Saramago: non ho mai rotto con Cuba



«Yo no he roto con Cuba»

Entrevista con José Saramago

Rosa Miriam Elizalde, Juventud Rebelde

A la entrada, junto a la puerta marcada con el número 3, un discreto grabado
indica que allí viven Pilar del Río y José Saramago. No hay mucha diferencia
entre esta y las viviendas vecinas de la comarca de Tías, en Lanzarote,
salvo el cartel que la nombra, «A Casa» -«la Casa»-, y que recuerda esas
denominaciones que le da el escritor portugués a muchas de sus criaturas:
«el Rey», «el Hombre», «la Mujer», «el Centro», «la Caverna», «la Balsa».

Y «la Casa» es eso, un lugar tibio, tres perros, una biblioteca y un hombre
y una mujer que se aman. José, simplemente José, llega sin protocolos, a
pasos firmes, desmintiendo la edad que dicen los libros que tiene, y
presentando a los compañeros de viaje de la pareja en esta isla dentro del
archipiélago canario: Pepe, Greta y Camoens, los perros. «¿Viste la
corbatica blanca?», y señala el pecho de Camoens, al que reconozco no más
verlo. Es «Encontrado», uno de los protagonistas de La Caverna, a quien le
debemos quizás el capítulo más hermoso de esa novela y una verdad
inexorable: «en asuntos del corazón y del sentir, siempre lo demasiado es
mejor que lo escaso».

La conversación toma distintos rumbos, y por supuesto, se habla de la
noticia del día: la designación de John Michael Coetzee como Premio Nobel.
José lo conoció en México. «Es un hombre reservado y valiente. Me parece
excelente esta designación», afirma, mientras Pilar va y viene, terminando
de armar la cena que sus manos han preparado especialmente para la
embajadora cubana en España, Isabel Allende, y para su esposo, el escritor
Armando Cristóbal Pérez, Consejero Cultural de la misión.

Es Pilar, periodista y traductora de la obra de su esposo, quien nos invita
a ver un video sobre la visita que en 1999 hizo el Premio Nobel a Cuba y que
reseña también el encuentro de toda la tribu Saramago-Del Río con Fidel.
También, hará notar el cuadro con la imagen de la Bodeguita del Medio, que
cuelga a la entrada de su despacho. Y contará detalles de la presentación
del último libro del Nobel, El hombre duplicado, en el Teatro Colón, de
Buenos Aires, ante 4200 personas. Allí, en un cartel gigante habían escrito:
«Saramago, te queremos, pero queremos a Cuba también». Pilar recuerda lo que
comentó José cuando lo vio: «Yo también quiero a Cuba».

Pero me enteraré de todo esto después. Antes, se produce la entrevista. En
ese largo diálogo descubro que el ser humano esencial que escribe sus
libros, es el mismo que tengo delante. En la despedida, nos abrazó uno a
uno, y cuando me tocó el turno, solo atiné a decirle muy bajo: «no deje de
querernos, no deje de querer a Cuba». Todavía me estremece ese «nunca» que
escuché con la cabeza apoyada en su hombro.

EL AMOR

-He visto que todos los relojes de esta casa siguen detenidos a las cuatro
de la tarde.

-Es la hora en que Pilar y yo nos dimos cita por primera vez. Pilar es el
centro de mi vida desde que la conocí hace 17 años. Fue idea mía parar los
relojes de esta casa a las cuatro de la tarde. Eso no significa que el
tiempo se haya quedado ahí, sino que es como si el reloj marcara la hora en
la que el mundo empezó.

-Me consta que no hay libros de Saramago en las librerías de segunda mano de
España. Evidentemente, nadie se deshace de ellos, a pesar de que no creo que
todos sus lectores piensen como usted.

-No me voy a poner aquí con falsas modestias, que por falsas no serían
tomadas muy en serio, pero es cierto que existe entre los lectores y yo una
relación que va más allá de la admiración hacia el escritor. Hay una
relación de afectos. Me doy cuenta de eso todos los días.

-En El año de la muerte de Ricardo Reis, usted desliza una frase que no se
puede escribir sin haber sentido profundamente lo que está diciendo: «La
soledad no es estar solo; la soledad es estar donde ni uno mismo está».

