Venezuela: ¿Que se vaya Chávez?



ALAI, América Latina en Movimiento
2001-11-22
Andrés Cañizález
Caracas

La consigna que empieza a escucharse en Venezuela de que el presidente Hugo
Chávez deje el poder, que se mueve en un terreno hipotético aún, colocaría
al
país en un agravamiento de la crisis política e institucional que se viene
evidenciando en los últimos años y de la cual el hoy mandatario es un claro
producto.

Chávez ha aclarado que no renunciará, por lo que su salida del poder podría
ocurrir o bien por una declaración de incapacidad mental por parte del
parlamento, por una solicitud de cuatro millones de firmas y en medio de un
engorroso proceso de verificación, o por un golpe. Existen sectores
políticos y económicos de Venezuela que están apostando a una o varias de
estas opciones de forma simultánea.

Chávez sigue gozando de un importante nivel de popularidad entre los
sectores
más pobres del país, pero prácticamente ha roto los canales de vinculación
con el empresariado, los sindicatos y la clase media. En medio de este
escenario, la oposición política sigue sin tener una fuerza suficiente como
para representar un contrapeso de importancia y algunas figuras públicas
están actuando desde ya como si estuviesen en el período del
postchavismo.

Algunos sectores sociales y políticos sostienen de forma sensata que una
salida de Chávez en este momento no resolverá la crisis del país y bien al
contrario, la agudizaría. Al no contar Venezuela con un tejido socio-
político sólido -situación que justamente favorece el liderazgo personalista
del presidente-, la salida precipitada del jefe de Estado crearía un vacío
de
poder que podría ser copado por sectores de la extrema derecha (militar,
política y empresarial) con el apoyo de Estados Unidos.

Tampoco resulta viable, para los que apuestan por construir el país, que la
opción sea jugar al desgaste completo del gobierno para conducir a una
situación de ingobernabilidad que también desencadenaría una reacción de
difíciles e impredecibles consecuencias para Venezuela. En esta coyuntura,
la opción menos traumática parece ser -incluso para los que sostienen una
visión crítica de la gestión de Chávez- apostar al sostenimiento del
gobierno
y presionar porque el presidente cumpla cabalmente con la plataforma de
cambios políticos y sociales que justamente le allanó el camino a la
presidencia.

El gobierno de Chávez es el del vamos. En cada una de sus alocuciones
el presidente anuncia grandes planes, vamos a hacer esto o aquello, pero en
la práctica en febrero cumplirá tres años en el poder y gran parte del
tiempo
de su gestión se le habrá ido en debates prolongados y estériles con pocos
resultados, por ejemplo en materia social, que exhibir. Es un gobierno de
la confrontación, tiene poca o casi nula capacidad de tejer alianzas, e
incluso el mandatario expulsa con frecuencia y ante la opinión pública a
sectores políticos que le han apoyado o bien a agrupaciones que públicamente
le solicitan un espacio de diálogo. Es un gobierno de la ineficacia,
tiene una limitada ejecución de los planes que diseña e incluso una también
limitada capacidad de diseñar el país del cambio al cual apostó la mayoría
de
los venezolanos.

Con este panorama, el reto parece apuntar a presionar socialmente a cambios
dentro del gobierno, que no pasan solamente por la entrada o salida de
colaboradores, sino por el establecimiento de prioridades, la elaboración de
planes a corto y mediano plazo, y la vigilancia social sobre estos
programas.

Esta dinámica debe ser dentro del más amplio abanico de alianzas y diálogo
entre los sectores que no desean un regreso al modelo político
prechavista, los que defienden lo alcanzado en la Constitución
Bolivariana de 1999 y que desean que la carta magna no se convierta en letra
muerta, y los que se oponen a dejar en manos de la extrema derecha la
conducción del proceso político. Esa debería ser la plataforma para una
convocatoria amplia no para defender al presidente, sino a la
institucionalidad y para descartar una vuelta atrás, en un momento en que
comienzan a vislumbrarse alianzas entre los sectores que juegan a una salida
de fuerza para sacar a Chávez del poder.

Obviamente, este proceso que se vislumbra entre algunos sectores
progresistas, debe ser impulsado y refrendado desde el poder presidencial,
prácticamente el único poder real en este momento (además de la esfera
militar) con una capacidad de generar espacios de diálogo y alianzas que
hasta ahora no ha demostrado.

Las respuestas de Chávez, en medio de este complejo panorama, resultan
preocupantes. A los cacerolazos que empiezan a escucharse cuando él habla en
cadena nacional, se responde con cohetes y fuegos artificiales de los
revolucionarios; a los rumores de golpe militar se responde con un
aumento salarial dentro de las Fuerzas Armadas; a la convocatoria
empresarial
de un paro en protesta por la falta de diálogo se responde diciendo que se
trata de una cúpula no representativa; a las críticas contra un
conjunto de leyes aprobadas en pocas semanas se responde con que existe una
conspiración mediática para restarle reconocimientos al gobierno.

Con este tipo de respuestas, que no reconocen problemas reales, se aleja el
presidente de un espacio de diálogo y encuentro, que constituye en la actual
coyuntura la vía necesaria para el sostenimiento de su gobierno dentro de un
marco institucional.


Nello

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