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Privatizaciones en Perú y Chile



Raúl A. Wiener
Polítika


En el transcurso de una exposición realizada hace algunos días en la
Universidad San Agustín de Arequipa, me plantearon las siguientes preguntas:
¿por qué cree que las privatizaciones han funcionado bien en Chile y mal en
el Perú?, ¿cuál sería el secreto del neoliberalismo de los chilenos?. Creo
que el tema inquieta a muchas personas, por lo que me parece conveniente
compartir la respuesta que entregué en esa ocasión como elemento de debate.
La desdoblo en tres secciones:

El desarrollo previo: es una historia que se remonta hacia casi doscientos
años atrás. No fue una casualidad que con mucho menos población, territorio
y recursos, Chile derrotara militarmente a Perú y Bolivia. El adelanto
sureño sobre el Perú que data casi desde los albores de la república, ha
tenido que ver con cohesión social interna, objetivos nacionales,
instituciones políticas fuertes. Esta fue su marca, mientras aquí cundía el
caudillismo, el militarismo y la corrupción del poder En los años 1950 y 60,
teníamos un vecino mucho más industrial que nosotros, aplicando reciamente
la política de sustitución de importaciones y promoción del mercado interno,
al punto que la filosofía de la CEPAL se identificaba fácilmente con su sede
en Santiago de Chile. Muchas empresas públicas del período pre Pinochet, en
el sector servicios, industrial y más tarde en el minero, alcanzaron niveles
apreciables de eficiencia, fiscalizadas por un Estado que las consideraba
pieza crucial para el logro de los objetivos de desarrollo. Varias de estas
unidades,. Como las del agua y la energía, son presentadas ahora como
"modelos de la privatización", pero su calidad estaba establecida antes de
su venta. De igual modo los males de la industrialización periférica:
inflación, déficit público, desequilibrio ciudad-campo, etc. se presentaron
mucho antes en Chile que en nuestro país. Nosotros caminamos con un retraso
de alrededor de veinte años en todo orden de cosas. Aquí el industrialismo
llegó tardío y con mayor carga ideológica, y su crisis resultó tan
fulminante que nos hemos quedado con el trauma para toda la vida.

Neoliberalismo militar: el régimen de Pinochet aplastó a la izquierda,
reprimió a los trabajadores e impuso el orden a sangre y fuego. Triunfaron
las derechas tradicionales. De pronto, sin embargo, descubrieron que aparte
del orden y la defensa de sus privilegios, carecían de programa. Los
socialistas habían ganado a la mayoría del país a la idea de que el control
de los principales recursos y la participación popular harían una sociedad
más rica y más justa. La derecha afirmaba que eso agravaría la crisis y
había hecho lo posible a través del boicot, para que eso sucediera. Pero
ellos sabían que la crisis ya estaba instalada, aún antes del gobierno
popular de los 70, por lo que no había forma de ir hacia atrás. De allí
surgió, después de los primeros años de oscuridad represiva, regresión
social y falta de perspectivas, el proyecto neoliberal de finales de los 70
inspirado en estudios realizados en universidades norteamericanas que darían
también fundamento al giro de las políticas económicas y sociales durante
los gobiernos Thatcher y Reagan que cambiarían la historia del mundo. El
neoliberalismo chileno fue un ensayo precursor en América latina. Y cuando
se inició no habían aún las condiciones para que las transnacionales se
apropiaran totalmente de él. Las privatizaciones chilenas, por ejemplo,
contribuyeron directamente a fortalecer a una burguesía nacional que ya
tenía una historia de acumulación de capital y que resignó rápidamente la
pérdida de posiciones en la industria por la apertura del mercado, ante la
posibilidad de reforzarse en la banca, los servicios, la agricultura y las
exportaciones. El negocio de comprar empresas públicas en países periféricos
se hizo evidente con la experiencia chilena. Desde allí, los grandes
capitales mundiales vuelven la mirada hacia nuestros países y se apoderan,
con la ayuda del FMI, de todo el proceso. El carácter relativamente nacional
del neoliberalismo chileno, le ha permitido sacar ventaja no sólo al Perú,
sino a países como Argentina y Brasil, con mercados mucho más grandes y
recursos naturales incomparablemente más vastos. El esquema instaurado en
tiempos de Pinochet ha reforzado la competitividad de Chile en los mercados
internacionales y expandido una clase media más amplia que en otros países
asociada al modelo. Por ello ni con la socialdemocracia en el poder ha
habido forma de revirarlo. Allí sigue enterito después de casi dos décadas.

Las debilidades del modelo: los costos originales del neoliberalismo y la
privatización en Chile fueron muy severos, aunque no se hable mucho de
ellos. La capacidad industrial y el empleo se destruyeron en masa. Lo mismo
en la privatización y reforma del Estado. Las brechas sociales se agrandaron
y se hicieron insalvables. La concentración de capital se tornó insultante,
mientras que los bolsones de pobreza y exclusión se convirtieron en una
sistemática negación de una sociedad con pretensiones de haber encontrado la
vía justa para incorporarse al primer mundo. La clase media consumista fue
arrastrada a un endeudamiento masivo atrapada en el círculo vicioso de las
refinanciaciones. La política de control de cambios a su vez ha ayudado a
sostener la inflación a la baja, pero ha sido a su vez una de las causas de
estrangulamientos periódicos del crecimiento. Si se ve en perspectiva,
además, resulta mucho más probable que diversos aspectos del modelo chileno
se contagien de elementos del peruano, argentino o brasileño, que ocurra lo
contrario. Tómese el caso de la transnacionalización, en el que a pesar de
las barreras de abierta ingerencia en el mercado, impuestas por la
legislación y la conducta de las autoridades sureñas resulta evidente el
avance de propiedad del capital extranjero. Es el caso de las eléctricas,
las mismas que compraron en Perú durante la ola privatizadora de Fujimori, y
que luego terminaron compradas por inversionistas españoles. También es
hacia donde va la flexibilización en la exploración minera.

Otro aspecto es el de la corrupción (sobornización, como la llama Stiglitz),
a la que los chilenos parecían resistentes por puro sentido de eficiencia
puritana en la acumulación de capital. Nosotros hemos por aquí visto los
casos Luchetti, Lan-Perú y otros, protagonizados directamente por
inversionistas chilenos que imaginan poder mover jueces e influencia pública
a su regalado gusto, como para saber que nuestro vecinos serán cualquier
cosa menos santos impolutos.

La conclusión que se extrae es la siguiente: la comparación entre
experiencias neoliberales y privatizadoras favorece a Chile respecto a Perú,
por diferencia en los puntos de partida del desarrollo y por mayor manejo
nacional del modelo. En última instancia porque en el sur fueron
industrialistas y aperturistas, siempre antes que nosotros. Deberíamos
aprender por tanto lo bueno de la experiencia del otro que es trabajar con
sentido de nación, con objetivos económicos, sociales y geopolíticos. Y lo
malo de nuestra propia historia, que es tratar de seguir políticas de
imitación, que normalmente conducen a fracasar mucho más rápido en el
intento y a potenciar los elementos negativos de la experiencia ajena.

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Nello

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