-Hay una soledad ontológica -el ser está ahí-, que nos dice que somos islas,
quizás en un archipiélago, pero islas de todos modos. En las islas de un
archipiélago se puede establecer comunicación, fuentes, correos, pero la
isla está ahí, frente a otra isla. Tal vez el símil es fácil, banal. Las
personas viven con esa soledad sin darse cuenta, o dándose cuenta de ella a
ratos.

Hasta ahora hay dos únicas formas que hemos inventado, que a veces funciona
y, otras, no funciona más, pero que nos sacan de la soledad: la amistad y el
amor. Pero el amor tampoco es una cosa que pueda ocurrir a los 18 años, y
mantenerse de la misma forma hasta los 80. Uno tiene dos, tres, o cinco, y a
veces más amores en su vida, y todos son eternos.

Pero a los 63 años, cuando he conocido a Pilar, todo lo que antes había
llamado amor -incluso cuando fuera apasionado, loco, imbécil, tonto,
disparatado-, todo eso en el fondo era nada, si lo comparaba con lo que me
estaba ocurriendo tras el encuentro con esta mujer, extraordinaria desde
todos los puntos de vista. Aunque parezca un poco dura, es la bondad en
persona, en un sentido muy claro para ella: está en el mundo para ayudar.

Hay un detalle de su biografía que podría explicar esta postura: ha sido
monja, teresiana, durante seis o siete años. Lo dejó poco después de los 20
años, y yo he tenido la suerte de encontrarla.

La verdad es que, a los 63 años, ¿qué espera la gente de la vida? Nada. Lo
que ha vivido lo ha vivido y punto, y ahora a aguantar. Se tiene la idea de
que lo que la vida tenía para dar, ya lo dio. Y en este caso, lo que la vida
tenía para dar, finalmente, lo dio a partir de esa fecha. Y nuestra relación
no es solo amorosa, sino de trabajo.

-Usted puso bastante empeño en no acomodarse a la edad. Sé que se comportó
como un adolescente cuando se sintió tocado por el amor...

-Hice lo que hacemos todos los que nos sentimos enamorados, aun cuando
alguien con 63 años, por principio, no hace determinadas cosas por no
parecer tonto. Por ejemplo, salir de Lisboa a las seis de la mañana en un
autobús hasta la frontera con España, y ahí coger otro autobús que
atravesaba la Sierra Morena a través de pésimas carreteras, para llegar a
Sevilla a las tres de la tarde solo por ver a Pilar. Eso, en principio, a
esa edad no se hace. Bueno, pues yo lo hice.

LA FAMILIA

-Sin embargo, usted ha dicho que no tiene ninguna ilusión en la familia como
institución.

-Ninguna, y no es porque en mi caso particular mi familia en el sentido
biológico ya esté reducida a una hija que nació en el 1947, prácticamente
contemporánea de Pilar, y a dos nietos. Por tanto, esa es la familia. Pero
esto me ocurrió desde antes, aun cuando tenía mis abuelos -el abuelo
Jerónimo Melrinho y la abuela Josefa Caixinha-, que se han convertido en las
figuras míticas de mi vida.

-¿Este abuelo es el que dejaron abandonado al nacer en el torno de un
oficio?

-Sí, el mismo que tuvo un accidente vascular, y antes de que se lo llevaran
a Lisboa a los tratamientos médicos, fue al huerto a despedirse de sus
árboles, a los que se abrazó llorando.

-Es extraordinaria esta lección de sensibilidad.

-Hay que pensar que era un pastor analfabeto, que nunca leyó un libro en su
vida, que no sabía lo que era una letra. Muchas veces nosotros hacemos cosas
y creemos que es espontáneamente. No es cierto. Hemos leído, sabemos por
haber leído que lo natural es hacer esto o aquello, y por tanto, repetimos
experiencias. Si yo abrazara los árboles, no sería espontáneo. Estaría
repitiendo algo hecho por otro.

En el discurso de Estocolmo (en la entrega del Premio Nobel) hablé de eso:
cuando uno convierte estas situaciones en tema literario de alguna forma ya
es un elemento de falsedad. Pero mi abuelo fue inocente de eso. Yo lo he
transformado en un personaje literario, pero él no lo era. Mis abuelos solo
eran gente sencilla, nada más; gente de pueblo.

-De todas formas haber expresado este tipo de experiencias tan apegadas a la
naturaleza misma del ser humano tal vez explique por qué su literatura
convence y por qué fascina ese tono suyo, implacable y tierno a la vez.

