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Venezuela: Vive el país horas decisivas: los desplazados del poder apuestan a la carta del golpe militar




Reformas que hirieron sus intereses unieron a la desperdigada oposición en
Venezuela


LUIS BILBAO ESPECIAL PARA LA JORNADA

Caracas 20 de marzo. El presidente Hugo Chávez salió airoso de una difícil
prueba de fuerza planteada por la conducción del sindicato petrolero. Este
desenlace coyuntural, sin embargo, no define una batalla crucial cuyo
desenlace bien puede definir la suerte de su gobierno. Porque lo que
realmente está en juego es la relación en el mediano y largo plazos del
Poder Ejecutivo con el conjunto de los trabajadores, y específicamente con
aquellos de las áreas más avanzadas de la producción: petróleo, acero y
electricidad.

Llegado al poder en 1998 con masivo respaldo popular, con apoyo en
importantes franjas de las fuerzas armadas y prácticamente todos los
partidos del centro a la izquierda, el presidente venezolano careció y
carece todavía de un partido con suficiente fuerza y coherencia para
acometer la ciclópea tarea de desmontar el antiguo régimen y consolidar la
nueva República Bolivariana de Venezuela. Esto ha cargado todo el peso de la
relación con las masas sobre sus propios hombros. Hasta ahora, en el largo
periodo que le tomó a los antiguos ejes del poder recuperarse del golpe
letal recibido en las elecciones de diciembre de 1998 y redoblado en cada
una de los cinco comicios subsiguientes que dieron vuelta como un guante la
institucionalidad del país, los rasgos particulares de Chávez, su facilidad
para transmitir ideas y esperanzas, fue suficiente para mantener a raya a la
oposición.

Eso cambió desde el 5 de noviembre pasado. Según explica Allan Brewer a La
Jornada, él y otro conspicuo integrante de la elite caraqueña, Maxim Ross,
ambos ajenos a las estructuras partidarias tradicionales -Acción Democrática
y Copei- convocaron a los restos dispersos de la oposición, que desde esa
fecha comenzó a reunirse formalmente cada lunes. Un mes después, ocurrió el
paro del 10 de diciembre, promovido públicamente por el nucleamiento
empresario Fedecámaras y la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV). El
poderoso motor de ese intento de recomposición fue la aprobación de un
paquete de leyes entre las cuales sobresalían las que apuntan a una reforma
agraria, a la defensa y control por el Estado de las riquezas del subsuelo y
el control de la pesca marítima. Chávez daba con ellas un paso decisivo en
su ofensiva estratégica. Y en ese punto, aquella reunión y esta
manifestación pública, de notable alcance, trazaron una línea en el curso de
la "revolución bolivariana". Fue, para utilizar la expresión del semanario
inglés The Economist, "el nacimiento de la contrarrevolución". Ante el
desafío, Chávez declaró a este periodista el 13 de diciembre que "no habrá
transacciones con los escuálidos" (así llama a la oposición, cuando no apela
al más conocido término de "oligarquía").

Sociedad fracturada

Desde entonces no hubo tregua de uno u otro lado. Alentado por su impulso
inicial, el bloque opositor anunció movilizaciones para el 4 de febrero
(décimo aniversario del levantamiento militar liderado por Chávez) y una
huelga general de 72 horas para el 18 de marzo. La lucha frontal mostró a
una sociedad fracturada en dos partes; desiguales cuantitativa y
cualitativamente, pero irreconciliables. Es lo que en otros tiempos se
denominaba "lucha de clases". Y que al parecer, pese a los responsos
cantados en varios idiomas y con diferentes entonaciones, no estaba tan
muerta como se supuso.

Como quiera que sea, el hecho es que Chávez avanzó con celeridad sobre sus
propósitos. Eso se manifestó en diferentes planos, paralelos a la aplicación
inicial de las leyes aprobadas: hubo cambios de ministros, se constituyeron
formalmente los círculos bolivarianos (en un imponente acto de masas el 11
de enero) y se formó un Comando Político de la Revolución, integrado por
todos los partidos y organizaciones que apoyan al gobierno, por gobernadores
y alcaldes oficialistas y por el propio Chávez.

