Argentina, un país que intenta sacudirse el temor de encima



27 de enero del 2003

La miseria planeada       Naomi Klein
Masiosare


"Había una vez un país llamado Argentina", escribe el periodista Sergio
Ciancaglini, "donde mucha gente desaparecía y donde, años después, el dinero
también desaparecía. Y una cosa está relacionada con la otra". Hoy muchos
argentinos emprenden la búsqueda de los vínculos entre los intereses
económicos de la dictadura de los generales y las políticas que llevaron a
la ruina económica. Ahora, el proyecto de la dictadura emerge como un
proceso: los generales prepararon al paciente, después Carlos Menem realizó
"la cirugía". La junta hizo más que desaparecer a los sindicalistas que
podrían haber luchado contra los despidos masivos. El gran logro de la
guerra sucia fue la cultura del miedo y del individualismo, que perdura
hasta hoy. Los argentinos aprendieron a vivir bajo la filosofía de: "No se
meta". Pero, en los escombros de lo que quedó de Argentina después de
diciembre de 2001, algo extraordinario comenzó a pasar: los vecinos asomaron
la cabeza de sus casas, y, en la ausencia de un liderazgo político que le
diera sentido a la explosión espontánea del cual eran parte, comenzaron a
hablar unos con otros. A pensar juntos. A actuar juntos.

BUENOS AIRES, ARGENTINA. ¿Cómo se conmemora el aniversario de algo que es
imposible definir? Esa fue la pregunta a la que decenas de miles de
argentinos se enfrentaron el 20 de diciembre de 2002, mientras marchaban
desde todas las esquinas de Buenos Aires a la histórica Plaza de Mayo. Se
cumplía un año del primer argentinazo. El argentinazo no fue precisamente un
motín, aunque visto por televisión definitivamente lo parecía, con los
saqueadores que asaltaban los supermercados y la policía montada que atacaba
a las multitudes; y las 33 personas que murieron en el país. Tampoco fue una
revolución, aunque más o menos se parecía a una, con las enardecidas
muchedumbres que tomaban por asalto el asiento del gobierno y que obligaban
al presidente a renunciar en desgracia.

Pero, a diferencia de una revolución clásica, el argentinazo no estaba
organizado por una fuerza política alterna que quisiera tomar el poder. Y, a
diferencia de un motín, latía con una demanda inequívoca y unificada: la
inmediata destitución de todos los políticos corruptos que se han
enriquecido mientras Argentina ?que alguna vez fue la envidia del mundo en
desarrollo? descendía vertiginosamente en la pobreza.

En realidad, el argentinazo fue justo como suena la palabra: una caótica
explosión de argentinez, durante la cual cientos de miles de personas, de
repente y de manera espontánea, abandonaron sus hogares, salieron a las
calles, golpearon sus cacerolas y sartenes, le gritaron a los bancos,
pelearon con la policía, aceleraron sus motocicletas, cantaron himnos de
futbol y lograron que el presidente saliera huyendo en helicóptero de su
palacio. En el transcurso de los siguientes 12 días, el país pasaría por
cinco presidentes y dejaría de cumplir con sus obligaciones de pago de su
deuda externa de 95 mil millones de dólares, el más grande incumplimiento en
la historia.

Ahora, a un año, de nuevo las multitudes llenan la Plaza de Mayo y éste es,
sin duda, un día significativo ?¿pero exactamente qué es lo que se
conmemora? ¿Se trata de la celebración de una revuelta nacional contra la
globalización empresarial, un sentir que parece propagarse por América
Latina ?el Partido del Trabajo toma el poder en Brasil y los programas de
privatización son frenados en seco desde México hasta Perú?? ¿Se trata del
comienzo de El argentinazo: Segunda parte, un movimiento que mira hacia
delante y que sustituirá las fallidas recetas del Fondo Monetario
Internacional (FMI) con algo mejor?

Finalmente, el 20 de diciembre de 2002 no es un día de jubilosa celebración
o de muy convicentes puños-al-aire. En vez, el ambiente es uno de luto, y en
ningún lugar es tan notorio como en la esquina de Avenida de Mayo y
Chacabuco, frente a las oficinas centrales del banco HSBC Argentina, un
pesado edificio de 28 pisos con vidrios polarizados a la Darth Vader. Fue en
este mismo pedazo de asfalto que Gustavo Benedetto, de 23 años, cayó hace
precisamente un año, asesinado con una bala que salió del banco. El hombre
que fue acusado del asesinato de Benedetto ?y que había estado en un grupo
de agentes de policía que fue captado en video mientras disparaba a través
de los cristales polarizados del banco? es el teniente coronel Jorge
Varando, jefe de la seguridad del edificio del HSBC. También es un oficial
militar de elite jubilado que estuvo activo durante los setenta, cuando 30
mil argentinos fueron "desaparecidos", muchos de ellos secuestrados de sus
hogares, brutalmente torturados y luego aventados desde aviones a las
lodosas aguas del río de la Plata.

Desde mediados de los cincuenta hasta principios de los setenta, Argentina
fue un lugar profundamente no democrático, gobernado por una sucesión de
juntas que, aun cuando permitieron limitadas elecciones, impidieron que el
populista Partido Peronista postulara a sus candidatos. Fue en este contexto
que los estudiantes y trabajadores izquierdistas comenzaron a organizarse en
ejércitos guerrilleros. Muchos de estos activistas pensaron que iniciaban
una revolución socialista, aunque para Juan Domingo Perón, quien los animaba
desde su exilio en España, las milicias eran sólo un medio para apresurar su
glorioso retorno como líder paternalista. La más grande facción armada de
esta creciente oposición eran los Montoneros, un movimiento juvenil que
tomaba prestadas las políticas populistas de Evita y la teoría de guerra de
guerrillas del Che Guevara. A pesar de que tales células nunca representaron
una seria amenaza para la seguridad nacional, el ejército argentino uso una
serie de ataques guerrilleros contra blancos militares y empresariales como
pretexto para declarar una campaña contra la izquierda ?los generales
llamaron a la acción "una guerra contra el terror", pero el nombre que
perduró fue guerra sucia.