-Fui un niño muy serio, melancólico. Yo salía de mi casa, solo, y me iba por
los olivares que coloreaban Azinhaga, mi pueblo -que ya han sido arrancados
y sustituidos por otros cultivos-. Me iba hasta el río que pasa cerca de mi
casa, y hasta más allá, al Tajo. Solo, siempre solo. ¿Qué ha sido
verdaderamente mi familia? Mis padres me querían muchísimo, como es natural,
pero siempre he tenido la sensación de que la familia no es esto, que no
debe ser solo esto.

Nuestra vida no fue, materialmente, fácil. Y eso crea tensiones. Por otro
lado, la adaptación de mi padre, saliendo de un pueblo para irse a vivir a
Lisboa, tampoco fue fácil. Dejó el pueblo como una especie de nuevo rico y
descubrió otro mundo. Eso complicó un poco su personalidad, con reflejos en
la vida íntima de la familia.

Yo, que a la vez tengo una muy fuerte necesidad de una familia, no tengo el
sentido de una familia.

Por tanto, si hablamos de soledad, puedo decirte que en mi vida nunca he
vivido solo y que, por lo tanto, podría decirse que no he tenido la
experiencia real y efectiva de la soledad. Pero aún así yo la conozco.

LA MEMORIA

-Los contextos también son determinantes. Usted mismo ha dicho que habitamos
físicamente un espacio, pero habitamos sentimentalmente una memoria. ¿Cómo
sobrevive una memoria como la suya en este mundo que hace culto al olvido?

-Lo del culto al olvido es totalmente cierto. Nos estamos convirtiendo todos
en norteamericanos, que no tienen realmente memoria, y nosotros tenemos con
la memoria una relación diferente al olvido que nos imponen.

Vivimos en un espacio, pero habitamos en una memoria. Es cierto. Vamos a
ver: podría hablarte de Lisboa. La conocí a lo largo de todos esos años de
los cuales te hablé. Pero a la Lisboa que veo como algo mío, no tiene nada
que ver con la de ahora. El espacio que ocupa la misma ciudad tampoco tiene
que ver con «mi ciudad»: es ancha, ha crecido, es otra. Por tanto, la Lisboa
que llevo dentro es la Lisboa de los años 30; y el pueblo que llevo dentro,
no tiene nada que ver con el pueblo que está ahí.

Eso es evidente. Hay una especie de tránsito continuo. Las generaciones se s
uceden. Los lugares se transforman, pero nosotros necesitamos anclas. Sí,
señor, estoy aquí, pero existo en la memoria de mí mismo, en un determinado
tiempo y en un determinado lugar. Nosotros somos mucho más hijos del tiempo
en que nacemos y que vivimos, que del lugar donde nacimos.

-Con los lugares puede decirse que también puede existir una especie de
memoria anticipada. Quien ve a Lanzarote se da perfecta cuenta de que
existía en su literatura antes de que usted lo conociera y decidiera
instalarse aquí.

-Sí, y en el fondo tiene que ver con esa novela que se llama La balsa de
piedra, donde la península Ibérica se despega de Europa y se va por ahí,
convertida en una isla.

-¿Por qué su obsesión con las islas? Estoy recordando otra isla famosa de
Saramago, la de El cuento de la Isla desconocida.

-En el fondo, porque está asociada a la idea de lo que está lejos, y a donde
vamos y todavía no hemos llegado. El debate entre el rey y el hombre en El
cuento., cuando este último dice que se va a buscar la isla desconocida.
«Pero no hay islas desconocida», dice el rey. «Están todas en el mapa»,. «¿Y
cómo sabes tú que no hay islas desconocidas? Siempre hay islas
desconocidas». Y el rey: «Pero la isla desconocida no está en el mapa, por
tanto no puedes conocerla». En el fondo de lo que trata este diálogo es de
la idea de que hay lugares, en algunos casos llamados Atlántida, que son
nuestras utopías constantes.

En La balsa de piedra, cuando al cabo de su larga navegación la península
ibérica se detiene entre África y América del Sur, es para convertirse en
utopía, un lugar hacia donde hay que ir sin dudas. Todo no estará resuelto,
pero quizás se puede resolver y así encontrar la felicidad humana.

EL COMPROMISO

-Sin embargo, se ha dicho que La balsa de piedra es en realidad una dura
crítica a la Unión Europea.

