América Latina converge hacia la desigualdad



7 de noviembre del 2003

Paola Visca
Globalización América Latina / D3E. Uruguay, noviembre del 2003.


Recientemente el Banco Mundial difundió un estudio sobre la situación de los
países de América Latina respecto a la desigualdad de sus habitantes, tanto
dentro como entre países. El informe del banco llegó a una conclusión que
todos sabemos: el continente enfrenta enormes desigualdades con escandalosas
situaciones de pobreza y marginación. Un ejemplo alarmante al respecto lo
encontramos en Honduras, donde un 75% de la población vive con menos de 2
dólares al día.
El informe presenta además una serie de comparaciones con los niveles de
equidad y pobreza en otras regiones, con datos muy interesantes, y que
obligan a mirar con más humildad algunos de los llamados casos "exitosos" en
América Latina. Nuestro continente es el que presenta la mayor desigualdad
en el mundo. Incluso con respecto a Africa o el cercano Oriente, América
Latina presenta el más alto índice de Gini (un indicador de la inequidad).
En los años 90, el África subsahariana, por ejemplo, mostraba un índice de
Gini de 47, contra 49,3 en América Latina. La diferencia aumenta si
consideramos áreas más desarrolladas.
El informe encontró que no solo la histórica desigualdad de ingresos (y por
lo tanto de consumo) en América Latina se sigue manteniendo, sino que se ha
incrementado en las tres últimas décadas. Sin embargo uno de los aspectos
más llamativos del reporte es que se verifica una tendencia a la
convergencia de la desigualdad. Por un lado en la mayoría de los países
considerados la desigualdad ha aumentado, y por otro, en los históricamente
más desiguales, como Brasil y México, se redujo un poco pero para converger
hacia niveles comunes con el resto, en niveles que todavía son muy altos.
América Latina avanza hacia una ironía de igualdad en la desigualdad. La
región presenta en promedio en la década de 1990 un valor de 49,3 en el
índice de Gini, una cifra nada alentadora si tomamos en cuenta que con
respecto a la llamada "década perdida" de 1980 solamente mejoró la inequidad
el continente en medio punto porcentual. Esa desigualdad no solamente es
mala en sí misma, sino que entorpece la disminución de la pobreza. Existe
una relación directa entre estas dos variables: a mayor desigualdad mayor
pobreza.
El deterioro se la igualdad se puede ilustrar con el caso argentino, donde a
comienzos de la década pasada, el índice de Gini para el ingreso per cápita
de los hogares era de 44,7, mientras que a finales de los 90 la desigualdad
aumenta llegando al valor de 52,2. Recordando que la desigualdad aumenta al
acercarnos al valor 100, Argentina aparece como uno de los países que más ha
sufrido este fenómeno. Incluso Uruguay, que más de una vez se lo presenta
como ejemplo, empeoró levemente de 44,2 a 44,6. Otro tanto ha sucedido con
Venezuela. Estos países se caracterizaban en el pasado por ser los más
equitativos del continente, y paradójicamente son los que han resultado más
afectados por el aumento de la desigualdad.
Sólo cinco países mostraron mejorías: Brasil, México, Honduras, Paraguay y
República Dominicana. En el caso de Brasil y México esos indicadores
disminuyeron levemente; el primero pasó de 61,2 a 59, mientras el segundo de
55,9 a 54,6 en la década de 1990. Sin embargo si se considera la
distribución del ingreso por grupos equivalentes al 10% de la población, se
observa que en Brasil, en 1990 el decil con los menores recursos recibía el
0,8% del ingreso, y apenas aumentó al 0,9% en el 2000. Los casos de
Venezuela y Argentina son nuevamente llamativos, habiendo disminuido el
porcentaje de participación de los respectivos deciles más pobres (1,7% a
1,3% en el caso de Venezuela y desde 1,8% a 1% en Argentina).
La desigual distribución del ingreso generado en estas economías, no hace
sino profundizar las diferencias dentro de las sociedades. Si bien la
educación ha ido universalizándose en los países de América Latina, esto ha
conducido muchas veces a un emparejamiento hacia abajo en la calidad de la
educación, perjudicando a quienes menos recursos tienen. Las clases más
pudientes (que suelen ser blancos) optan en general por la educación
privada, separándose cada vez más en su instrucción. A su vez, los mercados
laborales se caracterizan por exigir niveles más y más altos de educación,
lo que pone en evidencia que la formación primaria e incluso secundaria no
son suficientes en comparación con la educación universitaria. Es decir que
la brecha en este sentido continúa siendo amplia, y de mantenerse esta
tendencia va a ser muy difícil lograr la convergencia.
Los niveles de educación a su vez determinarán la inserción laboral y el
salario. Por ejemplo, considerando el nivel de instrucción en Brasil es
donde se observa la mayor desigualdad entre los salarios de quienes tienen
alto y bajo grado de instrucción. En el 2001 dicha relación alcanzó 6,5
veces. Otros países que muestran altos valores para esta relación son Chile
5,2, mientras que en Colombia y Nicaragua se alcanza un ratio de 4,7.
Claramente casi todo el mundo encuentra escandaloso este nivel de
desigualdad. El estudio del banco presenta el resultado de las encuestas
donde más del 80% de la población de los países de América Latina considera
injusta la distribución del ingreso. Pero buena parte de esa población tiene
fuertes responsabilidades, en sus valores y prácticas, en mantener esa
marcha constante hacia la desigualdad. Es un drama que se repite una y otra
vez desde hace años, donde siguen habiendo mucho mas diagnósticos como los
del Banco Mundial, y pocas medidas concretas de solución, como las que
reclama la gente.


(*) Paola Visca es analista de información en D3E (Desarrollo, Economía,
Ecología y Equidad América Latina).