El TLC necesitaba que Jan Farid muriera el doce de octubre
Por: Alexander Escobar
“De
momento, quisiera tan sólo entender cómo pueden tantos hombres, tantos
pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soportar a veces un solo
tirano, que no dispone de más poder que el que se le otorga…”
Étienne de la Boétie,
El discurso de la servidumbre voluntaria
En
Colombia existen crímenes de Estado más atroces. Pero jamás un
estudiante había sido asesinado con tanta premeditación –tantos
explosivos– que sobrepasa mis visiones del horror para reprimir un paro
estudiantil. La sangre derramada fue tan calculada en
cada tramo de la calle, que mis amigas aún llevan tatuada la amargura en
la retina, y el dolor en cada sílaba que emiten al teléfono.
Matar
y reprimir son elementos característicos del terrorismo de Estado.
Aunque no los únicos. La estigmatización también juega un papel
determinante. El atentado en contra de la marcha del 12 de octubre en la
ciudad de Cali conjuga todo lo anterior. Porque no les bastó con
asesinar a un líder estudiantil, a Jan Farid, además convirtieron a la
víctima en victimario. Y los medios de comunicación del capitalismo
acudieron al festín. Al poco tiempo el joven de 19 años era “un
terrorista que murió en su ley”. No tenían otra opción. Necesitaban
desacreditar la lucha de los estudiantes, y distraer a la opinión
pública mientras en el Congreso de Washington se aprobaba el Tratado de
Libre Comercio (TLC) con Colombia. Quizá por esta razón el proyecto de
Nueva Ley de Educación Superior fue radicado en octubre y no en
diciembre (cuando los estudiantes estuvieran en vacaciones).
¡Cómo
odio a los malditos¡ Quieren que creamos que Jan Farid fabricó un
artefacto explosivo para asesinar en masa, un artefacto que dejó varios
heridos con múltiples esquirlas en sus cuerpos. Quieren que creamos que
los explosivos iban colgados a su espalda, cuando la explosión la
recibió al lado derecho en la parte baja del abdomen (no en la espalda).
¡Y son más malditos todavía! Ahora pretenden decir que los explosivos
(tan peligrosos) los llevaba en los bolsillos (o que misteriosamente el
morral salió de su espalda mientras corría, cayó, giró, saltó y explotó
frente a su vientre). Quieren que lo creamos porque se tomaron todas las
molestias para fabricar un artefacto similar a una “papa bomba”, pero
con resultados similares a los de una granada que lanzó al joven casi
dos metros de donde fue arrojado o detonado el artefacto.
Jan
Farid Cheng Lugo sabía por qué marchaba. Padecía las injusticias de un
gobierno que privatiza la educación pública y convierte su acceso en una
lotería. ¡Claro que lo sabía! Las consecuencias eran visibles.
Estudiaba medicina en una institución privada, la Universidad Santiago
de Cali, donde afrontaba problemas para matricular el cuarto semestre.
Su condición era conocida en la universidad porque nunca dejó de asistir
a clases ni abandonó el movimiento estudiantil. Sin embargo para las
directivas no fue suficiente saberlo. En una institución privada el
lucro está por encima del compromiso de estudiar. Y reconocerlo como
estudiante hubiese sido oponerse al mercado neoliberal. Bajo esta lógica
actuaron las directivas, no la humanista, sino la del mercado de las
matrículas: ante cámaras y micrófonos negaron a Jan Farid como parte de
la comunidad universitaria.
Por
fortuna las universidades viven gracias a los estudiantes, y son ellos
quienes cambian su destino. Sus compañeros y compañeras hoy exigen a las
directivas respeto para Jan Farid Cheng Lugo, que reconozcan
públicamente a Jan Farid como un estudiante de la Universidad Santiago
de Cali que murió defendiendo la Educación Pública de su pueblo. Y en su
memoria, resisten a los agentes infiltrados del gobierno, y responden
con esta bella consigna:
“!Por nuestros muertos, ni un minuto de silencio,
toda una vida de lucha y de combate¡”
Desde las calles del suroccidente colombiano,
15 de octubre de 2011
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