-Es mucho más que eso, aunque la situación concreta que impulsó la novela
era la de España y Portugal, de caras a la Comunidad Europea. Curiosamente
un político catalán ha puesto el dedo en la llaga. Después de la publicación
de La balsa de piedra dijo: «no nos equivoquemos, el señor Saramago no
quería separar a la Península Ibérica de Europa; lo que él quería era llevar
a toda Europa hacia el sur». Y eso está muy bien. Realmente, mi propuesta es
romper la dicotomía Norte-Sur con un viaje que no sería físico, sino ético.
Europa tiene que mirar al Sur como un lugar que ha explotado, que ha
colonizado, y tiene revertir ese daño.

-Lo que llama la atención es que, en su literatura, el Sur no es solo un
espacio con el que Europa está en deuda, sino un referente ético. Por
cierto, el Sur latinoamericano ha sido especialmente receptivo a su obra.

-Todo en mi vida sucedió tarde, pero como tuve y sigo teniendo la suerte de
una vida larga, me ha permitido vivir lo que en circunstancias distintas no
habría sido posible. Salí por primera vez de las fronteras de mi país a los
47 años, y he logrado viajar a toda la América y descubrir esa otra isla
desconocida que yo quería tener. La relación que tengo con los lectores
latinoamericanos es extraordinaria. En México ya no soy Saramago; soy José.

La última novela, El hombre duplicado, se presentó en Buenos Aires, en el
Teatro Colón, que es uno de los más grandes del mundo. Caben más de 4000
personas. En la presentación de un libro que no es más que eso, un libro, y
no hay copas y yo no canto, y tampoco bailo, el teatro estaba totalmente
lleno y quedó gente fuera, sin poder entrar. ¿Se imagina lo que es entrar en
un teatro y encontrarse 4000 personas solo por un libro? Eso generó en mí un
sentimiento apabullante de responsabilidad. No puedo defraudarlos. Lo que
escribo, por tanto, es para ellos.

-Creo que fue en México donde fundamentaba la idea de que está en armonía
con un mundo que no le gusta. Y, efectivamente, usted es de los pocos
intelectuales que dice abiertamente lo que piensa.

-No creo que seamos tan pocos, lo que pasa es que somos pocos los que,
siendo muy conocidos, tenemos esa postura. No faltaron escritores que
criticaron abiertamente la guerra contra Iraq, pero eso no trasciende, no es
noticia internacional. Se ha creado una opinión engañosa de que solo esos
tres o cuatro que aparecen en la prensa, son los que están contra del poder.
Detrás de ellos hay muchísimos. Lo que pasa es que solemos comparar
fácilmente los tiempos de ahora con los de los años 60'...

-Es que entonces, e incluso antes, había una muy lúcida y crítica voz
colectiva. Ahí están Vallejo, Machado, Miguel Hernández, Brecht y tantos
otros...

-Efectivamente, ahí la sensación de la presencia de los intelectuales y lo
escritores en la sociedad, de una forma empeñada y consciente, era algo muy
evidente. Pero también es cierto que las cosas han cambiado mucho.
Imaginemos a Jean Paul Sartre hoy, cuando de todo se habla pero nada cuenta
y nada tiene demasiada importancia, o no la tiene suficientemente. Sartre,
en el 2003, sería uno más. No me refiero a la importancia de su obra
filosófica, sino a la de su compromiso. A lo mejor si estuviera ahí,
entraría en ese torrente de hechos y noticias, y por tanto, un desconocido.
Pero, bueno, de todas maneras hay que seguir haciendo.

-De todas maneras no se encuentra mucha literatura apegada al concepto del
compromiso. Es más bien la excepción y no la regla. Y ni qué decir, de
quienes como usted lo asumen de una manera evidente, sin actitudes
vergonzantes...

-Sé que lo hago de una manera evidente, pero no es lo que llamábamos hace 30
años «mostrar abiertamente la evidencia». Es evidente de otra forma, porque
en el fondo, si escribo El ensayo sobre la ceguera, es a través de un pacto
en el que usted acepta que le cuente una historia en la que todo el mundo,
con excepción de una mujer, va a quedarse ciego. Si lo acepta, entonces
veremos si nos entendemos, si puedo hacerle llegar a usted lo que quiero
decir. Esto en circunstancias distintas, en épocas distintas, sería narrado
de otra forma. No es que mi novela no sea realista. Soy un escritor
realista; totalmente, realista. Pero no se trata de un realismo estrecho,
incapaz de acudir a la imaginación, a la fantasía.