Entre 1976 y 1983, Argentina fue gobernada por un torcido régimen militar
que combinó un control social católico fundamentalista con una economía de
libre mercado fundamentalista, que prohibía la música rock y almacenaba
miles de millones de dólares en préstamos e inversiones de bancos
extranjeros y empresas multinacionales. Los generales hicieron suya la
misión de limpiar el pensamiento marxista u otros pensamientos "subversivos"
de cada una de las escuelas, centros de trabajo, iglesias y barrios. También
asumieron que tenían el derecho de obtener ganancias personales de esta
cruzada, y extrajeron no sólo de los fondos públicos, también le robaron a
las personas que torturaban y mataban sus casas, posesiones y hasta hijos
(finalmente, el Estado se vio obligado a pagar compensación a muchas de las
víctimas de las familias).

Hasta hoy, los generales niegan casi todo y, gracias a un perdón oficial del
Estado, los asesinos de entonces caminan libres ?el despreciado Leopoldo
Galtieri, quien llevó Argentina a una desastrosa guerra por las islas
Malvinas, murió hace unos días y se llevó muchos secretos a la tumba?. Sin
embargo, desde que terminó la dictadura militar, varias investigaciones
exhaustivas han obtenido evidencia sobre los abusos durante y después de la
guerra sucia. A través de una minuciosa búsqueda en estas investigaciones,
los grupos de derechos humanos argentinos descubrieron que Varando ?el
hombre al que el HSBC puso al mando de sus operaciones de seguridad? era
parte de un grupo de personal militar acusado por los parientes de los
desaparecidos de crímenes de guerra durante un ataque a los cuarteles
militares de La Tablada en 1989. Un informe de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos, finalizado en
1997, declara que dos prisioneros en la base La Tablada, Iván Ruiz y José
Alejandro Díaz, fueron "desaparecidos" cuando su vigilancia estaba a cargo
de Jorge Varando. Varando dice que transfirió a Ruiz y Díaz a otro oficial,
y luego, cuando ese oficial fue asesinado en acción, el creyó que los
prisioneros habían escapado. Sin embargo, gracias a una subsiguiente
amnistía, nunca hubo una investigación criminal a fondo en torno a los
eventos de La Tablada. Hoy, en conexión con un incidente que no tiene que
ver, Varando está en espera del proceso judicial por el asesinato de Gustavo
Benedetto.

En la esquina de Avenida de Mayo y Chacabuco, donde la fachada de cristal
del HSBC ahora está encerrada en acero reforzado, tan impenetrable como los
lentes de sol polarizados de los agentes de policía que hacen guardia
afuera, el pasado y el presente de Argentina chocan uno contra el otro. El
presunto asesino de Benedetto trabajaba para un banco extranjero, uno de los
mismos bancos que se tragó los ahorros de millones de argentinos cuando, a
principios de diciembre de 2001, el gobierno declaró que congelaba los
retiros bancarios. Y mientras las cuentas permanecían aseguradas, el peso
comenzó una caída libre. Cuando, un año después, el congelamiento bancario
fue parcialmente levantado y los cuentahabientes pudieron nuevamente tener
acceso a su dinero, sus ahorros habían perdido dos tercios de su valor.

A pesar de que bancos como el HSBC le echan la culpa del congelamiento al
gobierno, la medida fue una respuesta al hecho de que los bancos privados
habían ayudado a sus clientes más ricos a sacar alrededor de 20 mil millones
de dólares de Argentina en el transcurso del anterior año, un gran monto de
éste sin pagar impuestos. Al mismo tiempo, no había ninguna prohibición para
sacar capital del país. Hubo un momento particularmente dramático el pasado
enero, cuando la policía incursionó en una sucursal del HSBC, y en otros
bancos, buscando evidencia de que cientos de vehículos armados fueron usados
para transportar miles de millones de dólares estadunidenses en efectivo,
sin declarar, al Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Los bancos extranjeros
afirmaron que las autoridades buscaban chivos expiatorios a los cuales
echarle la culpa de la crisis económica, y el HSBC Holdings Ltd dice que su
subsidiaria localmente incorporada siempre ha actuado acorde a las leyes
argentinas. Según el fiscal, la investigación de las acusaciones de "fraude
contra el Estado, y asociación ilegal" continúan, y hasta la fecha no se han
presentado cargos.

El tiempo está en el centro de los alegatos contra los bancos extranjeros:
el éxodo de efectivo tuvo lugar tan sólo unos días antes de que el gobierno
congelara todos los retiros, y llevó a la creencia generalizada de que a los
bancos ?a diferencia de los argentinos que fueron tomados por sorpresa? les
habían pasado el pitazo de que el congelamiento era inminente. Este punto es
importante, porque para muchas de las familias y negocios más prósperos de
Argentina, el fiasco banquero y la devaluación los hizo más ricos de lo que
ya eran antes: ahora pagan los sueldos de sus empleados, sus gastos y sus
deudas en pesos devaluados; pero ?gracias a los bancos? sus ahorros están
seguros, almacenados fuera del país en dólares estadunidenses. Se trata de
un arreglo con altas ganancias.

El país de lo desaparecido

Después de que los 20 mil millones de dólares en capital "desaparecido"
fueron descubiertos, hubo tanto coraje público que varios banqueros
extranjeros enfrentan cargos bajo la ley argentina de "subversión
económica", la cual prohíbe actos que saboteen la economía del país. Sin
embargo, este obstáculo se solucionó el pasado mayo, cuando una coalición de
bancos, encabezada por el HSBC, cabildeó con éxito para que se abrogara la
ley.

Este incidente fue ligado a otra controversia, la cual involucra sobornos,
legisladores y bancos extranjeros. En agosto, The Financial Times publicó
los alegatos hechos por banqueros y diplomáticos de que los legisladores
argentinos habían solicitado de los bancos extranjeros sobornos a cambio de
votar en contra de legislaciones que le hubieran costado a las instituciones
financieras cientos de miles de dólares al año. Los bancos aseguran que
rechazaron las ofertas. Después de que el artículo fue publicado, varios
bancos sufrieron una nueva incursión de la policía argentina, esta vez para
buscar evidencia de la solicitud de soborno reportada y para descubrir la
fuente del alegato ?entre los lugares que sufrieron incursiones estuvieron
las oficinas centrales del HSBC y la residencia privada de un portavoz de
alto rango del HSBC?.

