AMERICA DEL SUR:Droga, madre ilegítima de la violencia



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Mario Osava

RIO DE JANEIRO, may (IPS) - El aumento de la violencia en ciudades de
América del Sur en las últimas décadas suele atribuirse al crimen organizado
y al narcotráfico. Pero, ¿se detendría el baño de sangre si acabara el
negocio de las drogas ilegales?
La respuesta es no, creen expertos, a menos que se combata con la misma
energía la desigualdad y la exclusión social.

La ciudad de Río de Janeiro vive hace ocho meses un brutal enfrentamiento
entre policías y los llamados "comandos", que dominan por las armas el
mercado de drogas y muchos de los barrios marginados y hacinados (favelas),
en una suerte de "poder paralelo" comparado por algunos a Colombia.

"Cien bandidos fueron muertos" en las dos primeras semanas de ejercicio del
cargo del nuevo secretario de Seguridad Pública del estado de Río de
Janeiro, Anthony Garotinho, quien asumió el 28 de abril con la misión de
recuperar algo de tranquilidad en la región metropolitana carioca.

Mientras, la Policía Militar contabiliza 52 efectivos muertos en tiroteos o
emboscadas entre enero y el 11 de este mes, todo un triunfo para Garotinho,
quien precisó que el enemigo sufrió más de 300 bajas en ese periodo.

"Río de Janeiro está bañado de sangre a causa de la droga", afirmó un
ciudadano entrevistado por una emisora de televisión días atrás, en una
especie de resumen del diagnóstico que orienta a las autoridades policiales.

Una campaña también divulgada por televisión acusa por estos días a los
consumidores de drogas de "financiar la violencia".

Pero el tráfico de narcóticos es más bien un "chivo expiatorio", una
reducción del problema que oculta la desigualdad y exclusión social, dijo a
IPS Gilberta Acselrad, profesora de la Universidad del Estado de Río de
Janeiro (UERJ).

"No siempre la violencia estuvo asociada a las drogas", su consumo en la
historia pasada no generó situaciones similares y tampoco la provoca hoy en
muchos otros países, argumentó.

Acselrad sostiene que el problema es que la sociedad actual estimula el
consumo de algunas drogas, como bebidas alcohólicas y tranquilizantes, pero
criminaliza otras.

Además, su regla es la competencia, que "supone la exclusión del otro", en
muchos casos llevando a la desesperación a los excluidos de la sociedad y a
la consecuente barbarie, comentó.

Un factor que lleva a los jóvenes pobres a la delincuencia, "más que la
pobreza es la inequidad, la conciencia de inequidad que se genera en
especial en las ciudades", por la imposibilidad de acceder a comodidades,
dijo a IPS la investigadora Priscila Celedón, del grupo no gubernamental
colombiano Comunicación para el Desarrollo.

En Colombia, centro productor y exportador de cocaína, son conocidos los
procesos generadores de violencia, empezando por las guerras civiles entre
liberales y conservadores, que causaron centenares de miles de muertes desde
el siglo XIX hasta 1962.

Hoy los cruentos enfrentamientos son protagonizados por las fuerzas de
seguridad del Estado, las guerrillas izquierdistas y los paramilitares de
derecha, que disputan el control territorial del país, además del crimen
organizado y bandas juveniles de los barrios pobres, explicó Alonso Salazar,
autor de varios libros sobre violencia social.

Sin embargo, es "el conflicto político armado que viene actuando como
articulador del conflicto urbano", sostuvo Salazar, vinculado a la
Corporación Región, una organización no gubernamental de la noroccidental
ciudad colombiana de Medellín.

Esa realidad invalida comparaciones entre Brasil y Colombia, y la diferencia
de procesos históricos se refleja hasta en las cifras.

En 1995 se registraron en Brasil 23 homicidios por cada 100.000 habitantes,
frente a 61,6 por 100.000 personas en Colombia, según el Informe Global
divulgado en octubre por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Medellín y la occidental Cali, famosas fuera de Colombia por sus carteles de
la cocaína, registraron 4.933 y 2.661 homicidios respectivamente el año
pasado, indicaron informes policiales.

También en esas dos ciudades existen, respectivamente, seis y tres veces más
efectivos de seguridad que en Río de Janeiro en términos proporcionales a la
población de cada una.

Pero los vaticinios sobre la "colombianización" de Río de Janeiro se
acentuaron desde septiembre, cuando un grupo narcotraficante, supuestamente
el Comando Vermelho (Rojo), pasó a utilizar métodos terroristas contra la
población en general.

Más de 100 autobuses fueron incendiados en las calles cariocas, estallaron
bombas en hoteles y edificios de lujo y el comercio y las escuelas de
barrios ricos fueron forzados a cerrar sus puertas por amenazas de ataques.

Otras dos ofensivas, una en septiembre y otra en febrero, sacudieron esta
ciudad brasileña y sus alrededores por su gran repercusión.

De ese modo se verificaba que el crimen organizado había dejado de actuar
sólo en la periferia, para invadir los barrios de las capas medias, dañando
el flujo de turistas extranjeros.

Esa ola de atentados buscó "aterrorizar la ciudad para aumentar el poder de
negociación de los jefes del narcotráfico presos", que quieren recuperar
privilegios que les fueron quitados desde el año pasado, explicó a IPS Alba
Zaluar, una antropóloga de la UERJ que hace 20 años investiga la violencia.

Las autoridades carcelarias les requisaron teléfonos celulares, pasaron a
controlar las visitas y transferir a los jefes criminales a otras prisiones,
en un intento por eliminar el control que ejercen desde allí sobre los "
comandos" del narcotráfico en Río de Janeiro.

La ampliación de las acciones del crimen organizado es una reacción al
combate efectivo que ahora padecen, opinó el ex secretario de Seguridad
Pública, Josias Quintal, un coronel de la Policía Militar elegido diputado.

Pero una actuación exclusivamente represiva sólo tiende a aumentar la
violencia, evaluó Luke Dowdney, antropólogo de la no gubernamental Viva Río
y coordinador de una investigación que llevó a la edición del libro "Niños
del tráfico" tras centenares de entrevistas.

En los "comandos" actúan de 5.000 a 6.000 menores de 18 años, atraídos por
ingresos inimaginables en otras actividades, explicó Dowdney.

De ese total, por supuesto, se excluyen 3.937 de esos "combatientes" muertos
en confrontaciones con la policía u otras facciones entre fines de 1987 y
2001.

Dowdney teme que la represión al narcotráfico, sin ofrecer "alternativas
económicas, sociales y también culturales" a esos adolescentes, pueda
multiplicar los asaltos, robos y otras acciones violentas contra las capas
medias.

Esos jóvenes perderían su actual fuente de ingresos, importante para ellos y
para la economía de las favelas, explicó.

Eso ocurrió en Medellín después de que fuera destruido el cartel liderado
por Pablo Escobar, muerto en 1990: las bandas diversificaron sus acciones,
con robos a bancos y de vehículos, atracos planificados y secuestros.

Si se confirma el pronóstico, en Río de Janeiro sólo se acentuaría una
tendencia de reducción de los homicidios, que bajaron de 78 a 45 cada
100.000 habitantes de 1994 a 2002, mientras los robos armados se duplicaron,
alcanzando a 70.908 el año pasado