La oposición no fue a la zaga y apeló a la movilización callejera. En una
impar disputa por las calles, Chávez llamó también a sus bases y se
produjeron desde entonces imponentes manifestaciones: observadores objetivos
calculan que más de un millón y medio de enfervorizados hombres y mujeres
fueron a apoyar al presidente el 4 de febrero, mientras a escasa distancia
la oposición reunía unas 200 mil personas. El 8 de marzo se repitió el
desafío en ese terreno. En esta ocasión la oposición apeló a las mujeres y
el gobierno volvió a convocar a las masas. La movilización opositora fue
significativa, pero empalideció ante la cantidad y la combatividad de los
partidarios de Chávez.

Paralelamente, comenzaron a aparecer individualmente oficiales de las
fuerzas armadas proclamando su repudio al presidente y exigiendo la
renuncia, una demanda multiplicada por la prensa mundial que por algunas
semanas logró el objetivo de transmitir la idea de que Chávez estaba al
borde de una sublevación que lo derrocaría. El impacto extraordinario de esa
campaña, particularmente efectiva en América Latina, se transformó sin
em-bargo en su contrario cuando al correr de los días y semanas la
sublevación militar lejos de verificarse, desapareció de los titulares y se
redujo a "informes ultraconfidenciales" susurrados a los oídos de los
corresponsales de prensa extranjera.

Tal parece que esa sucesión de pruebas de fuerzas obraron de manera
diferente en ambos campos. Todos los movimientos perceptibles en el
oficialismo indican definiciones más netas por parte del presidente,
fortalecimiento de las instancias de base y un lento y controvertido avance
en la homogeneización de fuerzas mediante el Comando Político de la
Revolución. Ese proceso incluye la deserción de algunas figuras, como la del
diputado Pablo Medina, quien abandonó individualmente su partido Patria Para
Todos (PPT) mientras la otra figura dirigente de esa organización,
Aristóbulo Izturiz, asumió co-mo ministro de Educación. El PPT resolvió de
este modo una prolongada ambivalencia, fenómeno en curso igualmente en el
Movimiento al Socialismo (MAS).

Las filas de la oposición, en cambio, perdieron ímpetu a medida que
volvieron a predominar sus divisiones internas. "No se lo-gra que partidos y
organizaciones depongan posiciones personales e intereses individuales",
dice Brewer. "Sienten la gravedad del momento, pero..." La gravedad del
momento, según el ex senador y reconocido intelectual del establishment,
consiste en que el gobierno avanza rápidamente hacia el autoritarismo y la
dictadura, lo cual afirma la certeza de que "Chávez debe ser derrocado".
Pero fallados por el momento la instancia de rebelión popular y el recurso
de un golpe militar, se apela ahora a un punto débil en el esquema de
fuerzas del presidente: el movimiento obrero.

En términos concretos, el movimiento sindical organizado es una parte ínfima
de la clase trabajadora: sólo 12 por ciento de los asalariados está afiliado
a algún sindicato. No obstante, la cúpula sindical -tradicionalmente
asociada a Acción Democrática (fuerza socialdemócrata que por esa vía tiene
amplios respaldos en la Internacional Socialista y en la Organización
Internacional del Trabajo)- tiene una fuerza que los partidarios de la
revolución bolivariana no han podido superar.

El llamado a la huelga de los petroleros, preparatoria de la huelga general
por tiempo indeterminado que debía desatarse el 18 de marzo, era por tanto
una prueba mayor para Chávez. Si una parte considerable de los obreros
petroleros se alineaba con la CTV en respaldo a la cúpula técnica de la
empresa, fuerza de choque para impedir la profunda restructuración encarada
por el gobierno, acataba el llamado a la huelga, Chávez se hubiese
encontrado en la imposible situación de tener que tomar medidas extremas
para garantizar la producción petrolera, chocando con una manifestación
obrera y argumentando en favor de un gobierno que se proclama defensor de
los trabajadores y el pueblo.