Se ha especulado respecto a si las incursiones estaban políticamente
motivadas, como una venganza contra los bancos que hicieron públicos los
alegatos de sobornos. Cuando Mike Smith, presidente del HSBC Argentina,
rindió declaración en una audiencia judicial sobre el escándalo, dijo que no
tenía ningún conocimiento específico de los incidentes descritos en The
Financial Times y negó que el HSBC hubiera pagado algún soborno. También
dijo que solicitar sobornos a cambio de leyes favorables era una práctica
común en Argentina. Esta investigación también está en curso.

Gustavo Benedetto fue sólo una de las 33 personas que murieron violentamente
durante el argentinazo de 2001. Pero su historia, atormentada por los
fantasmas de la historia que sigue siendo, sin lugar a dudas, moderna, se ha
transformado en un símbolo para un país que ahora trata de entender su
implacable crisis económica. ¿ Cómo pueden morir de hambre 27 niños al día
en un país que por naturaleza es tan abundante que alguna vez dio de comer a
gran parte de Europa y Norteamérica? ¿ Cómo puede una nación donde los
obreros antes compraban casas y coches, y ganaban los sueldos más altos de
América Latina, ahora tener la más alta tasa de desempleo en el continente y
un promedio salarial más bajo que el de México? Benedetto pensaba que su
gobierno le debía respuestas a esas preguntas, razón por la cual fue a la
plaza aquel día de diciembre.

"Había una vez un país llamado Argentina", escribe el periodista Sergio
Ciancaglini, "donde mucha gente desaparecía y donde, años después, el dinero
también desaparecía. Una cosa está relacionada con la otra". Ciancaglini
argumenta que cualquiera que quiera entender lo que le pasó a la
desaparecida riqueza debe primero viajar al pasado, para descubrir qué pasó
con las personas desaparecidas. Desde el argentinazo ha habido una explosión
de grupos de base que se embarcan en un viaje de este tipo, en una especie
de misión nacional forense?detectivesca, que vincula los intereses
económicos de la dictadura de los generales con las políticas que, años
después, llevaron a la economía a la ruina. La creencia ?la esperanza? es
que cuando estas piezas finalmente encajen, Argentina pueda al fin romper el
ciclo de terror estatal y saqueo empresarial que ha esclavizado a este país,
como a tantos otros, durante demasiado tiempo.

Romper con el "no se meta"

Gustavo Benedetto amaba leer libros de historia y economía. Según su hermana
mayor, Eliana, "quería entender cómo un país tan grande pudo haber terminado
en tal lío". Gustavo soñaba con ser un profesor de historia, pero esa era
una meta para una época más optimista. Cuando su padre murió, en marzo de
2000, Gustavo tuvo que buscar un empleo, cualquier empleo, con el cual
mantener a su madre y a su hermana. Era un mal momento para buscar trabajo.
En La Tablada, el suburbio posindustrial donde los Benedetto viven, la
mayoría de las fábricas ya habían cerrado. El mejor trabajo que pudo
encontrar fue como empleado de un supermercado en un centro comercial
cercano.

Pero al menos tenía trabajo. A pesar de que la prensa mundial descubrió la
crisis económica argentina hasta hace relativamente poco, en barrios como La
Tablada era un hecho desde hace al menos seis años antes. A mediados de los
noventa, cuando el FMI exhibía a Argentina como un milagro del crecimiento
económico y un ejemplo de las riquezas que aguardaban a las naciones pobres
que abrieran sus puertas a la inversión extranjera, el desempleo ya llegaba
a niveles alarmantes. Se trata de una pauta que muchas veces fue reproducida
en América Latina, en países que han llevado a cabo similares reformas de
libre mercado; hoy, sólo Chile sobrevive como una supuesta "historia de
éxito", mientras más de 50% de la población argentina ya cayó debajo de la
línea oficial de la pobreza.

Extrañamente, cuando Argentina tenía menos riqueza en papel, menos
argentinos pasaban hambre. Muchos factores económicos complejos
contribuyeron a este cambio, desde cambios en los cultivos agrícolas de
exportación hasta los salarios que se desplomaban en el sector industrial.
Pero también hubo algunos cambios sencillos que jugaron su papel, como el
hecho de que los mercados de barrio vendieran comida a crédito en los
tiempos difíciles: un cachito de gracia que desapareció cuando Argentina se
convirtió en un escaparate de la globalización y aquellas pequeñas tiendas
fueron remplazadas por hipermercados, propiedad de extranjeros, del tamaño
de templos aztecas, con nombres como Carrefour, Wal-Mart y Día, la cadena
propiedad española donde Gustavo Benedetto finalmente pudo conseguir un
trabajo.

Así que probablemente no fue una coincidencia que, en los días anteriores al
argentinazo, muchos de los hipermercados se encontraron bajo asalto,
saqueados por una multitud de hombres desempleados, con caras cubiertas con
playeras convertidas en improvisados pasamontañas. Cuando Gustavo se
presentó a trabajar en Día el 19 de diciembre, el ambiente estaba
insoportablemente tenso: nadie sabía si este castillo de concreto sería el
siguiente en ser asaltado por multitudes hambrientas y enojadas. A mediodía,
el gerente decidió acabar con el suspenso y cerró temprano.

Cuando Gustavo llegó a casa, encendió la televisión. Lo que vio fue un país
en abierta revuelta, con protestas que surgían por todos lados. Durante todo
el día y toda la noche, le estuvo cambiando de un canal al siguiente, pero
ya para las 10:40 pm, todos los canales mostraban la misma imagen: el
presidente Fernando de la Rúa, su cara, pegosteosa por el sudor, leía,
tieso, un texto preparado. Argentina, dijo, estaba bajo el ataque de "grupos
que son enemigos del orden y que van a propagar la discordia y la
violencia". Declaró un estado de sitio.

