Argentina CRONICA DE UN DIA DE DOLOR Y VIGILIA EN GENERAL MOSCONI



da Pagina 12 del 20 giugno 2001

El martes amaneció nublado, muy frío, amenazaba con llover. Unas trescientas
personas se agolparon detrás de los féretros de Carlos Santillán y Oscar
Barrios, las dos víctimas que dejó la represión del domingo en Mosconi. Los
piqueteros, todos salteños, ninguno colombiano, eran los mismos que el año
pasado salieron en dos oportunidades a la ruta 34. Permanecieron detrás de
unas barricadas desde donde aplaudieron cuando vieron pasar el cortejo
fúnebre a unos 150 metros. Los gendarmes apostados a la vera del camino
ahora despejado, en cambio, mantuvieron un estratégico silencio. El único
que habló fue el gobernador Juan Carlos Romero: "No voy a negociar con
violentos", aseguró (ver nota aparte). Anoche, al cierre de esta edición,
corría un dato entre los manifestantes: una delegación del gobierno nacional
desembarcaría hoy para pactar con los líderes rebeldes sobre quienes pesan
pedidos de captura por el delito de sedición (ver asimismo páginas 8 y 9).
Cuando los féretros se alejaron rumbo al cementerio, la tensión entre los
piqueteros y los gendarmes volvió. "Milico hijo de puta", gritaron varios
con tonadas salteña al tiempo que volaron algunas piedras. Los efectivos no
reaccionaron. Permanecieron inmóviles a la distancia, casi indiferentes, el
mejor resguardo a las pedradas perdidas. Más de mil gendarmes se reparten en
la ruta, en Mosconi y Tartagal, una zona prácticamente militarizada donde
los uniformados le piden documentos a todo lo que se mueve.
Los autos que trasladaban los cuerpos y la gente que los acompañaban se
alejaron del ingreso de Mosconi, el lugar de la represión. Cerca de los
cajones se desplegaba una bandera argentina. Antes, el sacerdote del pueblo,
Juan Aguirre, rezó el tradicional responso pero también buscó mandar un
mensaje: "Nuestro pueblo está herido por la violencia, que nunca trae buenos
resultados y termina en guerra civiles", dijo mientras las familias de los
jóvenes asesinados se desplomaban llorando sobre los cajones, el epicentro
del dolor en Mosconi.
Ya en las cercanías al cementerio, un par de camiones de la Gendarmería pasó
cerca del acompañamiento. Urbano Santillán, el padre de uno de los muertos,
prefirió no mirar: mantuvo cerrados su ojos y se aferró a su nieta, la nena
de cinco años que el domingo se quedó sin padre. Sólo un familiar de
Santillán reaccionó ante los camiones: "Estamos indignados con los que nos
hacen, nos sentimos impotentes. Después de esto, a mi ya no me importa
 morir", gritó en soledad. Los que estaban a su alrededor prefirieron seguir
rezando.
Los restos de Santillán, de 27 años, fueron depositados en una bóveda
prestada hasta tanto su familia consiga dinero para poder enterrarlo. La
familia de Barrios, apenas un adolescente de 16, no lograba contener el
llanto. Cuando ambos cajones fueron depositados, pareció que el pueblo
Mosconi contuvo el aliento, no soplaba ni siquiera el viento. Fue entonces
cuando los sollozos de los deudos se volvieron ensordecedores. No muy lejos
de allí, la Gendarmería continuaba tomando posiciones dentro y fuera del
pueblo.
Con matices, con diferencias, lo de ayer fue muy similar a lo que los
pobladores de esta región, ubicada a 350 kilómetros de Salta capital,
vivieron en noviembre del año pasado cuando enterraron a Aníbal Verón, el
piquetero asesinado durante la represión del corte de ruta anterior.
Mientras ello ocurría, en el piquete la vida continuaba. Desplazados unos
150 metros dentro de Mosconi fruto de la refriega del domingo, los
piqueteros levantaron barricadas en un perímetro que abarca dos manzanas. En
su mayoría jóvenes, totalmente desocupados y sin posibilidades de conseguir
un trabajo digno, se dan fuerza para continuar resistiendo. Los restos de
una camioneta totalmente aplastada hace las veces de gran portón desde donde
asoman sus caras cubiertas por pañuelos, y a los gritos insultan a los
uniformados. Desde el otro sector no hay respuesta. Entonces hablan las
hondas. Las piedras vuelan pero no llegan. No hay armas ni los tan mentados
francotiradores.
Unos metros más adentro, y tras unos acoplados abandonados descansan los
líderes de la protesta, José "Pepino" Fernández y Nelson "Piquete" Ruiz.
Ambos integran la lista de "buscados por sedición" que tiene en su
escritorio el juez federal Abel Cornejo. "Si creen que somos delincuentes,
que vengan a buscarnos. El pueblo nos respalda", dice Ruiz mientras muestra
las heridas por balas de goma en su espalda. De repente llega un muchacho
corriendo, jadeando dice que por la televisión informan que hay un nuevo
herido. "Es mentira", lo corta, seco, Pepino. El mediodía quedó atrás hace
un par de horas, de repente aparecen varias mujeres con bolsas cargadas de
sandwiches de mortadela. Los jóvenes se abalanzan, la adrenalina del piquete
no evita el hambre.
Desde la capital salteña no llegan buenas noticias. El menemista gobernador
Romero insiste con su negativa a negociar. "Son delincuentes organizados",
afirma con vehemencia y agrega un llamativo argumento: "El problema es que
hay gente con poca educación", dice sin recordar tal vez que el Estado que
él administra es el que debe garantizar esa educación. Luego repite lo
absurdo que sería que intervengan la provincia. El juez federal, en cambio,
se queja por que lo dejaron solo: "Nadie viene a buscar soluciones de fondo"
, dice para luego volver a insistir con la búsqueda de los francotiradores
"bien entrenados". No dice nada sobre la versión que vino desde la capital
provinciana sobre la posible participación de combatientes de las guerrillas
colombianas entre los manifestantes. Versión ésta que desata más de una
carcajada entre los piqueteros: "Los únicos colombianos que hay acá son los
que contratan las petroleras multinacionales porque les pagan menos que a
nosotros".

Nello

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