Dése cuenta de que todas mis novelas arrancan o tienen algo imposible.
Empezando con Memorial del Convento: Blimunda ve más allá de la piel de la
gente cuando está en ayunas. De El año de la muerte de Ricardo Reis, mejor
no hablar. La balsa de piedras: qué idea tonta esa de que la Península se
va. En La Historia del cerco de Lisboa, intento demostrar que los cruzados
no ayudaron a los portugueses a conquistar Lisboa, cuando la verdad
histórica dice que sí. En El Evangelio según Jesucristo, los textos
canónicos dicen que eso no ocurrió tal como lo cuento. En el Ensayo sobre la
ceguera: no es cierto que toda la gente esté ciega. En La Caverna, decir que
la «caverna de Platón» está debajo de un centro comercial, es imposible...
En El Hombre duplicado, dos seres exactamente iguales, a lo largo de toda su
vida, hacen lo mismo: si uno se deja crecer su bigote, el otro se dejará
crecer su bigote; si uno tiene una cicatriz, el otro también... Imposible. Y
en la novela que estoy escribiendo ahora, Ensayo sobre la lucidez, también
pasa algo «imposible». Pero de esta no te digo nada más.

-¿Cuándo la tenemos?

-Espero terminarla en enero o febrero, y se publicará, si todo sale bien, en
abril. En esa fecha ya la tendrás, y te digo que va a ser una sorpresa.

¿LA JUSTICIA? ¿QUÉ ES?

-Volviendo al imposible del cual me hablaba, ¿la justicia es para usted,
definitivamente, un horizonte inalcanzable?

-La justicia, ¿qué es eso? ... Lo importante para la vida del ser humano es
algo que más o menos hasta ahora ha sido inalcanzable en su plenitud. La
justicia está ahí, y parece que podría funcionar todos los días, con la
libertad, con otros atributos... Es lo que llamaría el «posibilismo de la
vida humana». El problema es que el mundo no es feliz exactamente en el
tiempo de mi vida. ¡Qué bueno sería que el mundo fuera feliz exactamente
cuando yo estoy vivo! Sin embargo, siempre he pensado que llegará un tiempo
en que la justicia no sea esa vergüenza de mundo al que asistimos todos los
días.

Con la justicia pasa como con la democracia. Soy radical en ese sentido: no
existe eso que llamamos democracia. No existe. ¿Cómo se puede hablar de
democracia, si el poder real no es democrático? Tiene partidos políticos,
parlamentos, elecciones, tienen esto y aquello. Pero eso llega a una altura,
y se queda ahí. Tú puedes quitar un gobierno con tu voto, y poner otro. Pero
eso no cambia mucho. A quienes no puedes quitar es exactamente a aquellos
que influyen en la forma determinante de tu vida. Multinacionales, finanzas
internacionales... esos poderes no están a nuestro alcance. No podemos
quitar el poder del consorcio de la Coca Cola, y poner otra cosa ahí. Por
eso digo que los gobiernos, el de Estados Unidos y los de Europa, no son más
que los comisarios políticos del poder económico.

Por tanto, seguir hablando de democracia, cuando la situación real de la
relación de los ciudadanos con el poder pasa por lo que describo, es un
espejismo, una fachada. No es más que eso.

-Una democracia en nombre de la cual se han justificado matanzas
terribles...

-Lo peor de todos es que a nosotros nos permiten que nos manifestemos. Muy
bien. Se reúnen miles y miles de personas, millones de personas en las
calles. La gente lleva sus consignas, ponen sus carteles... Me he
preguntado: ¿por qué lo permiten? Por la misma razón que se permite un
cierto grado de delincuencia, esa misma que justifica la existencia de la
policía. Si la delincuencia sube, tienen un pretexto para mantenerla y para
sostener toda la parafernalia de la represión callejera. Mientras eso se
mantiene en un nivel aceptable que no pone en riesgo nada, se acepta.

Pero el día en que los ciudadanos digan: «basta, queremos algo más», y su
voluntad popular se note, ya veremos qué pasa.

En estos tiempos, millones de personas se han manifestado, pero el señor
Bush sigue diciendo lo mismo. Y el señor Aznar, aquí en España, es una cosa
absolutamente vergonzosa... Estos señores mienten, con toda la impunidad que
el poder les da. En España, por ejemplo, los debates parlamentarios son una
especie de circo, en el que se notan perfectamente tres sexos: el femenino,
el masculino y el político.

