevitablemente se tendría que mover la izquierda. No creo que esto sea
fatal. Hace algunos años, Enrique Dussel caracterizó al proyecto zapatista
como transmoderno. Siempre me pareció una magnífica definición. Ahora, con
el movimiento que se desarrolla en todo el mundo en contra de la
globalización tal y como se está dando, estamos viendo el surgimiento de un
nuevo movimiento social transmoderno, a pesar de la desesperación de algunos
representantes del pensamiento dogmático marxista.

La izquierda debe atravesar la modernidad y la posmodernidad, tiene que
buscar unir lo local con lo universal, la pluralidad con la unidad, el deseo
con la necesidad, las causas pequeñas con las grandes causas, el corto plazo
con el largo plazo, el realismo con la visión prometéica, las identidades
colectivas pequeñas con los grandes agrupamientos, para finalmente aceptar
que no hay un único sujeto revolucionario de cambio social, que existe una
pluralidad de sujetos, grandes y pequeños, que permiten la construcción de
muchas pequeñas historias de rebeldía que en proyección se pueden convertir
en metarelatos.

No deja de llamar la atención que desde lo profundo de la selva Lacandona y
desde las comunidades indígenas mayas se esté trabajando en esta crítica
radical. Esta crítica aparece en el momento en que se expresa una crisis
histórica de la práctica de las corrientes socialistas en el ámbito mundial.
Por un lado, la experiencia soviética había culminado con la construcción de
una sociedad carcelaria, monstruosa y sanguinaria. Por el otro, las
corrientes socialdemócratas concluían su proceso de adaptación, borrando la
imperceptible línea que los separaba de las organizaciones burguesas
tradicionales. Además, las organizaciones que se autodenominaban de la
izquierda revolucionaria, armadas o no, habían sufrido un proceso ya sea de
paulatina integración al sistema político predominante, o bien de profundo
desapego de los problemas reales de la gente, quedando en varios casos como
grupos testimoniales, dogmáticos y sectarios.

Con un lenguaje muy especial, muy indígena, el zapatismo se comunicó con el
país y con el mundo. Hizo de su debilidad armada, de la pobreza de las
comunidades donde se desenvuelve, de su estatura física, de su dificultad
para entender el castellano y el lenguaje de la política y de los políticos,
de su renunciación a la toma del poder, de su saber combinar los derechos
colectivos (en una época en que nadie quería hablar de éstos) con los
derechos individuales (Neil Harvey lo plantea muy bien cuando dice: "En
México es precisamente la negación de los derechos colectivos de los pueblos
indios lo que vulnera la capacidad de ejercer la ciudadanía"), de sus modos
y sus "ni modos", de su diferencia -como aval para todas las diferencias
(las étnicas, sexuales, ideológicas, religiosas, etc.)-, de su odio al
ensordecedor ruido de las formas de la política tradicional, de su vocación
por quedarse callado por largos periodos, de todo esto y más, el zapatismo
hizo su fuerza.

Al mismo tiempo, ha hecho de la actual fase que vive el capitalismo, del
neoliberalismo, su principal enemigo. Por eso esa voluntad de comunicarse
con los que luchan y resisten al capitalismo. Los que en Seattle,
Washington, Londres, Praga o Génova han logrado crear un nuevo movimiento
social (suma de lo que queda del sindicalismo combativo, con ambientalistas,
con organismos no gubernamentales, con lo que se logró salvar de la extrema
izquierda radical, con todos aquéllos que están en contra de que el agua,
los genes, las selvas y los montes, pasen a manos privadas, de que el mundo
sea una mercancía) que, más allá de sus debilidades y limitaciones,
representa hoy por hoy la única alternativa civilizatoria frente al caos del
"progreso".

El zapatismo no plantea una estrategia, no tiene un programa que sirva para
guiar a los demás, no busca ser una vanguardia, no se presenta como un
modelo a seguir. Su objetivo, creo que el principal, es abrir espacios de
participación política a la sociedad, a los movimientos y sus
organizaciones. No tiene nada que perder, porque no tiene nada, ni busca
nada para sí mismo. Es más, posiblemente, como ellos mismos dijeron, una
noche desparezcan de la misma manera como se dieron a conocer, en silencio,
protegidos por la oscuridad.

Por eso, el zapatismo debe ser entendido, antes que nada como un puente, un
puente para transitar "del dolor a la esperanza", un puente que ayude a
quebrar la inmovilidad de la gente, que ayude a desatar la energía humana
hacia la rebeldía. Un puente que recupere lo que haya que recuperar, que no
deja abandonado a sus muertos ni a los muertos de los otros, ni a los
muertos de siempre. Un puente donde vive el viejo topo de la revolución, que
no se desmoraliza por vivir en tiempos no revolucionarios y que espera la
mínima oportunidad para volver a saltar. Un puente para hacer realidad las
palabras con las que Ernest Bloch termina su Principio esperanza: "La raíz
de la historia es, empero, el hombre que trabaja, que crea, que modifica y
supera las circunstancias dadas. Si llega a captarse a sí y si llega a
fundamentar lo suyo, sin enajenación ni alienación, en una democracia real,
surgirá en el mundo algo que a todos nos ha brillado ante los ojos en la
infancia, pero donde nadie ha estado todavía: patria". Un puente a la
patria, un puente a la esperanza.

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Nello

change the world before the world changes you because  another world is
possible