Tiene particular interés observar los he-chos de la semana pasada en ese
terreno: pese a que las fuerzas oficialistas son débiles e inarticuladas en
los gremios en general y en las filas petroleras en particular, fueron vanos
los esfuerzos de la dirigencia sindical de asociar su propósito con demandas
salariales y lograr el respaldo de las bases. Más aún, la propia jerarquía
técnica se fracturó y una visible mayoría hizo pública su oposición al paro.
Así, el intento fracasó y además de abrir camino para la restructuración de
PDVSA, arrastró la idea de una huelga general por tiempo indeterminado.
Extraoficialmente la dirigencia de la CTV hizo saber que pospuso la fecha
"para la primera semana de abril, aunque tal vez, por los problemas de
Semana Santa, se pase a la segunda semana de abril".

Pasado que pugna por volver

No se trata de sacar conclusiones tajantes. En medio de estos dos grandes
bloques confrontados de modo ciertamente irreversible, oscila una importante
masa social compuesta por muy diferentes estratos, que no quiere volver al
pasado, no está dispuesta a salir a la calle contra el gobierno, pero
expresa un grande y creciente descontento y no acaba de saber hacia dónde
ir.

Mientras tanto, el reducto más sólido de la oposición está en los medios de
difusión. Es-te corresponsal no registra antecedente alguno de una
militancia tan virulenta, agresiva, ofensiva y machacante como la que se
ejerce por conducto de la totalidad de la prensa escrita y todos los canales
de televisión, con excepción del canal oficial. En ese terreno, la oposición
tiene una supremacía incontestable aunque camina sobre un piso resbaladizo:
es imposible acusar al gobierno de autoritarismo y ataques a la libertad de
expresión cuando se asiste a semejante espectáculo.

Desde esa tribuna se alientan por estas horas dos nuevos paros: de los
maestros y de los médicos. Estos últimos anuncian una huelga general por
tiempo indeterminado a partir del lunes 18. La ministra de Salud, María
Urbaneja, dijo enfáticamente a La Jornada que éste es un paro político,
impulsado por el centro opositor y que tiene además el propósito de frenar
la nueva ley integral de salud. Adelantó también que no habrá tal huelga
general por tiempo indeterminado, porque una mayoría del cuerpo mé-dico
respalda, pasiva o activamente, la política que ha comenzado a aplicarse
desde el Ejecutivo. Como prueba de la naturaleza del conflicto en curso, el
presidente del Seguro Social, Edgar González, encabezó la conformación, el
pasado sábado, de 250 círculos bolivarianos, integrados por unas 2 mil 500
personas, en esa área. "Es parte de nuestra estrategia política", declaró.

¿Hacia dónde se desliza entonces esta situación de máxima tensión? Tras los
resultados adversos obtenidos con la movilización de masas, que generó una
réplica de mayor masividad y politización en las filas oficialistas, la
oposición descarta ahora la posibilidad de que Chávez renuncie bajo presión;
la carta militar, siempre en la man-ga, no cae sobre la mesa; la huelga
general por tiempo indeterminado se pospone. Pero la virulencia arrecia y la
oposición, presente en todos los estamentos del aparato del Estado, se
propone desde allí fomentar la ingobernabilidad práctica, tema que repercute
aumentando el malestar de grandes sectores de la población.

"La huelga general no se improvisa", explica Brewer, desencantado con el
curso de fragmentación vivido por el bloque opositor tan exitosamente
impulsado por él y un grupo de amigos en carácter, dice, de "facilitadores".
¿Se marcha entonces a una guerra civil? "No, responde Brewer: para que la
haya tiene que haber dos bandos. Todavía estamos en el desierto. La
recomposición de la oposición va a tomar tiempo". Resta observar qué hará el
presidente Chávez en ese plazo.

Nello

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possible

www.peacelink.it/tematiche/latina/latina.htm