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Revolución y contrarevolución en Venezuela
Walden Bello
ZNet. Traducido por Manuel Talens y revisado por Germán Leyens
La realidad política de Venezuela me golpea al llegar como una bocanada de
caliente aire caribeño. Una pregunta amigable desencadena en el joven
profesional que me conduce desde el aeropuerto un torrente de denuncias
contra Chávez, que sólo cesan cuando me deja en el Hilton. "Éramos un país
tolerante", afirma. "Ahora, Chávez ha enfrentado a la clase baja contra la
clase media, a los negros contra los blancos. Es verdad que algunos ricos
abusan, pero él no se limita a atacarlos a ellos, sino que también arremete
contra gente como yo, es decir, la clase media que posee un apartamento, dos
automóviles y, quizá, disfruta de unas vacaciones por año fuera del país."
Al partir, me advierte: "No se deje embaucar. Mañana por la noche, cuando lo
vea, verá que Chávez puede ser muy seductor."
¿UN SEGUNDO BOLIVAR?
Sí, es seductor. En un banquete organizado en honor de los participantes de
una conferencia internacional que tendrá lugar la noche siguiente, Hugo
Chávez, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, derrocha sus
mejores dotes de animador social. Cuando me lo presentan, me toma de la mano
como si fuese mi pareja y estuviéramos a punto de bailar la danza filipina
tinikling que, según dice, aprendió durante una visita de estado a Filipinas
durante la presidencia de Estrada. Habla sin cesar de muchas cosas, que van
desde su vuelta al poder en Miraflores -el palacio presidencial- con la
ayuda de los pobres durante el fallido golpe de estado de los días 11-13 de
abril, a su sueño de integrar las industrias del petróleo de Venezuela,
Brasil y otros países productores de petróleo de América Latina. La
efusividad de Chávez es increíble, teniendo en cuenta que Venezuela está al
borde de la guerra civil. En esto, se parece a su héroe Simón Bolívar, el
venezolano inmortal que lideró la independencia de la América española a
principios del siglo XIX, quien, según parece, adoptaba siempre una actitud
entusiasta, incluso durante los momentos más difíciles de crisis políticas y
personales. Se dice que se está cociendo un segundo golpe de estado entre
los "antichavistas", es decir, la elite y la clase media, la jerarquía de la
Iglesia Católica y partes del ejército. Caracas hierve con rumores y se
citan con frecuencia dos fechas posibles para el nuevo golpe, el 5 y el 11
de julio. Gilberto Jiménez, un joven partidario de Chávez, rechaza los
rumores por considerarlos un producto del miedo con que la clase media gusta
de asustarse a sí misma. "Es igual que el bulo de que los círculos
bolivarianos se están armando", señala, haciendo referencia a las
instituciones de base que la gente de Chávez ha creado en los barrios o en
los distritos populares. "No es verdad, pero se lo dicen unos a otros por
correo electrónico y, dentro de poco, serán ellos [la clase media] los que
hablarán de armarse".
GOLPE FALLIDO
Las divisiones de clase en este país se mostraron ante el mundo como una
herida incurable durante los acontecimientos de los días 11-13 de abril.
Durante un enfrentamiento entre la oposición y los manifestantes del
gobierno el 11 de abril, pistoleros todavía no identificados dispararon
contra la multitud y mataron a 18 personas, la mayor parte de ellas gente de
Chávez. Unas horas después de que el general Efraín Vásquez exigiera la
dimisión de Chávez, los oficiales rebeldes y los soldados detuvieron a éste
en Miraflores y se lo llevaron, primero al cuartel general del ejército
venezolano en Fort Tiuna y, después, a una isla alejada de la costa. Una
junta dirigida por Pedro Carmona Estanga, presidente de la Cámara Venezolana
de Comercio, y apoyada por los generales y almirantes implicados, se instaló
en el poder y disolvió de manera unilateral la Asamblea Nacional, la Corte
Suprema, el Consejo Electoral Nacional y todos los gobiernos estatales y
municipales. Asimismo, anuló un conjunto de 48 leyes aprobadas por la
Asamblea Nacional, que la derecha consideraba como una amenaza al imperante
sistema de propiedad privada. Fue un clásico ejemplo de cómo ir más allá de
las propias posibilidades. Muchas unidades militares, enfurecidas por actos
tan descarados, se negaron a creer que Chávez hubiese "dimitido" y se
pusieron de su parte, mientras cientos de miles de pobres bajaban hacia el
centro de Caracas desde los ranchitos, formando una masa imparable que
dispersó a las fuerzas favorables al golpe. Recordando los acontecimientos,
Chávez nos dijo durante la cena: "El gobierno era débil, éramos débiles,
pero cuando más lo necesitábamos, el pueblo salió a la calle y nos salvo".
