Latinoamérica
NO HAY CAMINO PARA LA PAZ EN COLOMBIA, LA PAZ ES
EL CAMINO De las muchas adversidades que atraviesan nuestras
sociedades, la guerra sin duda es la peor de todas ellas. La guerra
destruye el tejido social y se convierte en el mayor obstáculo para la
convivencia y la felicidad humana. La guerra no solo impide resolver los
demás problemas que aquejan a un país, sino que los incrementa y
agrava. CHILE, DE CAMILO A CAMILA Dos figuras actuales
del quehacer político nacional dan buena cuenta de un cambio de época que
se está dando en nuestra sociedad. El contraste entre Camila Vallejo y
Camilo Escalona marca el ocaso de una manera de concebir la política y la
historia, y el advenimiento de un nuevo horizonte.
Latinoamérica
NO HAY CAMINO PARA LA PAZ EN COLOMBIA, LA PAZ ES
EL CAMINO
Alberto Acosta
De las
muchas adversidades que atraviesan nuestras sociedades, la guerra sin duda
es la peor de todas ellas. La guerra destruye el tejido social y se
convierte en el mayor obstáculo para la convivencia y la felicidad humana.
La guerra no solo impide resolver los demás problemas que aquejan a un
país, sino que los incrementa y agrava.
Colombia lleva seis décadas padeciendo una guerra interna
que, a estas alturas de la Historia, perdió sentido y justificación. Los
incontables intentos por resolver el conflicto armado han sido un agotador
peregrinaje hacia la frustración y el desencanto, un espinoso tránsito por
la intolerancia y la intransigencia de actores que han visto en la paz la
principal amenaza a sus intereses.
Colombia necesita la paz más que nunca, y se la merece.
Un pueblo que, pese a semejante calamidad, ha sido capaz de mantener su
alegría, su creatividad y su empuje no puede someterse a la fatalidad de
la violencia.
El Ecuador también necesita la paz de Colombia. Por
conciencia política, por solidaridad humana, por hermandad entre los
pueblos, porque es indispensable la plena integración para avanzar en la
solución de nuestros comunes problemas y por necesidad nacional no podemos
permanecer indiferentes a un conflicto armado que nos afecta cada vez de
mayor manera. La violencia y la inseguridad que se han instalado en las
zonas de frontera lentamente se extienden hacia el resto de nuestro país.
Cada día que pasa las secuelas de la guerra se incrementan y se vuelven
más inmanejables.
Hoy se ha abierto una nueva posibilidad para la paz en el
país vecino, aunque recordando a Mahatma Gandhi, digamos que no hay camino
para la paz, la paz es el camino.
Por primera vez desde hace muchos años, parece posible
llegar a un acuerdo para concluir la guerra interna en Colombia. No solo
porque se ha demostrado voluntad de diálogo, sino porqué también se ha
desarrollado conciencia sobre la inutilidad del conflicto.
Cristalizar esta realidad requiere del apoyo de todas las
naciones del mundo, pero en particular de aquellas que han compartido una
historia común y una vecindad basada en la fraternidad. Si la historia de
Colombia ocupa un lugar preferencial en nuestra identidad nacional,
también deben ocuparlo las contrariedades que hoy afectan a nuestros
hermanos y hermanas colombianos.
Es por ello que sorprende que en el actual proceso de
diálogo iniciado entre el gobierno de Colombia y la insurgencia, el
gobierno ecuatoriano y el país brillen por su nulo protagonismo. Incluso
desde una posición egoísta deberíamos actuar. Hemos sido y somos la nación
vecina más perjudicada por ese conflicto y, en tal virtud, deberíamos ser
parte fundamental de dicho proceso en calidad de acompañantes,
facilitadores y garantes. Pero sobre todo deberíamos apoyar este proceso
por nuestro compromiso solidario con la vida.
Lamentablemente, la errática política internacional
ecuatoriana, más preocupada de lo que pasa en Libia o Irán que lo que
sucede en el país vecino, ha impedido al Ecuador sostener una postura
clara a favor de la resolución negociada del conflicto colombiano. Al
parecer, no proyectamos una posición suficientemente confiable como para
ser convidados al proceso. La ambigüedad diplomática demostrada en los
últimos años le ha impedido al Ecuador refrendar una postura de
inconfundible neutralidad, factor indispensable para garantizar un aporte
constructivo a las negociaciones.