Para muchos argentinos, la declaración del presidente sonaba como el
preludio de un golpe militar ?y ese fue un error fatal del gobierno de De la
Rúa?. Gustavo miró las imágenes en vivo de la Plaza de Mayo que se llenaba
de gente. Golpeaban cacerolas y sartenes con cucharas y tenedores, un
reproche sin palabras pero estruendoso a las instrucciones del presidente:
los argentinos no renunciarían a las libertades básicas en nombre del
"orden", declararon. Lo habían intentado antes bajo la junta, y había
acabado mal. Y entonces, una sola exclamación rebelde surgió de la
muchedumbre de abuelas y estudiantes de prepa, mensajeros motociclistas y
obreros desempleados; sus palabras iban dirigidas a los políticos, los
banqueros, el FMI y todos los demás "expertos" que afirmaban tener la receta
perfecta para la prosperidad y estabilidad de Argentina: "Que se vayan
todos", dijeron.

Esa noche, Gustavo durmió a rachas. A la mañana siguiente, cuando llegó al
trabajo, la tienda estaba cerrada, así que se regresó a casa y de nuevo
prendió la televisión. Fue entonces que sintió un impulso que nunca antes
había sentido ?quería unirse a una manifestación política?. De repente,
Gustavo Benedetto, un chavo tranquilo que no había protestado contra nada en
toda su vida, brincó del sofá, apagó la tele y le dijo a su madre que iba al
centro.

De camino a la parada del camión, Gustavo le preguntó a varios de sus amigos
del barrio de La Tablada si querían unirse a él ?para ser parte de esta
historia que presenciaban en las pantallas de sus televisores?. Pero no pudo
encontrar a nadie que le entrara: la mayoría de las personas en La Tablada
ya estaban hartas de la historia. Durante los setenta y los ochenta, este
barrio de clase trabajadora estuvo literalmente atrapado entre el fuego del
ejército y las guerrillas: en aquel momento, varias células izquierdistas
estaban activas en la zona, y también era el hogar de la Infantería
Mecanizada No. 3 de La Tablada, una gran base militar donde tenían lugar
supuestos abusos a los derechos humanos. En La Tablada, la guerra sucia era
aún más sucia que en otros lugares, con los padres que se topaban con los
asesinos de sus hijos en la tiendita de la esquina. Y como cualquier tipo de
contacto con un izquierdista era suficiente para que te etiquetaran como un
colaborador, lo más seguro que podías hacer era retirarte a tu hogar: las
puertas se cerraban ante antiguos amigos que buscaban refugio, las persianas
rápidamente se corrían cuando había una conmoción afuera, se subía el
volumen de la radio para ahogar los gritos en los departamentos vecinos. En
La Tablada, como en otros lugares de Argentina, los habitantes aprendieron a
vivir fielmente bajo la filosofía de los tiempos del terror: "No se meta".
Se trata de una actitud que ha pervivido hasta hoy.

Sin embargo, Gustavo decidió romper con esa tradición. No tenía modo de
saber que las tácticas de la dictadura estaban a punto de regresar a las
calles de Buenos Aires. Durante las dos horas que le llevó trasladarse de
los suburbios al centro de Buenos Aires, el jefe de la policía había enviado
la orden de "limpiar la Plaza de Mayo". Al principio, los equipos
antimotines usaron balas de hule y gas lacrimógeno, pero pronto se les
acabaron y cambiaron a municiones letales.

La policía empujó a la muchedumbre a la Avenida de Mayo y la muchedumbre
empujó de regreso. Alrededor de las 4 pm, un grupo de cerca de 20 agentes de
la policía buscaban un lugar seguro para refugiarse y recargar sus armas.
Escogieron el lobby del HSBC, uno de los edificios más seguros en la ciudad
porque también alberga a la embajada israelí. Un puñado de manifestantes
?menos de cinco, según los documentos de la Corte? se separó de los ríos de
gente que se encaminaban hacia la Plaza de Mayo y comenzó a tirar piedras
contra el banco. Un hombre rompió un marco del vidrio con una barra de
metal. La policía y los guardias de seguridad privada que estaban dentro se
asustaron y abrieron fuego. Según la evidencia que más tarde se pudo
escuchar en la Corte, en el lapso de sólo cuatro segundos una ráfaga de al
menos 59 balas fue disparada hacia la calle repleta. Justo en ese momento,
Gustavo Benedetto iba caminando solo y, después de haber estado en el centro
durante menos de una hora, dio la vuelta en la Avenida de Mayo. Estaba a
muchas yardas del banco cuando una bala de plomo, disparada desde un arma de
9mm, lo alcanzó en la parte trasera de la cabeza. Cayó al suelo; en un
instante estaba muerto.

La cámara delatora

Puede ser que el HSBC haya sido un buen sitio para que los agentes de la
policía encontraran refugio durante el caos del argentinazo, pero cuando se
trata de un crimen supuestamente cometido desde su lobby, un banco, con sus
cámaras de seguridad que monitorean cada ángulo, ofrece poca cubierta. Las
cámaras de vigilancia del HSBC, desde que entraron como evidencia en la
Corte, claramente muestran a los agentes de la policía y de seguridad
bancaria apuntando y disparando sus armas a través del cristal. Esta
evidencia ha llevado a un raro evento en los anales de la justicia
argentina: el arresto de un ex oficial militar bajo el cargo de asesinato.

Jorge Varando es graduado de la Escuela de las Américas, un campo de
entrenamiento de "contrainsurgencia" con sede en el sur de Estados Unidos.
Declaró que no le disparó a Benedetto y alega que actuó adecuadamente, como
un agente de seguridad que defendía el banco. En una reciente entrevista
radiofónica, lo citan y dicen que admitió haber disparado su arma, y que
dijo que lo hizo "en total tranquilidad" y "para frenar a los que intentaban
entrar en el edificio". Hasta ahora, el HSBC se ha negado a comentar sobre
el caso debido a que los procesos legales están en curso; se limitó a
señalar que su empleado Varando constantemente ha sostenido que es inocente.
Aún no está claro si Varando va a ser representado por un abogado del HSBC
cuando el caso vaya a juicio, pero el banco tuvo su propio abogado durante
las audiencias previas al juicio. El HSBC está inevitablemente involucrado
de alguna manera, porque la balacera se llevó a cabo desde sus
instalaciones, y sus cámaras de seguridad ofrecen evidencia crucial. Pero
esa evidencia ha resultado ser problemática. Cuando la Corte recreó el
crimen, equiparando el video de Varando al disparar su arma con el lugar
donde Benedetto fue asesinado, pronto quedó claro que alguien había cambiado
el ángulo de la principal cámara de vigilancia, y esto hacía que fuese
extremadamente difícil hacer coincidir la reconstrucción con el video
original de Varando disparando a través del cristal. El personal bancario
dice que el ángulo de la cámara fue cambiado accidentalmente durante una
limpieza de rutina.