Lo que ocurrió, dice el sociólogo peruano Aníbal Quijano, trasciende las
fronteras de Venezuela, ya que se trata de "la primera victoria de las masas
en América y en el mundo desde hace mucho, mucho tiempo". En 48 horas,
Chávez volvió al poder. Entre tanto, unas cuantas instituciones hicieron el
ridículo. The New York Times, por ejemplo, escribió un editorial a favor del
golpe el sábado 13 de abril y se retractó el martes 16. Al igual que dicho
periódico, la administración Bush acusó a Chávez de haber provocado el golpe
y luego empezó a eludir la cuestión al ver que estaba de nuevo en el poder.
Pero el daño estaba hecho. Muchos gobiernos europeos y latinoamericanos
critican a Estados Unidos por haber tolerado el derrocamiento de un gobierno
democráticamente elegido. Más aún, mucha gente, en Venezuela y en el
extranjero, sospecha que Estados Unidos tuvo algo que ver en el golpe, y
alegan que dos oficiales de la marina estadounidense fueron vistos en Fort
Tiuna junto a los líderes golpistas las noches el 11 y del 12 de abril. La
cuestión es importante, pero con independencia de que Estados Unidos tuviera
o no que ver en los acontecimientos, el enfrentamiento social era
inevitable.
DOS NACIONES, UN PAÍS
Venezuela es uno de los países de América Latina con mayor división de
clases. En torno al 80% de la población vive en la pobreza y el Banco
Mundial calcula que el 20% más desfavorecido de la población sólo disfruta
del 3,7% del producto nacional bruto, mientras que el 10% de los ciudadanos
más ricos acapara el 37%. Las enormes diferencias en la riqueza se vieron
mitigadas hasta cierto punto durante los días felices de la OPEP, a
principios de los años ochenta, cuando una parte del dinero del petróleo se
filtró desde las capas sociales más altas a las más bajas en un país que
entonces era conocido como "la Arabia Saudita de América Latina". Pero con
el colapso de los precios del petróleo y el inicio de un rígido programa de
ajustes estructurales, Venezuela entró a partir de mediados de los ochenta
en una crisis económica permanente. "Fue algo espectacular", dice Neils
Liberani, un hombre de negocios. "La renta per cápita cayó desde cerca de
2000 dólares durante los ochenta a 110 hoy". Se dice que el "caracazo" de
1989, cuando la gente descendió de los barrios y se amotinó en el centro y
en los suburbios ricos de Caracas como protesta contra el aumento de los
precios de la gasolina exigidos por el Fondo Monetario Internacional, fue un
acontecimiento determinante en la evolución política de Chávez. Tres años
después, en febrero de 1992, el joven e idealista coronel dirigió un golpe
fallido en nombre de las masas pobres, denominado "insurgencia militar
bolivariana". El golpe fracasó, pero catapultó a Chávez hacia el centro de
la política venezolana y, cuando en 1998 se presentó a las elecciones
presidenciales con un programa para acabar con la corrupción y la
subordinación a los poderes extranjeros, así como para iniciar una
revolución social, ganó sin problema alguno con el 56% de los votos, apoyado
incluso por los sectores de la clase media que ahora se le oponen
amargamente. Los tres últimos años, en efecto, han sido revolucionarios.
Chávez proclamó una nueva constitución, que fue aprobada en referéndum
popular, formó una coalición política que obtuvo el control de la Asamblea
Nacional. La asamblea sacó adelante el famoso conjunto de 49 leyes que
incluían una reforma agraria, una ley para proteger a los pequeños
pescadores y la ley que limitaba la influencia del sector privado en la
explotación de las enormes reservas de petróleo de Venezuela. "Al principio,
mucha gente de los medios lo criticaron por ser demasiado retórico en sus
promesas. Pero cuando empezó a poner en práctica las medidas
revolucionarias, esa misma gente empezó a oponerse", dice Jiménez. En
política exterior, las maniobras de Chávez fueron igual de audaces. Fue
efusivo en su admiración por Fidel Castro. Rompió el embargo contra visitas
a Sadam Hussein y jugó un papel crucial en la unificación de la OPEP para
controlar la producción de petróleo, con vistas a estabilizar su precio.
Estas maniobras no lo hicieron muy popular ante el gobierno de Estados
Unidos. Más aún, la política exterior de Chávez es eminentemente
bolivariana. No solamente sueña con una industria petrolífera regionalmente
integrada, sino que también habla de una Organización del Tratado del
Atlántico Sur (OTAS), que incluiría únicamente miembros de América Latina y
África y que se ocuparía de preservar la seguridad común de los países del
sur del planeta. No oculta su escepticismo ante las proposiciones de la
administración Bush sobre el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA),
y sus colaboradores dicen que éstas no saldrán aprobadas en un referéndum en
Venezuela. Pero Chávez también tiene sus críticos a la izquierda. Algunos
dicen que su estilo personal es demasiado agresivo y que acusa a quienes lo
critican de "enemigos del pueblo". Otros dicen que depende demasiado del
apoyo de los grupos leales dentro del ejército, apoyo que le será difícil
mantener, dado que la mayor parte de los oficiales proceden de la clase
media. "Esa gente tiene que vivir a diario entre la clase media, que odia a
Chávez", dice un partidario que no quiso identificarse. Otros, por fin,
dicen que Chávez no pasa de practicar un populismo carismático, carente de
un programa bien articulado para el cambio. Tal como señala Aníbal Quijano,
el "chavismo" necesita convertirse rápidamente en un genuino proceso
democrático, liberado de la relación mística existente entre las masas
dispersas y desorganizadas y un caudillo del peculiar estilo de Chávez.