-El caso de España es paradigmático. Más del 90 por ciento de la población
manifestó su desacuerdo con la intervención militar en Iraq, y de todas
formas el país se fue a la guerra...

-Sí, pero no se olvide de una importante contradicción: a la hora de votar,
se han manifestado a favor del gobierno de Aznar. ¿Qué cambió? Nada.

-Rosa Regás asegura que lo que pasa es que el fascismo no fue derrotado en
España, y sus mecanismos de control funcionan, y muy bien...

-Si lo miras así, yo diría algo más: el fascismo no se ha ido de Europa.
Mira lo que sucede en Portugal. Mira Italia, que es un espectáculo
absolutamente deprimente. Un señor llamado Berlusconi, que posee una de las
fortunas más grandes de ese país, se apoderó del poder de una forma
descarada, con un parlamento -supuesto representante del pueblo- que hizo un
servicio sucio a este hombre. El juez Antonio Di Pietro decía hace un año
que en Italia la corrupción política había terminado. ¿Cómo es eso?, le
preguntaban. Y él lo explicaba de una forma clarísima: el poder económico
necesitaba corromper a los políticos para que estos hicieran lo que al poder
económico le venía bien. Pero ahora se acabó, porque el poder económico
ocupó el poder político. Por tanto, ya no tienen necesidad de corromper a
nadie. Él es el poder.

En el caso de Italia es obvio, descarado. En otros casos, similar. Lo peor
de todo es la máquina para sostener ese estado de cosas: la prensa. Y en esa
maquinaria está también aquella de un pensamiento aparentemente más
progresista, que miente igual. De modo que volvemos al tema: no hay nadie en
estos momentos que esté dispuesto a enfrentarse a la realidad de que la
democracia no existe.

Lo más trágico es que, aún sabiéndolo -en el fondo todo el mundo lo sabe-,
de un lado y del otro se portan como si, efectivamente, la democracia
existiera. Es como la relación con Dios: la Iglesia está consciente de que
Dios no existe, pero para que se mantenga, tiene que hacer el cuento. Y hace
el cuento. Lo que ocurre en la vida de los dioses, ocurre también en la vida
civil: todos sabemos que lo que está ahí no es una democracia. Hay formas,
rituales «democráticos», pero en la sustancia eso no es democracia.

-No quedan dudas: Saramago sigue siendo «un comunista recalcitrante», como
lo llamó L'Osservatore Romano.

-Así me llamaron, pero yo diría mejor que soy un comunista libertario.
Alguien que defiende la libertad de no aceptar todo lo que venga, sino que
asume el compromiso junto con tres preguntas que deben ser nuestras guías en
la vida: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para quién? Esa son las tres preguntas
básicas, y efectivamente, uno puede aceptar un conjunto de reglas, y
disciplinadamente acatarlas, pero tiene que mantener la libertad de
preguntar: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para quién?

LA UTOPIA

-Y habiéndose hecho las preguntas, ¿ha prefigurado a partir de ahí alguna
utopía?

-Le confieso que hay dos palabras que no me gustan nada: «utopía» y
«esperanza». Y no me gusta «utopía» porque la misma palabra lo está
diciendo: es algo que está en algún lugar que no se sabe dónde. Es algo que
siempre se está posponiendo, algo así como: «llegará el tiempo en que uno
será feliz, no habrá hambre y la justicia respetará la dignidad humana».
Todas esas cosas tontas, toda esa retórica que ya cansa. Eso no es para
ahora. Lo vas a tener. ¿Y cómo sabes tú que lo vas a tener? ¿Por qué me
prometes para el año 2400 algo que tú no sabes? No digas que está ahí,
esperándome. Dime mejor qué estás haciendo hoy, ahora, y si lo que estás
haciendo hoy, ahora, va en esa dirección. Si es así, estupendo. Vamos a
trabajar, sabiendo que hay árboles que plantamos y que tal vez su sombra no
nos acoja, porque su crecimiento es muy lento, y que tal vez tampoco
comeremos de su fruto. Pero, no obstante, lo plantamos porque esperará algún
día por otros.

-Eso significa, que usted de todas formas no es tan pesimista como lo
pintan...