Y el caso ha atraído aun más el interés porque cada mes, desde el asesinato,
amigos y familiares han puesto un improvisado monumento conmemorativo a
Gustavo Benedetto frente al banco ?y cada mes, el monumento es
misteriosamente removido y el nombre de Gustavo es borrado?. Finalmente,
esta práctica terminó el pasado noviembre, cuando un equipo de televisión
que acechaba el edificio del HSBC a las 3 am, filmó cómo dos agentes de la
policía federal llegaron en un auto sin señas particulares y destruyeron el
monumento de concreto y cerámica con unas palancas. Los agentes fueron
suspendidos.

El espejismo de Menem

Hasta hace relativamente poco, Argentina seguía una política de amnesia
oficial, respecto de los crímenes de la guerra sucia. Claro, las
organizaciones no gubernamentales de derechos humanos aún sacaban numerosos
y mordaces informes; las Madres de la Plaza de Mayo aún marchaban; y los
hijos de padres desaparecidos aún se aparecían, de vez en vez, fuera de los
hogares de ex militares para aventar pintura roja. Pero antes del
argentinazo, la mayoría de los argentinos clasemedieros veían tales acciones
como rituales macabros de una época pasada. ¿Qué no habían recibido el
memorándum? El país había "avanzado" ?o al menos se suponía que lo había
hecho, según el ex presidente Carlos Menem?.

Menem, un partidiario del libre mercado que maneja un Ferrari, quien es la
fusión argentina de Margaret Thatcher y John Gotti, fue electo en 1989, con
la economía en recesión y la inflación en ascenso. Declaró que muchos de los
problemas económicos de Argentina eran el resultado de los intentos
chapuzeros de su predecesor de traer a justicia a los generales de la guerra
sucia. Menem ofreció una alternativa: en vez de ir hacia atrás, hacia el
infierno de las tumbas sin nombre y las mentiras del pasado, dijo, los
argentinos deberían de poner en blanco la pizarra, unirse a la economía
global y después poner toda su energía en conseguir un crecimiento
económico.

Tras perdonar a los generales, Menem inició un entusiasta programa de lo que
aquí en América Latina llaman "neoliberalismo": o sea, privatizaciones
masivas, despidos en el sector público, "flexibilización" del mercado
laboral e incentivos empresariales. Recortó los programas federales de
comidas, redujo el fondo nacional de desempleo en casi 80%, despidió a
cientos de miles de empleados estatales y declaró ilegales muchas huelgas.
Menem apodó a esta rápida reconstrucción del libre mercado "cirugía sin
anestesia", y les aseguró a los votantes que, una vez que el dolor de corto
plazo amainara, Argentina, en palabras de una de sus campañas promocionales,
"nacería de nuevo".

Los habitantes clasemedieros de Buenos Aires, muchos de ellos avergonzados
por su complicidad o complacencia durante la guerra sucia, tomaron con
entusiasmo la idea de vivir en un nuevo país sin pasado. "No te involucres",
el mantra de los años del terror, cedió su lugar al "Ante todo, primero yo",
el mantra del alto capitalismo; bajo esta causa, los vecinos son competencia
y el mercado está antes de cualquier otra cosa, incluso antes de la búsqueda
de la justicia y la reconstrucción de las destrozadas comunidades. En los
años que siguieron, el Buenos Aires de los noventa se metió en una juerga de
consumismo y ascenso laboral que el neoyorkino o londinense más adicto a las
compras y al trabajo se vería pequeño. Según cifras gubernamentales, entre
1993 y 1998, el total del gasto por hogar se incrementó en 42 mil millones
de dólares, mientras que el gasto en bienes importados se duplicó, en los
mismos cinco años, de 15 mil millones de dólares en 1993 a 30 mil millones
en 1998.

En los ostentosos barrios de Recoleta y Palermo, los habitantes compraban no
sólo los últimos aparatos electrónicos importados y la ropa de diseñador,
sino también nuevas caras y nuevos cuerpos ?Buenos Aires pronto competía con
Río de Janeiro por el título de la capital de la cirugía cosmética, con un
cirujano plástico presumiendo tener 30 mil clientes?. Los argentinos
claramente querían ser rehechos, como su país ?como su presidente, quien
desaparecía periódicamente, y luego reaparecía con la cara estirada y
asegurando que una abeja lo había picado?.

Durante un rato, las máscaras y los disfraces de los noventa parecían
asombrosamente reales. Durante esa década, el PIB nacional se incrementó en
60% y la inversión extranjera llegaba a chorros. Pero así como los
accionistas de Enron no se tomaron el cuidado de mirar con detenimiento los
libros de contabilidad, siempre y cuando sus ganancias subieran, los
inversionistas extranjeros y los prestamistas en Argentina no vieron que el
delgado y mezquino gobierno de Menem estaba hundido en una deuda 80 mil
millones de dólares más profunda en 1999 que la que había tenido el gobierno
de 1989. O que, principalmente gracias a los despidos en las compañías
privatizadas, el desempleo había aumentado de 6.5% en 1989 a 20% en 2000.

