México y el NAFTA



         Carlos Ramírez Powell y Cecilia Durán

Hace unos meses el Presidente Vicente Fox sorpresivamente anunció el
fin de la fase del NAFTA. El mandatario aseguró que junto a sus
socios, Estados Unidos y Canadá, presentará una nueva etapa del
acuerdo trilateral.

Sin embargo hasta ahora no se vislumbra que este tratado haya llevado
prosperidad a México. En general los resultados son una transformación
de proyecto de país de un modelo de desarrollo estabilizador a un
modelo maquilador, en donde se le da énfasis a la creación de empleos
y se cortan las cadenas productivas nacionales integrándolas a las
estadounidenses.
Esto no es sustentable por la anulación del crédito a la producción;
la cancelación de la capacidad del estado de regir el sistema
bancario. Implanta una lógica de crecimiento exponencial monetario que
por necesidades matemáticas se desliga de la capacidad productiva del
país. Se implanta la mentalidad y la operación del peso como un
derivado monetario del dólar.
Integrar los mercados también implica en el mediano plazo la
integración de la estructura de costos de producción. Ese mediano
plazo ya se cumplió, por lo tanto, hemos perdido un buen número de las
ventajas comparativas iniciales que se vendieron como motor del
tratado al principio en 1995: salarios.
La apertura masiva a las importaciones provenientes de Estados Unidos
combinada con la devaluación del peso llevó a millones de familias a
pasar de la clase media a la pobreza.
Una serie de pasos intermedios productivos en la industria
manufacturera mexicana se pierden con el Tratado y es ahí donde la
pequeña burguesía y las clases medias pierden su lugar en la cadena
productiva nacional.
Esto fue abrupto, pues de gozar durante décadas de la protección
arancelaria, ese 1° de enero de 1995 amanecieron con la noticia de que
sus talleres y pequeñas industrias no competían ni en calidad ni en
precio, ni en plazos de entrega con la oferta internacional, tal como
el caso de la industria del vestido y la industria del calzado que,
prácticamente entra en estado de coma en ese año bajo el doble golpe:
1) la apertura de fronteras y 2) la brutal contracción de la demanda
agregada interna.
De ahí que en el arranque del siglo XXI, México sea testigo de la
emigración del capital rumbo a China, que mantiene una estructura de
costos salariales mucho más baja que nuestro país. México ya no tiene
ventajas comparativas en un mercado globalizado, léase:
- costos energéticos - salarios - barreras no arancelarias como las
cuotas o arancelarias como son el castigo a las importaciones chinas.
El país queda con una sola ventaja comparativa: en la economía formal
el petróleo y en la economía informal narcotráfico y emigración.
Por lo tanto, la estructura gubernamental depende más que nunca del
petróleo, justo lo contrario de la idea que aparentemente impulsaba el
Tratado de Libre Comercio.

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