Vince uribe




 Daniel Coronell è uno dei migliori giornalisti Colombiani


 El cheque en blanco


   Será un gobierno sin contrapesos. Con las entidades de control
   puestas a sus pies. Basado en el culto a la personalidad del líder.
   Y donde no tendrá cabida la discrepancia

Por Daniel Coronell

Quién iba a imaginarse que un nombramiento en la clínica Primero de Mayo de Barrancabermeja, terminaría cambiando la historia de Colombia? Esa fue una de las prebendas que el gobierno entregó a cambio del decisivo voto de la congresista Yidis Medina, en el trámite de la reelección. Un cambio de opinión -de última hora- bastó para salvar un proyecto que estaba hundido. Una reforma a la Constitución, hecha a la medida del presidente Álvaro Uribe, que nos ha traído hasta donde estamos.

Esa pequeña componenda -un episodio menor en la larga historia de la corrupción en Colombia- desembocó en el cheque en blanco que el país le entrega hoy a su gobernante.

El presidente Uribe tendrá en sus manos todos los poderes. Será dueño del Ejecutivo como nunca, y propietario de grandes trozos del Legislativo y el Judicial.

La Fiscalía ya está en manos de uno de sus antiguos subalternos. Pocas acciones se pueden esperar contra los amigos y aliados del gobierno.

La Contraloría -encargada de vigilar los recursos públicos- será entregada en los próximos días a uno de los uribistas candidatizados.

Vencido el período del Procurador General, un partidario del Presidente llegará a ese cargo. Los funcionarios uribistas tendrán uno de los suyos vigilándolos.

La Registraduría Nacional del Estado Civil será otro trofeo de caza de esta victoria. El Consejo Electoral, últimamente tan dispuesto a hacerse el de la vista gorda con los fraudes, acabará de consolidarse como apéndice del Ejecutivo. Tramitar un referendo -estableciendo por ejemplo la reelección indefinida- será un juego de niños.

Los pocos miembros independientes de la Corte Constitucional serán remplazados por magistrados afectos al gobierno, como ya han empezado a hacerlo. El Consejo Superior de la Judicatura -condenado a muerte en la campaña presidencial de 2002- tendrá asegurada su supervivencia con jueces de la cuerda del jefe de Estado.

La autonomía de la junta del Banco de la República será letra muerta. Dos miembros más serán nombrados por el Presidente en su segundo período, los cinco restantes llegaron al puesto en los primeros cuatro años.

Cuatro de los cinco integrantes de la Comisión Nacional de Televisión se mueven en la órbita del gobierno. Las licencias que ellos prorrogarán, otorgarán o revocarán, serán decisivas para el medio de comunicación a través del cual se informan prioritariamente los colombianos.

Las leyes serán elaboradas por un Congreso con una aplastante mayoría del gobierno. Una mayoría formada con el músculo electoral de los caciques de siempre. Los mismos que han sido samperistas, pastranistas y, ahora, uribistas. Las reformas serán aprobadas por quienes tantos beneficios han derivado del actual estado de cosas. Los Names, los Gerlein, los Guerra de la Espriella, los Ciros, los Garcías Romeros, entre otros, serán quienes aprueben las normas contra la corrupción y la politiquería.

Muchas de las voces críticas de hoy se irán apagando o acomodando.

Las armas de la república y la inteligencia estarán al servicio de la permanencia gubernamental. Para los organismos del Estado se empezará a desdibujar la frontera entre la crítica, la oposición y la subversión.

Será un gobierno sin contrapesos. Con una concentración de poder sin precedentes. Con las entidades de control puestas a sus pies. Basado en el culto a la personalidad del líder. Con una permanente exacerbación del sentimiento patrio y donde no tendrá cabida la discrepancia.

Como si faltaran ingredientes, la laxitud del gobierno de Estados Unidos frente a lo que pasa en Colombia irá en aumento. Su prioridad seguirá siendo contener al popular caudillo venezolano, cuyos métodos imitamos cada vez mejor.

Lo increíble es que la cuenta contra la que giramos se haya abierto con un depósito tan pequeño como la avidez burocrática de una representante a la cámara suplente por Santander.