En pocas palabras, "el milagro de Menem", como efusivamente lo llamó Time
Magazine, era un espejismo. La riqueza que fluía en la Argentina de los
noventa era una combinación de finanzas especulativas y ventas de una
ocasión: la compañía telefónica, la compañía petrolera, los ferrocarriles,
la aerolínea. Tras la infusión inicial de efectivo y palmeras engrasadas, lo
que quedó fue un país vaciado, servicios básicos caros y una clase
trabajadora que no trabajaba. También dejó tras de sí un sector financiero
desregulado, estilo viejo oeste, que permitió que las familias más ricas de
Argentina sacaran del país 140 mil millones de dólares en riqueza privada y
los depositaran en cuentas bancarias extranjeras ?un monto mayor que el PIB
o la deuda externa?.

Congelar salarios a culatazos

Conforme desaparecía la riqueza de Argentina, destinada a cuentas bancarias
en Miami y a la bolsa de valores en Milán, la amnesia colectiva de los años
de Menem también comenzó a desaparecer. Hoy, casi 20 años después de que la
dictadura de la junta terminó, y con los viejos generales muertos o
muriéndose, los fantasmas de los 30 mil desaparecidos de repente
aparecieron. Ahora embrujan cada aspecto de la crisis actual del país. En
los meses que siguieron al argentinazo, el pasado parecía estar tan presente
que era como si el tiempo se hubiera colapsado y el terror estatal hubiera
sido cometido ayer. En las cortes y en las calles surgió un debate nacional,
no sólo sobre cómo fue que tantos se habían librado de ser castigados por
sus crímenes, sino también sobre las razones por las cuales el terror había
tenido lugar: ¿por qué murieron esas 30 mil personas? ¿En nombre de los
intereses de quién murieron? ¿Y cuál era la conexión entre aquellas muertes
y las políticas de libre mercado que le habían fallado tan espectacularmente
al país?

En aquella época en que los estudiantes y los sindicalistas eran arrojados
de Ford Falcon verdes y llevados a centros clandestinos de tortura, había
poco tiempo para preguntas respecto de las causas profundas y los intereses
económicos. Durante los años del terror, los activistas argentinos tenían
una sola preocupación ?mantenerse vivos?. Cuando grupos como Amnistía
Internacional comenzaron a intervenir y apoyarlos, ellos también estaban
preocupados por la supervivencia cotidiana. Los investigadores rastreaban a
las personas desaparecidas y después pedían su liberación, o al menos la
confirmación de su muerte.

Hubo, sin embargo, algunas excepciones, individuos que fueron capaces de ver
que los generales tenían un plan económico tan agresivo como sus planes
sociales y políticos. En 1976 y 1977 ?cuando el terror estaba en su punto
más sanguinario y bárbaro? los generales presentaron un programa de
"restructuración" económica que resultaría ser una probadita de la
globalización empresarial corta?gargantas de hoy. Recortaron a la mitad el
sueldo promedio nacional, redujeron dramáticamente el gasto social y
quitaron el control de precios. Los generales fueron espléndidamente
recompensados por estas medidas: en esos mismos dos años, Argentina recibió
más de 2 mil millones de dólares en préstamos extranjeros, más de lo que el
país había recibido en los pasados seis años. Para cuando los generales
regresaron el país en 1983, habían incrementado la deuda externa nacional de
7 mil millones de dólares a 43 mil millones.

El 24 de marzo de 1977, un año después del golpe, el periodista de
investigación argentino Rodolfo Walsh publicó una Carta Abierta de un
Escritor a la Junta Militar ? estaba destinada a ser uno de los escritos más
famosos en el rubro de las cartas latinoamericanas modernas?. En ella,
Walsh, miembro del movimiento juvenil de los Montoneros, rompió con la
censura oficial a la prensa al emprender un recuento detallado de la campaña
de terror de los generales. Pero había una segunda parte de la Carta
Abierta, la cual, según el biógrafo de Walsh, Michael McCaughan, fue
suprimida por el liderazgo de los Montoneros, muchos de los cuales, aunque
fuesen militantes en sus tácticas, no estaban tan enfocados como Walsh en la
economía. La mitad perdida, recién publicada en el libro de McCaughan, True
Crimes, trasladaba el enfoque de los abusos a los derechos humanos de los
militares a su programa económico; con Walsh declarando ?un tanto
heréticamente? que el terror no era "el mayor sufrimiento infligido sobre el
pueblo argentino, ni la peor violación a los derechos humanos que han
cometido. Está en la política económica de este gobierno, donde uno descubre
no sólo la explicación de los crímenes, sino también una mayor atrocidad que
castiga a millones de seres humanos a través de la miseria planeada".

De nuevo, Walsh ofreció un catálogo de crímenes: "Congelar los salarios a
culatazos mientras los precios suben a punta de bayoneta, prohibir todo tipo
de negociaciones colectivas, prohibir las asambleas y las comisiones
internas, ampliar los días laborales, incrementar el desempleo ... una
política económica dictada por el Fondo Monetario Internacional, siguiendo
una receta aplicada indiscriminadamente en Zaire o Chile, en Uruguay o
Indonesia".

Minutos después de enviar por correo las copias de su carta, Walsh fue
emboscado por la policía y muerto a tiros en las calles de Buenos Aires.

Más difícil de matar, sin embargo, ha sido la descripción de Walsh de una
lógica económica que sobrevivió a la dictadura, una lógica que guió al
escalpelo de la cirugía de Menem sin anestesia y que sigue guiando cada
misión del FMI en Argentina, el cual parece siempre pedir más recortes a la
salud pública y la educación, mayores tarifas a los servicios básicos, más
ejecuciones de hipotecas. Pero Walsh no lo llamó "buen gobierno" o
"prudencia fiscal" o "ser competitivo a nivel global" ?él lo llamó "miseria
planeada"?.