-El problema, Rosa, es que el mundo no muestra ese espíritu del cual te
hablaba. Digo que hemos llegado al final de una civilización, y sobre lo que
viene después no tenemos ninguna idea. Puede incluso que en el futuro
sobrevenga un nuevo arrianismo. ¿Quiénes se van a beneficiar, por ejemplo,
de la ingeniería genética? ¿Los que se están muriendo de hambre en este
mundo? -por cierto, ¿sabe que cada cuatro segundos se muere alguien de
hambre? ¿Se beneficiarán los hambrientos con la ingeniería genética, o los
otros, los altos, los guapos y los rubios?-.

-De eso habló en Israel y se armó un escándalo tremendo.

-Cuando afirmé que el espíritu de Auschwitz estaba en Ramalá, di una
entrevista a la Televisión del Ejército israelí, y los dos periodistas,
militares, un chico y una chica de unos 20 años, eran algo inusitado. No he
visto nunca en mi vida dos personas más guapas que aquellas. Eran la
perfección racial lograda por Sharon, esa bestia gorda, inmensa, deforme,
que con ellos me enviaba una especie de mensaje: «conmigo la juventud será
mucho mejor».

Recordaba después que, en una anterior visita mía a Israel, conocí a otro
tipo de judío, en el norte, en los montes del Golán. Encontré una judía de
Etiopía. En una pequeña alfarería, ella hacía unos muñequitos de
barro -tengo dos aquí en casa-. Esa mujer no tenía nada ver con la juventud
esplendorosa, rubia, la de ese chica y ese chico. Y me preguntaba: ¿por qué
tuvieron tanto cuidado en enviar a dos deslumbrantes representantes de la
sociedad militar? Ellos nada tenían que ver con la discreción con que
mantienen a esa mujer negra. O a lo mejor, sí. Quién sabe. Lo que para mí
estuvo claro es que ella echaba de menos a su tierra, un lugar abrumado por
el hambre y la miseria, pero en Golán tendría un plato de comida, sin
problemas. Pero, ¿qué especie de judía era aquella al lado de los demás?
Nada.

-El racismo siempre esconde este tipo de tragedias...

-Por eso digo que la prioridad absoluta tiene que ser el ser humano. Por
encima de esa, no reconozco ninguna otra prioridad. Parecería idealista,
pero sin eso, ¿qué puede importarme el universo?

Si pensamos en los problemas que tiene este planeta, en qué puede servir a
la solución de nuestros problemas ir a Marte, o tener una sonda más o una
menos. Se puede viajar por el universo todo, eso es estupendo, y hay que
proponérselo. Incluso hasta eso de ir a una galaxia que está a 5 000
millones de años luz. Pero antes, por favor, resolvamos los problemas de
aquí mismo.

Otro ejemplo. Ahora todo el mundo anda preocupadísimo por el agua que hay en
Marte. ¿Y la de aquí, que está contaminada, un desastre del que no se salvan
los ríos, ni los mares? Todo esto sería cómico, si no fuera trágico. La
obscenidad mayor no es la pornografía; es que se pueda morir alguien de
hambre. Eso sí que es obsceno. Te repito: prioridad absoluta para el ser
humano. Después veremos qué es lo que pasa.

-Terminemos esta entrevista, rescatando algún sentido para las palabras que
nos han sido robadas, como dice Eduardo Galeano. Quiero invitarlo a que las
recomponga o le dé su propio significado...

-Bien...

-Izquierda.

-Duda.

-Derechos Humanos.

-Te doy una respuesta más larga. Le diría a los partidos de izquierda que
todo lo que se le puede proponer a la gente está contenido en un documento
burgués que se llama Declaración de los Derechos Humanos, aprobado en el año
1948 en Nueva York. No se casen con más propuestas. No se casen con más
programas. Todo está dicho allí. Háganlo. Cúmplanlo.

-FMI

-Los dueños del dinero

-Libertad

-A por ella.

-Saramago.

-Hace lo que puede.

-Cuba.

-Yo no he roto con Cuba. Sigo siendo un amigo de Cuba, pero me reservo el
derecho de decir lo que pienso, y decirlo cuando entienda que debo decirlo.

JOSÉ SARAMAGO: Azinhaga, 1922, Premio Nobel de Literatura de 1998. Ha
escrito, entre otras obras, Historia del cerco de Lisboa, La balsa de
piedra, Memorial del convento, Levantado del suelo, El año de la muerte de
Ricardo Reis, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Todos
los nombres, La Caverna y El Hombre duplicado.





Publicado em Porto Alegre 2003: 17/10/2003