Un compromiso irrestricto para que la paz sea el camino
no puede tener más propósito que el bienestar y la felicidad del pueblo
colombiano, por encima de las fuerzas y actores en conflicto. Y esa noble
aspiración, estoy seguro, cuenta con la aceptación de todos los
ecuatorianos y ecuatorianas que condenan el sufrimiento prolongado del
pueblo colombiano, a la par que temen, con justa razón, la creciente
propagación del conflicto colombiano más allá de sus fronteras. Ni
Colombia ni su pueblo pueden ser presa de intereses perversos internos, ni
de juegos geopolíticos instigados desde las grandes potencias.
Hay un pueblo que lucha denodada e inquebrantablemente
por la paz, que sin claudicar a sus aspiraciones ha expresado su hastío
con una violencia que no da tregua, que con paciencia y obstinación ha
sabido sobreponerse al infortunio de la guerra. Es hora de que el mundo,
América Latina y de manera especial el Ecuador contribuyan con esa causa
sublime. Nuestro futuro gobierno, el gobierno de la Unidad Plurinacional,
superando los desentendimientos y errores que han impedido que el país
aporte activa y decididamente al proceso de paz colombiano, se
comprometerá con absoluta neutralidad a la consecución de una solución que
ponga en primer lugar la esperanza del pueblo colombiano en una paz
duradera y en una democracia plena como mecanismos para superar las causas
profundas de este doloroso conflicto.
¡Todo para la Patria, nada para nosotros! Quito, 1 de
octubre de 2012
Alberto Acosta Candidato presidencial de la Unidad
Plurinacional
CHILE DE CAMILO A CAMILA
Álvaro Villarraga Sarmiento Cuadra
Dos
figuras actuales del quehacer político nacional dan buena cuenta de un
cambio de época que se está dando en nuestra sociedad. El contraste entre
Camila Vallejo y Camilo Escalona marca el ocaso de una manera de concebir
la política y la historia, y el advenimiento de un nuevo horizonte. Si
hacia fines de los años ochenta la cuestión era enfrentar a una cruenta
dictadura militar, el presente está marcado por el imperativo de
profundizar una democracia que deje atrás la herencia autoritaria.
Para el senador Escalona, se trata de insistir en aquel
viejo diseño que rindió sus exiguos frutos hace dos décadas. Insistir en
mínimas reformas a la constitución a través de los mecanismos
institucionales, desestimando cualquier cambio mayor. Su visión política
no podría ser sino aquella aprendida en la década de los noventa durante
los primeros años concertacionistas, un mundo en que lo político era
administrado por partidos y en que todo se resolvía “en la medida de lo
posible”. Un pastiche republicano escasamente democrático, no exento de
insanas complicidades y corruptelas. Un mundo, en fin, en que una derecha
insolente termina por condicionar los límites de cualquier propuesta
reformista, mientras Pinochet envejecía amenazante e impune.
Camila Vallejo pertenece a una nueva generación, una
nueva “sensibilidad” que, en su gran mayoría, se siente insatisfecha con
la sociedad chilena actual. Los jóvenes de hoy tienen la suficiente
lucidez para advertir que el país requiere una democracia mucho más
profunda y participativa que aquella impuesta por el cerco de extrema
derecha que todavía nos rige. Este sentimiento es compartido, desde luego,
por muchos compatriotas. En este sentido, la figura de Camila excede una
“demanda generacional” para instalarse como una demanda política en el
seno de los movimientos sociales. A diferencia de Escalona, los dirigentes
juveniles de hoy miran con desconfianza a una “clase política” que, al fin
de cuentas, se ha hecho cómplice del injusto estado de cosas atrapada en
su telaraña de intereses e ideas tan mezquinas como añejas.
Al señalar el tránsito de Camilo a Camila, indicamos un
ocaso y un nacimiento, que nos remite a dos momentos históricos muy
diversos. Camilo representa un modelo reformista débil y condicionado que
administró el país por dos décadas con los magros resultados que
conocemos. Camila representa el anhelo de amplios sectores de chilenos por
avanzar hacia una democracia más plena que salvaguarde los intereses del
país y de sus ciudadanos. No se trata de una querella generacional, en el
sentido etario: Se trata más bien del contraste de dos “sensibilidades”
que caracterizan dos momentos muy distintos de nuestra historia reciente.
Lo que se juega en este tránsito es, ni más ni menos, el tipo de
democracia que anhelamos para Chile en su presente y en su futuro.
Álvaro Cuadraes investigador y docente de la Escuela
Latinoamericana de Postgrados. ELAP. ARENA PÚBLICA. Plataforma de Opinión.
Universidad de Arte y Ciencias Sociales. ARCIS. Autor de Manifestaciones
Estudiantiles en Chile - Cultura de la protesta: Protesta de la cultura
(http://alainet.org/active/57490)
http://alainet.org/active/58339
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