Walsh comprendió que los generales no estaban librando una guerra contra "el
terror", sino una guerra contra cualquier barrera a la acumulación de
riqueza de los inversionistas extranjeros y sus beneficiarios locales. Cada
día que pasa prueba su presciencia. Los juicios civiles continúan
desterrando evidencia fresca de que las empresas extranjeras colaboraron de
manera cercana con la junta en su exterminación del movimiento sindical en
los setenta. Por ejemplo, el pasado diciembre, un procurador federal
presentó una demanda criminal contra Ford Argentina (una subsidiaria de
Ford). Alegaba que la compañía tenía dentro de una de sus plantas un centro
militar de detención a donde se llevaba a organizadores sindicales. "Ford
[Argentina] y sus ejecutivos estaban en connivencia en el secuestro de sus
propios trabajadores y creo que deberían de rendir cuentas al respecto",
dice Pedro Troiani, un ex obrero de la Ford que declaró que los soldados lo
secuestraron y golpearon dentro de la fábrica. Mercedes-Benz (ahora una
subsidiaria de DaimlerChrysler) enfrenta una investigación parecida, tanto
en Alemania como en Argentina, como resultado de alegatos de que la compañía
colaboró con los militares durante los setenta para purgar una de sus
plantas de militantes sindicales, dando nombres y domicilios de 16
trabajadores que después "desaparecieron", 14 de los cuales jamás fueron
vueltos a ver. Tanto Ford como Mercedes-Benz niegan que sus ejecutivos hayan
jugado algún papel en alguna de las muertes.

Y, claro, también está el caso de Gustavo Benedetto. A primera vista, no hay
nada que conecte el asesinato de Benedetto al pasado y no hay punto de
comparación entre la represión durante el argentinazo y el terror de la
guerra sucia. Sin embargo, el caso Benedetto destaca el cambiante papel de
los militares, el Estado y los intereses financieros, y el papel actual de
los ex oficiales militares. En los setenta, Jorge Varando, el hombre acusado
del asesinato de Benedetto, trabajaba para un régimen militar que abrió el
sector bancario de Argentina a los bancos privados. En 2001, con las fuerzas
armadas reducidas, así como el resto del sector público, él trabajaba de
manera directa para uno de estos bancos. El temor es que el gran logro de
dos décadas de democracia es sólo que el intermediario fue erradicado y que
la represión fue privatizada. Los bancos y empresas en Argentina son
custodiados por unidades de ex oficiales militares armados, que los protegen
de los manifestantes públicos, y que despiertan preguntas difíciles sobre
los compromisos que se hicieron durante la transición de la dictadura a la
democracia.

Hoy, la historia de esa transición se rescribe en las calles. No hay un
claro "antes" y "después" de la dictadura. En vez, el proyecto de la
dictadura emerge como un proceso: los generales prepararon al paciente,
después Menem llevó a cabo "la cirugía". La junta hizo más que desaparecer a
los organizadores sindicales que podrían haber luchado contra los despidos
masivos y los socialistas que quizá se hubieran rehusado a poner en práctica
el más reciente plan de austeridad del FMI. El gran logro de la guerra sucia
fue la cultura del miedo y del individualismo, la cual se quedó en barrios
como La Tablada, donde Gustavo Benedetto creció.

Los generales comprendieron que su verdadero obstáculo hacia un control
social completo no eran los rebeldes izquierdistas, sino la presencia de
comunidades con lazos fuertes y la sociedad civil. Razón por la cual
emprendieron la misión de "desaparecer" la esfera pública. En el primer día
del golpe de 1976, los militares prohibieron todos los "espectáculos
públicos", desde carnavales, pasando por el teatro, hasta las carreras de
caballos. Las plazas públicas estaban estrictamente reservadas para los
shows de fuerza militar y la única experiencia comunal permitida era el
futbol. Al mismo tiempo, los militares lanzaron una campaña para convertir a
toda la población en informante: los periódicos estatales estaban repletos
de anuncios que recordaban a los ciudadanos que era su deber civil reportar
a cualquiera que pareciera que estuviera haciendo algo "subversivo". Y
cuando la población se retrajo a sus hogares, el proyecto económico de la
dictadura pudo ser continuado y profundizado por los sucesivos gobiernos
civiles sin siquiera tener que recurrir a una engorrosa represión ?al menos
hasta hace poco?.

En los setenta, cuando las Madres de la Plaza de Mayo comenzaron a buscar a
sus desaparecidos seres queridos, era común que estas valientes mujeres
dijeran que sus hijos eran inocentes, que cuando se los llevaron "no estaban
haciendo nada". Hoy, las Madres encabezan manifestaciones contra el FMI,
hablan sobre el "terrorismo económico", y declaran con orgullo que sus hijos
sí estaban haciendo algo cuando fueron secuestrados ?eran activistas
políticos que trataban de salvar al país de la miseria planeada que comenzó
bajo la dictadura y que sólo se ha profundizado bajo la democracia?.

En los escombros de lo que quedó de Argentina después de diciembre de 2001,
algo extraordinario comenzó a pasar: los vecinos asomaron la cabeza de sus
departamentos y casas, y, en la ausencia de un liderazgo político o de un
partido que le diera sentido a la explosión espontánea del cual eran parte,
comenzaron a hablar unos con otros. A pensar juntos. A finales de enero de
2002, tan sólo en el centro de Buenos Aires ya había unas 250 asambleas
barriales. Las calles, parques y plazas se llenaron de reuniones, la gente
se desvelaba, planeaba, discutía, daba testimonios y votaba.

Muchas de esas primeras asambleas eran más terapias grupales que reuniones
políticas. Los participantes hablaban sobre su experiencia de aislamiento en
una ciudad de 11 millones. Los académicos y los abarroteros se disculpaban
por no haber cuidado unos de otros, los gerentes de publicidad admitían que
solían despreciar a los obreros desempleados, y que asumían que se merecían
su difícil situación, y que nunca pensaron que la crisis podría llegar a las
cuentas bancarias de la clase media cosmopolita. Y estas disculpas por las
equivocaciones actuales pronto cedieron el paso a confesiones en lágrimas
sobre eventos que databan de la época de la dictadura. Una ama de casa se
paraba y admitía públicamente que, tres décadas antes, cuando escuchaba una
historia más acerca de que el esposo o hermano de alguien había
desaparecido, había aprendido a cerrar su corazón al sufrimiento, y se decía
a sí misma "por algo será".