Otros dicen que incluso si Chávez y sus aliados han empezado a
despersonalizar e institucionalizar la revolución al instituir los círculos
bolivarianos, ya es demasiado tarde.
REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN
Sea tarde o no, el gobierno está organizando el poder popular. Los círculos
bolivarianos son instituciones de autogobierno, con capacidades
excepcionales para determinar proyectos y prioridades. "La gente tiene que
dejar de esperar que el gobierno haga las cosas. Tiene que empezar a
hacerlas, con el apoyo del gobierno local", dice Freddie Bernal, el alcalde
del gran distrito de clase baja Libertador y uno de los colaboradores en
quien Chávez más confía. La revolución es real, pero también lo es la
contrarrevolución. El ambiente de alta tensión en Caracas me recuerda el de
Santiago de Chile en 1973, cuando la elite y la clase media se concentraban
en las calles exigiendo el golpe al gobierno "dictatorial" de Salvador
Allende, que supuestamente había introducido la "política del odio" en un
país hasta entonces pacífico. La retórica democrática es la misma, pero
tanto entonces como ahora, en el Chile de 1973 y en la Venezuela de 2002, el
problema que se le plantea a la derecha es que el líder revolucionario ha
sido elegido por el pueblo. Más aún, la constitución revolucionaria fue
aprobada de forma democrática y un parlamento también democrático aprobó las
leyes que se ocupan de las desigualdades sociales. Entonces, y también
ahora, la derecha contraatacó con la huelga económica, reteniendo cientos de
millones de dólares en inversiones o sacándolos fuera del país, lo cual ha
empeorado la crisis económica que Chávez heredó de administraciones
anteriores. "Se trata de una profecía que ellos se encargan de cumplir",
dice un partidario de Chávez que no quiere identificarse. "Se niegan a
invertir y, cuando la crisis empeora, le echan la culpa a Chávez, lo cual no
quiere decir que éste no haya cometido equivocaciones. Algunas de sus
medidas parecen pensadas por el FMI". ¿Habrá un nuevo golpe de estado?
Martín López, un hombre de negocios contrario a Chávez, dice que la
tendencia dominante en ambos lados consiste en alejarse de la violencia y
concentrarse en la negociación. Tiene la esperanza de que una futura misión
para promover el diálogo, dirigida por Jimmy Carter -el otrora presidente de
Estados Unidos- tendrá éxito. Otros muchos son menos optimistas y señalan
que la principal condición de la oposición para iniciar el diálogo -la
salida de Chávez- no es un buen punto de partida. ¿Qué pasaría si hay otro
intento de la oposición para tomar el poder con violencia? Planteo la
pregunta a algunas personas de la comunidad de clase baja de Nazareno, en lo
alto de una de las laderas de la montaña que se alzan con una torre sobre el
centro de Caracas. Rosa Quintero, una mujer de unos 40 años, me responde:
"Mire, nosotros bajamos el 12 de abril no porque quisiéramos comida o
dinero", y con ello se refería a las movilizaciones de la clase baja que
reinstalaron a Chávez en el poder. "Bajamos porque estábamos luchando por
nuestro futuro. Y estamos preparados para hacerlo de nuevo"' El dilema que
se le presenta a la derecha es que para volver a controlar Venezuela deberá
hacerlo sobre los cadáveres de miles de personas, incluido el de Quintero. Y
también el de Chávez, que al igual que su modelo, está actuando no sólo para
el presente, sino para la historia. "La equivocación que cometieron el 11 de
abril", dicen que ha dicho, "es que no me mataron. No la volverán a cometer.
Y estoy preparado a morir antes que traicionar nuestros principios
bolivarianos." ¿Y los Estados Unidos? El dilema de los unilateralistas que
gobiernan en Washington es que, por un lado, no existe manera "limpia" de
derrocar a un gobierno elegido democráticamente y, por el otro, tampoco
pueden permitir un segundo Fidel Castro en la región, en especial un Fidel
que reina en el segundo país proveedor de petróleo más importante de Estados
Unidos.
(*) Walden Bello es director ejecutivo de "Focus on the Global South", un
programa del Instituto de Investigación Social de la Universidad
Chulalongkorn, en Bangkok (Tailandia) y profesor de sociología y
administración pública de la Universidad de Filipinas.
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Nello
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