La mayoría de las asambleas comenzaron ?en vista de tanta miseria planeada?
a planear otra cosa: alegría, solidaridad, otro tipo de economía. Se
abrieron cocinas colectivas, se formaron bancos de empleos y clubes de
trueque. Durante el pasado año, entre 130 y 150 plantas, en bancarrota y
abandonadas por sus dueños, fueron tomadas por los trabajadores y
transformadas en cooperativas o colectivos. En fábricas de tractores,
supermercados, editoriales, fábricas de aluminio y pizzerías, las decisiones
sobre la política de la compañía ahora se toman en asambleas abiertas, y las
ganancias se reparten equitativamente entre los trabajadores. En los últimos
meses, las fábricas tomadas han comenzado a crear redes y comienzan a
planear una "economía de solidaridad" informal: por ejemplo, los
trabajadores textiles de una fábrica tomada hacen las sábanas para una
clínica de salud tomada; un supermercado en Rosario, transformado en una
cooperativa, vende pasta hecha en una fábrica de pasta tomada; panaderías
tomadas construyen hornos con tejas de una planta de cerámica tomada.
"Siento como si al fin estuviera terminando la dictadura", me dijo un
asambleísta cuando llegué a Buenos Aires. "Es como si hubiera estado
encerrado en mi casa durante 25 años y ahora, al fin, estoy fuera".

La hija de la democracia

Rodolfo Walsh calculaba que tomaría 20 o 30 años antes que los efectos de la
campaña del terror se desgastaran y los argentinos estuvieran al fin listos
para luchar de nuevo por la justicia social y económica. Eso fue hace poco
más de 25 años. Así que no pude evitar pensar en Walsh cuando conocí a
Gabriela Mitidieri, una estudiante de preparatoria, confiada en sí misma,
que, a excepción de su política, bien podría encajar en una audición para
Academia de la Fama 2. Mitidieri nació en 1984, durante el primer año
completo de gobierno electo en Argentina tras la dictadura. "Soy hija de la
democracia", dice, con un dejo de sarcasmo dieciochoañero. "Eso significa
que tengo una responsabilidad especial".

Así como ella lo ve, esa responsabilidad es vasta ?finalmente liberar al
país de las políticas económicas que sobrevivieron a la transición de un
mandato militar a uno civil?. Sin embargo, parece impávida ante la tarea, o
al menos no tiene miedo. Gaby, como la llaman sus amigos y familiares, se
lanza a las manifestaciones portando unos pantalones cargo a la cadera y la
mochila Blink 182 de su hermano, sostiene pancartas con sus uñas pintadas de
negro y reta con la mirada a las líneas de policías, con sus ojos
espolvoreados con brillantina azul.

Sus padres no comparten su audacia. Cuando las calles de Buenos Aires
explotaron con el argentinazo de 2001, en el modesto hogar de los Mitidieri
también tuvo lugar una explosión. El conflicto trataba sobre si la entonces
diecisieteañera Gaby obtendría permiso para participar en las
manifestaciones. Gaby estaba decidida a ir a la Plaza ?"Simplemente no podía
aceptar ser una de esas personas que miran el mundo a través de una pantalla
de televisión", dice ahora?. Su padre, un superviviente de la guerra sucia,
durante la cual fue secuestrado y torturado, físicamente bloqueo el camino
de Gaby hacia la puerta mientras ella gritaba que él, entre todas las
personas, debería entender por qué necesitaba estar en las calles. Sergio
Mitidieri permaneció impasible ?tenía la edad de Gaby cuando se involucró
por primera vez en política estudiantil y su juventud no lo había salvado ni
a él ni a sus amigos, muchos de los cuales fueron asesinados en campos de
concentración?.

Como muchos de su generación, Mitidieri no regresó al activismo político
después de que los generales se retiraron. El terror de aquellos años
permaneció dentro de él, robándole la confianza decidida de sus días
estudiantiles ?durante años, le dijo a Gaby que las cicatrices en su espalda
y sus hombros provenían de accidentes deportivos?. Hoy, aún no le gusta
hablar del pasado; mantiene la cabeza agachada y trabaja duro para mantener
a su esposa y sus cuatro hijos. Gaby dice que el miedo de su padre ?el hecho
de que "viva con la idea de la muerte pendiendo sobre su cabeza"? significa
que la dictadura, ya sea impuesta por el terror externo o por el miedo
interno, aún tiene agarrado al país. "La primera vez que me enteré sobre lo
que le había pasado a mi padre", dice Gaby, "me preguntaba una y otra vez
'¿por qué vivió? ¿Por qué dejaron que sobreviviera?' Después leí 1984 y me
dí cuenta de que él y otros sobrevivieron para mantener vivo el miedo, y
para recordar a toda la población el miedo. Mi padre es una prueba viviente
de eso".

Pero, sentada en el hogar de los Mitidieri, en el primer aniversario del
argentinazo, me dio la impresión de que puede ser que Gaby, la
autoproclamada "hija de la democracia", esté subestimando el poder
contagioso de la democracia. En 2002, cuando anunció en la mañana del 19 de
diciembre que se iba a unir a las manifestaciones para conmemorar el
aniversario, su madre, callada, la ayudó a empacar su mochila: agua, un
teléfono celular, un limón (ayuda a mitigar los efectos del gas lacrimógeno)
?hasta le prestó una bufanda?. El padre de Gaby las miró empacar, se veía
preocupado pero orgulloso.

Esa noche, la asamblea barrial local convocó a todos a salir de sus casas
con cacerolas y sartenes para celebrar el día en que ?un año antes? algo
cambió a Argentina (aunque nadie ha podido explicar todavía exactamente qué
fue). Y una cosa curiosa sucedió: los padres de Gaby aparecieron. Se
quedaron a la orilla del encuentro, no hablaron con nadie ?pero estaban
ahí?.

"Aún tenemos miedo", me dijo Sergio Mitidieri, "pero también sentimos
coraje. Es mejor luchar en las calles que estar callado en casa. Gaby me
enseñó eso".

*Naomi Klein es la autora de No Logo y Fences and Windows.
(Traducción: Tania Molina Ramírez. © Naomi Klein, 2003. El artículo fue
publicado el 25 de enero de 2003 en el diario inglés The Guardian. La
investigación adicional fue realizada por Dawn Makinson y Joseph
Huff-Hannon)

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Nello

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